Los regalos y el arte de agradar
Hay que advertir la oportunidad de hacer un obsequio y al criterio que conviene seguir, según que la prudencia aconseje aceptar o rechazar el don que se nos hace
Cómo acertar cuando hacemos un regalo. Elegir el regalo adecuado para cada ocasión
Aquella urbanidad
Como verdad corre, y no deja de serlo en muchos casos, el dicho de que los regalos fomentan la amistad. Aun admitiendo como cierta de toda certidumbre la teoría compendiada en esa afirmación, hay algo que advertir en punto a la oportunidad de hacer un obsequio y al criterio que conviene seguir, según que la prudencia aconseje aceptar o rechazar el don que se nos hace.
Protestemos contra el espíritu sanchopancesco en que se inspira el adagio vulgarísimo de que "a caballo regalado no hay que mirarle el diente".
La corrección más elemental exige que la persona que regala y la que recibe el agasajo se miren mucho y miren no poco lo que dan o lo que toman.
Por de contado que esta advertencia no reza con las señoritas jóvenes que viven sometidas a la dulce patria potestad, que no son cabezas de familia y que, no estando en condiciones de corresponder a un obsequio, tampoco tienen aptitud para recibirlo.
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A una señorita le está vedado en absoluto recibir regalos que no procedan de sus padres, hermanos, padrinos o parientes muy inmediatos; aun los de estos últimos exigen para su aceptación el exequátur paternal o maternal.
En buena lógica, un obsequio, de igual modo que un favor o que una atención, obliga y compromete siempre al obsequiado y casi nunca al obsequiador.
Partiendo de este principio, lo natural y acertado es ver si conviene contraer la obligación que la delicadeza y el afecto, cuando no la codicia u otro mezquino interés, tratan de imponernos.
Pensemos que, en parte, un regalo es un soborno hecho a nuestros sentimientos, una compra de nuestras simpatías y aun una traba a nuestra libertad de proceder.
En manera alguna se admitirá regalo de persona que solicite nuestro favor o acuda en demanda de nuestro valimiento.
En manera alguna es discreto hacer un obsequio a una persona inmediatamente después que ésta nos ha prestado su concurso, sirviéndonos en justicia o beneficiándonos con su protección.
Tampoco es correcto, después de hecho un agasajo, aprovechar la gratitud del agasajado para solicitar algo de él.
Del inferior en posición social ha de admitirse el regalo más fácilmente que del superior, pero siempre y cuando se trate de objeto de escasa valía, y nunca si la cuantía del don nos hace suponer que el donante realizó un costoso sacrificio sólo por agradarnos.
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A ese obsequio, aprovechando ocasión favorable, tal como bautizo, boda, fiesta onomástica, entrada de año, etcétera, puede corresponderse, desplegando tacto singular para que nuestro envío no resulte ni de menos importancia que el que recibimos -cosa que significaría desprecio o mezquindad- ni de mucho más valor, pues esto podría ser interpretado como orgullo o como deseo de humillar.
Tratándose de superiores, es difícil por extremo determinar en qué casos se ha de recibir un regalo y en qué otros no.
El corazón, que siempre ha sido y sigue siendo el más noble e inteligente de todos los consejeros del mundo, nos trazará la línea de conducta a que hemos de ajustamos para que nuestra decisión no sea hija de la vanidad ridicula que lleva al desaire, ni de un afán de beneficio censurable por inmoderado y torpe.
Huyamos del regalo intempestivo, del obsequio inmotivado, del agasajo que se nos brinde sin causa natural y del donativo de gran valía.
Debemos pensar siempre que el regalo lo tenemos que pagar con otro del mismo género, el favor con favor análogo y la atención con atención de idéntica índole.
En el comercio de los sentimientos es altamente peligroso dar o tomar moneda falsa; esa moneda es el regalo falto de ocasión o sobrado de valor.
Claro es que, cuando dentro de nuestra esfera de acción hemos prestado servicios tales que no pueden pasar sin recompensa, y cuando por razones de afecto o de posición no es delicado que nos retribuyan ni que aceptemos retribución directa, el regalo proporcionado al servicio y a la fortuna del que lo hace y del que lo recibe es cosa perfectamente natural y justificada.
Sobrentendido queda que, del propio modo que la hija no debe ni puede admitir obsequios sin el previo consentimiento de sus padres, la esposa no puede ni debe recibir regalo alguno, por insignificante que sea, sin la autorización del marido.
"Un regalo es un sentimiento de agradecimiento convertido en un detalle material" Charls Rou
Un regalo sólo ha de estimarse como prueba de recuerdo, como prenda de afecto amistoso; en tal sentido, para una señora nada hay mejor que las flores.
El ultimo trovador de España, el insigne Zorrilla, dijo en felices estrofas:
Rozagantes, alegres,
frescas, lozanas,
la mujer y las flores
son dos hermanas.
Por eso es bello y es exquisito ofrecer a la mujer esas hermanas, que con sus aromas y matices son en el campo del mundo lo que la madre amante y la esposa fiel son, con su bondad y virtudes, en el rincón del hogar: alegría de la vida, recreo de los sentimientos, incienso del alma.
Y como la mujer, por ley divina, es mezcla de niño y de ángel, regalos muy a propósito para ella serán siempre los juguetes artísticos y los sabrosos dulces.
También el libro, el libro bueno, el que á la oración convida, el que da esparcimiento honesto al espíritu y nutre de sanas enseñanzas el cerebro, es obsequio muy indicado para señoras.
En fin, cuando sinceramente tratemos de ser agradables, cuando la fantasía no nos señale el don que debemos hacer, levantemos el corazón, y sea nuestro agasajo amistad sincera, sentimiento purísimo, abnegación sublime. Las flores se mustian, los objetos se destruyen, lo perecedero perece; pero la esencia del alma, obsequio de inestimable valía, es el mejor de los regalos, es siempreviva inmortal.