Deberes del hombre para con Dios. II.

El respeto por las creencias de los demás.

Urbanidad y Buenas Maneras para el uso de la juventud de ambos sexos.

 

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Deberes del hombre para con Dios.

Para resolver este problema no hay mejor guia que el corazón, y si no queremos traspasar en ningún sentido los limites de nuestro deberr procuremos saturarle con ese sencillo amor, con ese santo respeto, debido al que es perpetua fuente de alegría y de consuelo.

Procuremos amarle con toda el alma, porque el amor divino es un árbol fecundo, que produce ópimos frutos de ventura al mismo que le cultiva. El hombre verdaderamente religioso es siempre el modelo de todas las virtudes, el padre más amoroso, el hijo más obediente, el esposo más fiel, el ciudadano más útil a su patria, y sobre todo, el ser más dichoso de la creación; porque es superior a la desgracia y a la muerte; porque cree, ama y espera, y el que espera, cree y ama, se burla del infortunío.

Si debemos respeto a todas las cosas pertenecientes al culto divino, ¡con cuánta más razón se lo tributaremos a los sacerdotes, que representan a Dios en 1a tierra, y están investidos del carácter sagrado de obrar en su nombre, y presidir a todos los acontecimientos grandes de nuestra vida!

Prescindamos de la conducta que observen algunos; ni se pueden deducir tesis generales de actos parciales, ni sería justo en épocas de desmoralización total, exigir que hombres como nosotros, frágiles como nosotros, practicasen estrictamente todas las virtudes. Complacerse en llenar de baldón a clase tan respetable, y confundirlos a todos en un mismo desprecio, es mostrarse a mas de intolerante, injusto, y un hombre fino, jamás se expondrá a ser tildado con ninguna de estas notas.

Miremos en el sacerdote al delegado de Dios; pensemos que es responsable al Arbitro Supremo de todas sus faltas, y que a él solo toca pesarlas en su inmortal balanza y darle el castigo merecido. Nuestro deber es respetarle, y no perder nunca de vista la santidad de su misión sobre la tierra. Demos a cada uno el lugar que le corresponde, y la sociedad se encargará de asegurarnos el nuestro.

Dios está en todas partes, y su mirada bondadosa y protectora vela siempre por nosotros para mostrarnos los escollos del camino.

A tan incesante cuidado, a tan paternal desvelo, justo es corresponder con muestras de tierno reconocimiento. Él, como una solícita madre, protege nuestro sueño, él ha criado todos los frutos de la tierra para nuestro alimento, él solo puede apartar de nosotros los peligros y la desgracia. Dirijámosle pues una fervorosa plegara al acostarnos, al levantarnos y al sentarnos a la mesa, para darle gracias de tan copiosos bienes. Esta práctica sencilla comunicará la paz a nuestra alma, y nos dará energía para cumplir dignamente todos nuestros deberes.

¡Oh, sí! ¡Atesoremos en nuestro corazón la sincera fe religiosa, porque ella es el sublime talismán que nos escuda contra las desgracias de la vida; ella es el perfume del alma que nos atrae las generales simpatías; ella es por ultimo la esplendorosa antorcha que nos alumbra en el áspero camino!

No olvidemos, sobre todo, que la religión, a mas de ser un deber de gratitud hacia el Ser Supremo, además de poner nuestra alma al abrigo de las pasiones, es una fuerte garantía social, pues rara vez se desconfia del hombre que posee unas creencias puras y respeta las sagradas instituciones de sus mayores.