La comida de Don Quijote en casa de los Duques (cuento de Sancho Panza).
CAP.06. La comida de Don Quijote en casa de los Duques (cuento de Sancho Panza).
Convivencia Social. Formación Familiar y Social. Tercer curso.
. "Vistióse Don Quijote, púsose su tahalí con su espada, echóse el mantón de escarlata a cuestas, púsose una montera de raso verde que las doncellas le dieron, y con este adorno salió a la gran sala, adonde halló a las doncellas puestas en ala, tantas a una parte como a otra, y todas con aderezo de darle aguamanos, la cual le dieron con muchas reverencias y ceremonias.
Luego llegaron doce pajes con el maestresala, para llevarle a comer, que ya los señores le aguardaban. Cogiéronle en medio, y lleno de pompa y majestad le llevaron a otra sala, donde estaba puesta una rica mesa con sólo cuatro servicios. La Duquesa y el Duque salieron a la puerta de la sala a recibirle, y con ellos un grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los príncipes...
. Convidó el Duque a Don Quijote con la cabecera de la mesa, y aunque él lo rehusó, las importunaciones del Duque fueron tantas que la hubo de tomar. El eclesiástico se sentó frontero, y el Duque y la Duquesa a los dos lados.
A todo estaba presente Sancho, embobado y atónito de ver la honra que a su señor aquellos príncipes le hacían, y viendo las muchas ceremonias y ruegos que pasaron entre el Duque y Don Quijote para hacer sentar a la cabecera de la mesa, dijo:
- Si sus mercedes me dan licencia les contaré un cuento que pasó en mi pueblo acerca desto de los asientos.
Apenas hubo dicho esto Sancho cuando Don Quijote tembló, creyendo, sin duda alguna, que había de decir alguna necedad. Miróle Sancho y entendióle, y dijo:
- No tema vuesa merced, señor mío, que yo me desmande, ni que diga cosa que no venga muy a pelo; que no se me han olvidado los consejos que poco ha vuesa merced me dió sobre el hablar mucho o poco, o bien o mal.
- Yo no me acuerdo de nada, Sancho -respondió Don Quijote-; di lo que quisieres, como lo digas presto.
- Pues lo que quiero decir -dijo Sancho- es tan verdad que mi señor Don Quijote, que está presente, no me dejará mentir.
- Por mí -replicó Don Quijote-, miente tú, Sancho, cuanto quisieres, que yo no te iré a la mano; pero mira lo que vas a decir.
- Tan mirado y remirado lo tengo que a buen salvo está el que repita, como se verá por la obra.
- Bien será -dijo Don Quijote- que vuestras grandezas manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas.
- Por vida del Duque -dijo la Duquesa- que no se ha de apartar de mí Sancho un punto. Quiérele yo mucho, porque sé que es muy discreto.
- Discretos días -dijo Sancho- viva vuestra santidad por el buen crédito que de mí tiene, aunque en mí no lo haya. Y el cuento que quiero decir es éste: "Convidó un hidalgo de mi pueblo, muy rico y principal, porque venía de los Alamos de Medina del Campo, que casó con Doña María de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la herradura, por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestro lugar, que, a lo que entiendo, mi señor Don Quijote se halló en ella, de donde salió herido Tomasillo el travieso, e hijo de Valvastro el herrero... ¿No es verdad todo esto, señor nuestro amo?. Dígalo por su vida, porque estos señores no me tengan por algún hablador mentiroso.
- Hasta ahora -dijo el eclesiástico- más os tengo por hablador que por mentiroso, pero de aquí adelante no sé por lo que os tendré.
- Tú das tantos testigos, Sancho, y tantas señas, que no puedo dejar de decir que debes de decir verdad. Pasa adelante y acorta el cuento, porque llevas camino de no acabar en dos días.
- No ha de acortar tal -dijo la Duquesa- por hacerme a mí placer; antes le ha de contar de la manera que lo sabe, aunque no lo acabe en seis días, que, si tantos fuesen, serían para mí los mejores que hubiese llevado en mi vida.
- Digo, pues, señores míos -prosiguió Sancho-, que este tal hidalgo, que yo conozco como mis manos, porque no hay de mi casa a la suya un tiro de ballesta, convidó a un labrador pobre, pero honrado.
- Adelante, hermano -dijo a esta sazón el religioso-, que camino lleváis de no parar con vuestro cuento hasta el otro mundo.
- A menos de la mitad pararé si Dios fuere servido -respondió Sancho-. Y así digo que, llegando el tal labrador a casa del dicho hidalgo convidador, que buen poso halla su ánima, que ya es muerto, y por más señas dicen que hizo una muerte de un ángel, que yo no me hallé presente, que había ido por aquel tiempo a sembrar a Tembleque...
- Por vida vuestra, hijo, que volváis presto de Tembleque, y que, sin enterrar al hidalgo, si no queréis hacer más exequias, acabéis vuestro cuento.
- Es, pues, el caso -replicó Sancho- que, estando los dos para asentarse a la mesa, que parece que ahora lo veo más que nunca...
Gran gusto recibían los Duques del disgusto que mostraba tomar el buen religioso de la dilación y pausas con que Sancho contaba su cuento, y Don Quijote se estaba consumiendo en cólera y rabia.
- Digo así -dijo Sancho-, que estando, como he dicho, los dos para asentarse a la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase, pero el labrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo, mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza, diciéndole:
- Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera. Y este es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito.
Púsose Don Quijote de mil colores, que sobre lo moreno le jaspeaban y se le parecían; los señores disimularon la risa, porque Don Quijote no acabase de correrse habiendo entendido la malicia de Sancho, y por mudar de plática y hacer que Sancho no prosiguiese con otros disparates, preguntó la Duquesa a Don Quijote. (Capítulo XXXI de «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha»).