La audacia y timidez. El arte de agradar
Es cómodo ampararse en un refrán para no hacer el sacrificio de un defecto, para no renunciar a un modo de ser...
Defectos de carácter: la audacia y la timidez
Aquella urbanidad
Dos escollos igualmente peligrosos, en los que se da con mucha frecuencia, son esos defectos de carácter que se llaman audacia y timidez.
Es muy usual repetir como axiomas los refranes que proclaman que "genio y figura hasta la sepultura", y que "lo que con el capillo entra, con la mortaja sale".
Estas afirmaciones pueden aceptarse como ciertas en algunos casos, pero nunca ser estimadas como regla general.
De serlo, no habría progreso en lo humano y la civilización sería una palabra vana.
Desde la tribu a la sociedad moderna hay un abismo, franqueado casi siempre merced a la instrucción y siempre gracias a la educación.
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Es cómodo ampararse en un refrán para no hacer el sacrificio de un defecto, para no renunciar a un modo de ser, para no limar una aspereza que puede herir y que hiere a los que nos rodean.
La cortedad de genio es hija del medio en que se vive, pero la mayor parte de las veces es consecuencia lógica de flaqueza de voluntad.
Asimismo, la audacia reconoce como causas determinantes la posición social y la excesiva afirmación de personalidad.
La timidez es hermana bastarda de la virtud preciosa que se llama modestia.
La audacia es la hermana gemela del orgullo. Tímido es el que no sabe querer.
Audaz es el que, cegado por la soberbia o por la ambición, quiere demasiado.
Uno y otro son dos enfermos de la voluntad, anémica en el primero y exageradamente pictórica en el segundo.
Hay madres que con rigorismo extremo enseñan a sus hijas a callar siempre, a no exteriorizar sus juicios, a no manifestar sus impresiones; esta escuela, la escuela del miedo, mata los arranques generosos del alma, apaga los resplandores del sentimiento y trae aparejada la turbación, el temor de errar: la timidez.
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Por el contrario, hay señoras que con la mayor buena fe, creyendo poner en manos de sus hijas armas bien templadas para la lucha de la vida, las acostumbran a pensar en alta voz, sin atenuar su deseo, sin dulcificar la crudeza de sus opiniones, sin moderar los impulsos de la ambición. De esta escuela sale la audacia.
La que ignora su valer, la que ocupa posición humilde, es tímida por naturaleza. Teme equivocarse, desconfía de sí y desconfía mucho más de la benevolencia ajena.
La que tiene o se supone mérito, la que por su nombre o fortuna está segura de ser oída con atención y elogiada servilmente, tiene gran fe en sí y traduce su fe en osadía para juzgar, para pedir y para proceder.
La finura aconseja evitar el encogimiento y huir de la petulancia.
Para hablar de la propia persona, para pedir favores, para solicitar algo, para cuanto pueda ocasionar molestia, toda timidez es poca.
Porque, en los apuntados casos, la timidez es una forma de la modestia o de la prudencia.
Para ensalzar en justicia ajenas virtudes, para ofrecer nuestro concurso moral o material en obra buena, para dar consuelo a la desgracia o consejo que se nos pida; en una palabra, para hacer el bien y para procurar satisfacciones honradas al prójimo, no haya miedo de incurrir en la audacia.
"La timidez puede ser una forma de la modestia o de la prudencia"
Porque la audacia entonces se llama grandeza de alma, nobleza de sentimientos y abnegación sublime.
Desagradable es el entremetimiento del ambicioso.
Pero desagradable es también la timidez del pusilánime, que pudiendo practicar el bien no lo practica por falta de resolución.
¿Qué ha de hacer la señora que, buscando ser agradable, no quiera dar en los citados escollos?
Mirar atentamente a las personas que la rodean y proceder siempre a impulsos del afán de ahorrarles perjuicios y sinsabores, dejando a un lado vacilaciones o dudas y pensando con el corazón.
Alguien ha dicho que el sentimiento es más sabio que lo fueron los siete famosos sabios de Grecia.