Del hombre de mundo en su propia casa.
Un hombre, pues, que recibe en su casa a otro, debe tener cuidado de que todo el mundo esté cómodamente, y nada encuentre en qué reparar, ni en su conducta ni en sus costumbres.
Del hombre de mundo en su propia casa.
Cuando un hombre se encuentra en su casa, allí es el rey y señor. Debe pues hacer de ella un lugar de asilo y de franqueza. Los hogares domésticos son sagrados, y esta hospitalidad que los antiguos concedían a la desgracia, debe ser una regla para admitir bien a todo el mundo.
Un hombre, pues, que recibe en su casa a otro, debe tener cuidado de que todo el mundo esté cómodamente, y nada encuentre en qué reparar, ni en su conducta ni en sus costumbres. En nuestra opinión esta es la hospitalidad de nuestro siglo, en el que no se imploran los lares para pedir la vida o el sustento. La habilidad del amo de una casa consiste en apartar las cosas a proporción que puedan chocar, y no permitir que la conversación tome un giro picante o personal, disimulando las debilidades de los que le favorecen, y aún dando una sonrisa de aprobación a algunas ridiculeces que cometan.
Es una cosa algo difícil el saber recibir en su casa, porque se debe el mismo acogimiento al hombre amable que fatuo; recibir con igual gracia y desvelo a una señora hermosa que a la que no lo es, y manifestar igual civilidad a la que brilla con todas las gracias de la juventud, como a la que oculta sus arrugas bajo rubia cabellera, y cuya boca está guarnecida de treinta y dos dientes comprados; lo mismo se ha de obsequiar a una mujer necia como a una aguda, prodigándolas iguales cumplimientos; porque el amor propio de la necedad es tan fino y sutil como cualquiera otro.
Jamás deis preferencia a no ser a la edad y al sexo; que vuestra esposa, si la tenéis, siga estos principios de urbanidad, y no afecte prodigar sus sonrisas y su atención a tales y tales sujetos que la agraden más que los otros. En una reunión todo el mundo tiene igual derecho a los esmeros y atenciones. Procurad entablar la conversación sobre un tono ligero y gracioso, que permita pasar sin esfuerzo alguno de una materia a otra, y que no pueda dar ocasión a aplicaciones directas contra alguno de los presentes. En fin, sabed elegir las personas que han de componer tal o tal día vuestras tertulias, para evitar el choque de las pasiones contrarias no poniéndolas en contacto.
"Sobre todo habéis de evitar el hablar de vosotros mismos, ni hacer que admiren el lujo de los adornos de vuestra casa"
Estudiad las gentes, y el flaco y el fuerte de aquellos que pisen vuestra casa, y no hagáis que se reúnan dos que estén litigando, o de opiniones absolutamente opuestas, y de esta manera evitaréis toda incomodidad, y conseguiréis que vuestra casa sea reputada como la reunión más agradable y pacífica. Sobre todo habéis de evitar el hablar de vosotros mismos, ni hacer que admiren el lujo de los adornos de vuestra casa. No debe decirse: vea Vd. este mueble; el dibujo ha sido hecho por el mejor dibujante de la corte; el ebanista es de los que ha merecido el premio en el conservatorio de artes; estas lunas tienen tantos pies; este tapiz es de los mejores de Flandes; vea Vd. aquí un quinqué hecho con todo el primor que se puede en París. Semejante modo de producirse es de un hombre mal educado; de uno que no ha sido nadie, y ya no sabe qué hacerse para que todos envidien su riqueza reciente.
Si tenéis gusto, si sois rico, fácilmente se echarán de ver la elegancia y el lujo de vuestra habitación, sin que lo digáis y hagáis la exposición, como hace el cornac -también llamado cornaca- que enseña su elefante, o aquel que muestra "il tutti le mundi". No obstante, es permitido alabar ciertos objetos de las artes, pues así manifestáis que tenéis conocimientos, y que honráis y sabéis tributar un justo elogio a las artes cuyas producciones poseéis. Puede, pues, muy bien ser alabado un cuadro de un Jordán o de un Velázquez, o un busto o estatua de un Canoba; pues así se vacunan en cierto modo las artes en una nación, y el gusto se va derramando de clase en clase.
Si tenéis hijos, alejadlos de la concurrencia, o no permitáis que aparezcan sino por un momento. Las tertulias no se han hecho para ellos, o ellos no son para semejantes reuniones, a cuyos individuos cansan con preguntas, y a quienes solamente sufren con paciencia los padres que los aman; siendo debido evitar esta incomodidad a los demás.
Evitad, además, que vuestros niños cuenten o reciten fábulas en las concurrencias que habéis convidado, porque todos sabemos que
Cantando la cigarra,
pasó el verano entero.
y la amable ingenuidad de un niño que recita su fábula apuntándole cada verso, no agrada sino a sus padres.
La mayor inurbanidad que puede cometerse, es no estar uno en casa a la hora exacta en que se ha convidado. Es necesario estar pronto y vestido, y presentarse a los convidados con un espíritu libre y abierto. Cuando se tienen cuidados, dejarlos para otro día. Más de un Ministro ha debido su poder a una sonrisa agradable, con la que disimulaba sus cuidados interiores, y a su arte en componer el semblante, acoger las solicitudes, y lisonjear el amor propio de cada uno; sin embargo, de que se estaba sospechando ya cual era su sucesor; pero esta discreta conducta retenía en su tertulia a cuantos procuraban leer en su fisonomía, su fortuna, o su desgracia, semejantes a las cañas que se erigen o doblan según el viento. Inciertos con semejantes artes, y dudando en acudir al sucesor, prolongaban el reino del Ministro próximo a caer. Vosotros que tenéis la fortuna de disfrutar de unos bienes medianos y sólidos, aunque no seáis Ministros, recibid a los amigos que no os buscan por vuestro poder, ni por la esperanza de conseguir empleos de que no disponéis; pero imitad este ejemplo, solo por el conocimiento de aquellos que van a vuestra casa; y cuando alguna pena o disgusto os ataque, disimulad y afectad un semblante risueño, y no turbéis con vuestra pesadumbre la alegría que debe reinar en vuestra casa.