Las personas serviciales y las personas que se dejan servir. El arte de agradar
En el mundo hay individuos que desempeñan el papel de columnas con la sencillez del que cumple un deber
El afán de ser útil a los demás: las personas serviciales
Aquella urbanidad
Por razones de carácter, más que de educación, obsérvase que la sociedad humana aparece perfectamente dividida en dos clases: desiguales en el número e iguales, cada una, en los rasgos típicos de su fisonomía, rasgos que sirven de base para establecer la división.
Estos dos grandes grupos que forman el mundo están constituidos por personas serviciales y por personas que se dejan servir.
Las primeras consagran su afecto, dedican su tiempo y ponen su valimiento y todas sus facultades y aptitudes al servicio ajeno.
Las segundas aceptan los sacrificios y homenajes que se les rinden como cosa natural y sencilla, que ni las obliga a justa reciprocidad ni las impone deberes de gratitud.
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El afán de ser útil es innato en la mayor parte de los casos. El que es servicial, lo es por naturaleza, por temperamento, por entender que su misión en la vida consiste en ahorrar molestias a los semejantes.
De igual modo, por idiosincrasia, hay quien supone haber nacido para dejarse servir, creyendo firmemente que puede aprovecharse sin escrúpulo de la abnegación ajena.
La columna y el capital: el soporte y la belleza
La columna fue labrada para soportar el peso del capitel, y el capitel, lejos de creerse en deuda de gratitud con la pilastra que lo sustenta, se imagina que dispensa un favor embelleciendo a la piedra que lo sostiene.
De igual modo, en el mundo hay individuos que desempeñan el papel de columnas con la sencillez del que cumple un deber, y hay otros que, al modo de los capiteles, viven merced al ejercicio de lo que se les antoja un derecho, y no es, en realidad, sino la consecuencia de una generosa equivocación del resto de la Humanidad.
¿Hace falta una recomendación? Pues el servicial pondrá en juego todas sus influencias, acudirá a sus conocimientos, se hará presentar a los desconocidos y trabajará sin descanso con el único objeto de prestar auxilio al que lo necesite.
¿Se desean las señas de una casa que vende un producto que conviene adquirir? Pues el servicial se procurará las señas o comprará el objeto, con el fin de que quedéis complacidas.
¿Deseáis leer un libro nuevo? Si no lo tiene en su biblioteca, irá a pedirlo prestado para prestarlo.
¿Os hace falta un dibujo para bordar? Ya os lo traerá de un comercio o ya encontrará un dibujante amigo que satisfaga vuestra necesidad o vuestro capricho.
Cuando sea preciso, llevará de paseo a los niños o los entretendrá refiriéndoles cuentos fantásticos o los irá a buscar al colegio.
Su vajilla, su mantelería, su batería de cocina y sus muebles están siempre a disposición de todos.
Sea cual fuere el deseo que se formule ante una persona servicial, ya se trate de ir al teatro, a un concierto, a paseo o a una visita de pésame, tened por seguro que hará imposibles por facilitaros billetes, por completar vuestro adorno o por daros compañía.
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Los beneficiados o las beneficiadas con estas amistades útiles jamás procuran corresponder prácticamente a los favores que reciben; creen que satisfacen con largueza el compromiso de gratitud con unas cuantas frases agradables, casi siempre las mismas, a fin de no tener ni la molestia de estudiar nuevas expresiones de reconocimiento.
Todos los esfuerzos de su voluntad los aplican en provecho propio; pero es tan débil su voluntad, que para suplir la escasez de fuerza propia necesitan apoyarse en la buena voluntad ajena que, como Cirineo gratuito, les ayuda a llevar la pesada cruz; que, como bufón no pagado, se encarga de ahuyentar el aburrimiento, y que, como robusto campeón, suple con su potencia vigorosa la impotencia del que apenas sabe querer. ¿Cómo el débil, que ni aun a sí mismo se basta, podría corresponder dignamente al favor del fuerte que le dispensa protección?... Acaso por conceptuarlos ineptos para todo servicio se evita el acudir a ellos, y si alguna vez se recurre y desempeñan mal la misión que se les confió, en vez de ser los agraviados los serviciales, aparecen como ofendidos los que no pudieron, no supieron o no quisieron pagar una pequeña parte de la deuda que tienen contraída. Porque a su ineptitud juntan el orgullo insensato y la vanidad ridicula del inútil.
Si el imponerles un trabajo, por fácil que sea, les resulta violento, infinitamente más violento ha de resultarles la confesión explícita de su pereza o de su nulidad.
Estériles y ociosas serían estas reflexiones si se limitasen únicamente al elogio de los espíritus serviciales y a la censura de los que se dejan servir. Pero entendemos que se puede sacar algún provecho de este linaje de consideraciones.
Ciertamente que la Naturaleza pone en el corazón de algunas personas el noble deseo de ser útiles a sus semejantes, y de ofrecerles la moneda labrada con el metal purísimo de la abnegación y troquelada con el cuño del sacrificio.
No todas, por razones de fortuna, pueden socorrer pecuniariamente las necesidades de los pobres; pero sí todas pueden ayudar a suprimir molestias, a quitar espinas de los senderos de la vida, a hacer más dulce y placentera la existencia del prójimo, sin que para ello haga falta otra cosa que prescindir del egoísmo.
Más aún: se puede sembrar, cultivar y hacer que florezca y fructifique en todas las almas la hermosa planta de la abnegación.
Combatid en el niño los sentimientos contrarios a la generosidad; en la infancia, el egoísmo hace que los juguetes no se presten, que los dulces no se compartan con los amigos. Vigilad al pequeñuelo, afeadle su conducta mezquina, y cuando le hayáis corregido, el propio niño se encargará de ser corrector de esos defectos cuando los note en sus hermanos o en sus condiscípulos.
Premiad el desprendimiento infantil con dulces y juguetes, y castigad la avaricia de la niñez suprimiéndole los juguetes y los dulces; porque en la educación muchas veces, depurando un defecto, se le transforma en una buena cualidad. Inculcadles el desprecio al egoísta y el respeto y el cariño al abnegado, y veréis que el chicuelo ansia parecerse, no al señor serio y adusto a quien todos evitan, y sí al amigo afable y servicial que les distrae en los ratos de ocio, les acompaña en las enfermedades, les enseña juegos ingeniosos y goza alegrando sus existencias.
Y como los niños son hombres pequeñitos y los hombres son niños grandes, la tarea que se realice en la infancia continuará por propio impulso en la adolescencia y a través de la edad viril perdurará en la senilidad.
Enseñad con el ejemplo que prestar un servicio apenas cuesta trabajo, y vale, en cambio, el disfrute de satisfacción inefable. Haced que en otras almas se imprima la huella de vuestra alma y que en ellas viva la idea de que el favorecer al prójimo es un camino de perfección.
No faltará quien observe que no todas las personas serviciales lo son desinteresada y generosamente.
Pero aun cuando el favor se haga bastardeado con la esperanza de un beneficio futuro, siempre tendrá en su abono la gratitud simpática del favorecido que recibe un auxilio en el presente, sin obligarse a devolverlo hasta un mañana más o menos remoto.