Del mundo o sociedad.
La obra, pues, que vamos a presentar al público se compondrá de cuanto pertenece al modo de presentarse y de conducirse en el mundo.
Del mundo o sociedad.
No es el mundo un palenque al cual deba cada uno bajar armado de todas armas, antes bien se huye en él de aquellos que las llevan aceradas, y que penetran y hieren. Mal empleo es de un hombre que se hace temible; se le mira al principio con desconfianza, y se acaba regularmente por huir de él. Al contrario, el hombre amable es buscado con ansia y se considera como una felicidad el hacer conocimiento con él; jamás se vale sino de armas legales, nunca hiere, solamente sabe rechazar los tiros que se le dirigen, teniendo la suerte de hacerlo con tanta prudencia e ingenio, que consigue que los mismos que le asaltan se avergüencen.
No se pretende aquí enseñar a tener talento; esto jamás se aprende; un don de la naturaleza ni se compra ni se vende; sin embargo, pueden enseñarse los medios de ejercitarlo y de disimular las propias faltas, con modales finos, y con la aplicación constante de este principio, a saber: que lo que debe animar a los hombres mutuamente es un sentimiento de benevolencia general. Se da el nombre de mundo particularmente a las sociedades, es decir, a una reunión de hombres que por sus haberes, situación, y la naturaleza de sus ocupaciones, se tributan mutuamente los deberes de la urbanidad, y pueden gozar entre sí de los encantos de una conversación agradable y sostenida. Las mujeres han constituido siempre el adorno de la sociedad; poseen aquel tacto fino de las circunstancias, y aquel sentimiento de todo lo que puede agradar, que necesariamente atrae y hace que su trato sea amable. No diremos, sin embargo, que una sociedad sin mujeres es un jardín sin flores, y un año sin primavera; aunque estas comparaciones demasiado comunes no dejan de tener exactitud; pero es indudable que una sociedad sin mujeres, bien pronto viene a parar en tertulia de política o en un club masónico. Poco a poco va faltando en tales reuniones la urbanidad y la dulzura; y siempre que no tengan un objeto especial, acaban por sí mismas de fastidio, o por mejor decir, de falta de agrado.
Hace algún tiempo que se advierte en Francia una falta en la sociedad, cual es la de las mujeres ancianas. Es cierto que al leer esto se sonreirá un joven recién salido del colegio. ¡Una mujer anciana! Sin duda preferiría el quedarse con su aya, y no es este el uso de la sociedad; pero una mujer anciana está a cubierto de la murmuración; tiene la libertad de recibir bien a las gentes de cualquiera clase que sean, y su agasajo particular no puede reputarse como una declaración. En su boca una alabanza no es una decisión, puede animar el mérito tímido, y hacer que brille el hombre modesto que no sabe hacerse apreciar. Como está libre de las pasiones de la juventud, no se ciega, no deja que su corazón se arrebate, porque rara vez en su amistad se propasan los límites, y aun cuando esto sea así, es sin excitar celos ni emociones violentas. No así una mujer joven que raramente puede mantener el ascendiente en una sociedad, pues se halla expuesta a mil seducciones, recibe a su vez las impresiones que inspira; el incienso demasiado fragante la lleva la cabeza, se destruye el equilibrio, y padece la sociedad. Buenos testigos son de esta verdad Madama Dudeffant y Madama Geoffrin que en su edad eran más a propósito para cumplir con las gentes que se reunían en sus casas, que la más amable y hermosa joven de su tiempo. La sociedad, pues, de las mujeres de edad tiene su mérito.
"Es necesario aprender un modo de comportarse en aquellas circunstancias notables que alternan en la vida social, enseñando las etiquetas y ceremonial que la sensatez y la costumbre han establecido"
¡Feliz aquel que no bien se deja ver en el mundo, cuando tiene la suerte de encontrar una que interesándose lo bastante por él, le conduzca y guíe en la carrera difícil en que entra, le señale los escollos, le haga estimarse a sí mismo para evitarle las conexiones peligrosas y formarle en los modales decentes, inspirándole las virtudes dulces y amables que embellecen y hacen agradable la vida. A buen seguro que un hombre semejante no necesitará de esta obra, pues se halla en mejor escuela que la que puede dársele. Pero téngase presente que siempre un individuo como éste es una excepción. No todos han nacido bajo una estrella feliz, y por lo común aprendemos a nuestra costa la discreción, y pagamos cara la experiencia.
La obra, pues, que vamos a presentar al público se compondrá de cuanto pertenece al modo de presentarse y de conducirse en el mundo; de sacar partido en él de las ventajas que procura una buena educación, unida a lo que pueden producir algunas reflexiones y preceptos. Se tratará del modo de comportarse en aquellas circunstancias notables que alternan en la vida social, enseñando las etiquetas y ceremonial que la sensatez y la costumbre han establecido. Se hablará del juego, de los viajes, de la conversación, bailes, tertulias, teatros, y lo perteneciente al vestido, cosas en las cuales es sumamente fácil incurrir en la ridiculez, o por un exceso, o por una falta de cuidado. Se procurará, pues, presentar al hombre de mundo en todas las situaciones en que tiene necesidad de guía según los usos, o en que una falta pudiera ser fatal a su honor según las costumbres establecidas en el mundo. Hablaremos de las reglas de trato fino y del buen tono, insistiendo particularmente sobre la sociedad de las mujeres y modo de dirigirse con ellas. Después se hablará de la conversación, exponiendo los medios de hacerla agradable, ligera e instructiva, y de aquellas sales con que debe sazonarse la alabanza o la crítica, para no declinar en lisonjeros o en censores apasionados. A menudo hay que tratar en el mundo con caracteres llenos de amor propio a quienes debe contemplarse, y respecto a los cuales si ha de ser útil una lección, deberá dulcificarse todo lo posible. En fin, manifestaremos también al hombre fino en su casa, haciendo que participen cuantos en ella entren no solamente de la inviolabilidad doméstica, sino también de aquellos miramientos amables que se experimentan en muchas casas de la capital, y que hacen el encanto de cuantos las frecuentan.
Vivimos en un siglo en el que el talento y el ingenio disputan con la fortuna y el nacimiento; y por otra parte hay gentes que tienen que tratar en el mundo, y a quienes su modestia característica, o unos estudios abstractos, le habían separado de él por mucho tiempo. Las reglas que se den ni les disgustarán, ni dejarán de serles útiles; pues frecuentemente se ve a un hombre de talento dilatar demasiado una visita por falta de saber saludar o despedirse, y a un sabio o un hombre que con todas las disposiciones de un gran genio no sabe cómo manejarse en una mesa para desplegar su servilleta, partir el pan, y pedir el asado. Este tratado evitará todos estos inconvenientes, y al mismo tiempo que aproveche infinito, proporcionará a los hombres de talento aquellas minuciosidades que pueden muy bien ignorarse, pero que jamás es lícito despreciar.