Los regalos y la generosidad.
Para hacer un regalo se necesita un tacto exquisito y suma delicadeza, sobre todo cuando se hace a personas que puedan necesitarlo.
De los regalos.
La generosidad no consiste en dar, sino en saber dar a tiempo. A veces un regalo infortuno, en vez de agradecimiento, produce incomodidad. Para hacer un regalo se necesita un tacto exquisito y suma delicadeza, sobre todo cuando se hace a personas que puedan necesitarlo.
Los presentes se hacen a los amigos al regresar de algún viaje, en los días que se cumplen años, en el día del Santo y por Pascuas.
El día primero del año ofrece una ocasión muy oportuna para obsequiar a los que nos han hecho un servicio, a los superiores y a las señoras de nuestro aprecio.
Es también ocasión oportuna en las épocas de recoger las cosechas, si tenemos haciendas, pues está muy bien admitido enviar a sus conocidos frutas, flores o piezas de caza.
Es asimismo un presente delicado ofrecer los productos de nuestro ingenio, como alguna labor primorosa, un dibujo, etc.
Cuando queramos hacer un regalo, aunque lo tengamos que comprar en el punto en donde estemos, pretestaremos que nos lo han enviado de nuestro país, y cuando tengamos que dar cosas de utilidad a personas que lo necesiten, hagámoslo con tales miramientos que casi pueda creerse que somos nosotros los favorecidos.
Es absolutamente indispensable tener en cuenta para hacer un regalo, que sea acomodado a los gustos, a la edad y al estado del sujeto a quien se destina.
Para que los regalos exciten la sorpresa y el placer, es preciso no anunciarlos.
Cuando hayamos presentado nuestro regalo y hayamos recibido las gracias, procuremos no volver a hacer recaer la conversación sobre el particular, pues sería encarecerlo.
A veces es más fineza obsequiar a una persona, haciéndolo a su esposa o a sus hijos, y este es un medio delicado para no ofender la susceptibilidad de los que sufren escaseces.
Lo repetimos, nada exige mayor tacto que el dar, pues haciendo alarde de nuestros dones, o humillando al que los reciba, perdemos todo el mérito de nuestra buena acción.
Por poco que nos guste el objeto que nos regalen, manifestaremos sorpresa, alegría y agradecimiento, pues la intención siempre es la misma.
Serán más finos los elogios que prodiguemos al objeto recibido, cuanto más tiempo haya pasado desde que está en nuestro poder.
Cuando recibamos un servicio, no haremos a la persona que nos lo ha prestado un regalo, pues parecería que era recompensarle, y para hacerlo dejaremos que transcurra algún tiempo.
Tampoco el que se ha hospedado en casa de un amigo debe, al regresar a la suya, enviar a éste ninguna clase de regalo, pues sería ofenderle.
Jamás se vuelven a dar los regalos que se reciben.
El obsequiado, además de manifestar alegría, debe reñir amistosamente al que le obsequia por la molestia que se ha tomado.
En todas partes cuando se recibe un regalo se hace una visita de agradecimiento al que lo ha hecho, o si éste está lejos, se le escribe una carta.
También es sabida la costumbre de dar una gratificación al portador del regalo.
Nunca provoquemos un regalo con elogios o alusiones indirectas.