La falsa urbanidad o política.
La urbanidad es la que nos hace soportar con paciencia los defectos y debilidades de unos, y los caprichos y desvaríos de otros.
La falsa urbanidad o política.
La urbanidad y la política es una de las más bellas gracias de la sociedad; es una virtud que se atrae la voluntad de todos, pues sabe soportar con paciencia los defectos y debilidades de unos, y los caprichos y desvarios de otros. Sabe tomar todas las formas para acomodarse al genio de todos, sin más objeto que el de complacerles; sabe sacrificar sus propios intereses por no dañar al de los otros, y sabe sufrir para triunfar después. Esta política debe ser sincera para grangearse los corazones; y esta sinceridad debe ir acompañada de la discreción y de la prudencia; y entonces, ¿quién puede dejar de amar a una persona, cuya lengua es el fiel intérprete de su corazón?
Al contrarío, no hay hombres más despreciables que aquellos solapados, cuyo arte es encubrir sus pensamientos, y no dar nunca ocasión a que se les pueda levantar una punta del velo que oculta sus intenciones. Como si quisieran hacerse incomprensibles, hablan y obran regularmente contra lo que piensan, y casi siempre se les ha de entender al revés de lo que dicen; su lengua raras veces está conforme con su corazón. Faltos de buena fe, y de aquel prudente candor que roba los afectos; vacíos de aquella noble ingenuidad que atrae la confianza de todos; cubiertos siempre con el doble velo de la vil astucia y de la detestable hipocresía, vienen a ser el azote de la sociedad. En ellos todo es apariencia, no hay nada de realidad; afectan ser hombres de bien, pero están muy lejos de serlo; su estudio es fingir, mentir, engañar, desnudarse de sus propios sentimientos, revestirse de los ajenos, y nunca manifestarse como son. iQué cuidado no es menester para tratar con hombres tan dañinos!
Otros hay reputados de políticos, pero no lo son más que en lo exterior. Ellos saben ocultarse bajo de varias formas, pero por poco que se les trate, se conoce la hipocresía, se les cae la máscara y quedan en su ser natural. Para los que se contentan de apariencias, para los que se pagan de una voz melosa, de un gesto agradable y de una sonrisa no más, son estos hombres los mejores modelos de política; mas para los que tienen la vista más perspicaz, y pasan más allá de la corteza y penetran hasta el alma, no son sino unos políticos falsos y engañosos.
Un personaje como el expuesto se te presenta con un aire dulce y agradable, te ofrece con la más viva expresión muchos más servicios de los que le pides, te toma por la mano, la aprieta con afecto, la arrima a su corazón, te oprime con abrazos, y parece que se derrite en ansias de sexvirte; pero esta persona no sabrá sostener su papel sino mientras le aplaudas, le adules y te conformes con sus miras y sus deseos; cuando le causes la menor incomodidad, cuando te olvides de hacerle aquella cortesía que él piensa merecer, cuando no le des aquel tratamiento que él presume debérsele, ya muda de papel, ya representa otra persona muy diferente de la de antes, ya no es dulce, ni urbano, ni complaciente; sino altivo, soberbio, duro e insufrible. ¿Quién es pues esta persona? un falso político, un sujeto despreciable.