Origen de la correspondencia y la escritura. IV

La escritura es el maravilloso arte que da color y cuerpo a los pensamientos.

 

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Origen de la correspondencia y la escritura.

Los hechos tomados de Moises y de Job, son otros tantos monumentos sagrados e incontrastables que confirman admirablemente la antigüedad de una invención que los monumentos profanos celebran a porfía.

En el caso de que dejase Dios la invención de la escritura a la sagacidad de los hombres, como algunos piensan, y ya dimos a entender, es menester que la razón de acuerdo con las antigüedades profanas nos hagan ver que este descubrimiento no ha podido hacerse sino por grados, y poco más o menos del modo que ellos quieren. Dicen, pues, que se empezó por trazar o pintar las cosas que se hablaban; esto es, pintando un león, o un pájaro, para denotar que era un león o un pájaro de quien se queria hablar. Esta primera escritura no abrazaba sino las cosas presentes, y por consiguiente era muy limitada. Después, se discurrieron los signos simbólicos para expresar las cosas que no teníamos presentes, como por ejemplo una serpiente que se mordía la cola para significar un año; un cetro surmontado de un ojo abierto para manifestar un Rey vigilante; un navío con un piloto apoyado sobre el mástil para denotar el gobierno del Universo; una víbora para dar a conocer una mujer perversa, o unos hijos que maltratan a sus padres, y así a este tenor. Mas como era menester pintar, o a lo menos dibujar para formar esta escritura, y lo saben hacer muy pocos, degeneró bien presto, quedándose en unos caracteres groseros e informes, que retenían siempre los lineamentos de las figuras de que se habían valido en los principios.

La antigua escritura geroglífica, como ya se dijo, se reducía a tres especies: primera, a la pintura o simple representación de las cosas; segunda, a los símbolos o representaciones simbólicas; tercera, a los caracteres más o menos semejantes. Las antiguas inscripciones egipcias, de las que aun hoy subsisten muchas sobre las pirámides de Mémphis, y en otros parajes, nos suministran ejemplos de la primera especie. Semejante modo de escribir se usaba todavía en México cuando Cortés la conquistó. Todas las noticias que tenemos nos hacen ver de una manera constante y uniforme, que a la llegada de los Españoles hicieron los Mexicanos una especie de lienzos o pinturas que enviaron por correos a su Emperador para informarle de esta novedad. En ellos dibujaron la flota Española, la disposición y número de su armada, la tropa de caballería, cuyos individuos tuvieron por otros tantos monstruos formidables con dos cabezas y seis piernas, y en fin, señalaron las bocas de fuego, cuyo maravilloso efecto, como nuevo para los Indios, les hacía mirar a los Españoles como a los Dioses del trueno.

Los ejemplos de la segunda especie son frecuentes en las mismas inscripciones de Egipto, y aun los de la tercera no son allí raros; pero este último modo de escribir se ha conservado con especialidad entre la célebre nación de los Chinos, que tan difícilmente se separan de sus antiguos usos y costumbres. El es el que forma la lengua mandarina, que es la de los eruditos y literatos de aquel Imperio, y está compuesta de mas de ochenta millones de caracteres. Pero ¿donde hay memoria tan vasta y extensiva que sea suficiente para retener este prodigioso número de geroglíficos? Además, de que es menester convenir en que hay muchos que no son de un uso común y ordinario; entre ellos, pues, es un censor sabio el que posee bien un numero de 10.000.

Hay una gran diferencia de esta escritura a la alfabética. Nuestras letras dan a conocer los sonidos, y los geroglíficos al contrario, porque expresan inmediatamente las cosas, como sucede con nuestras cifras, nuestros caracteres químicos y astronómicos. Para esto se necesitaba una letra para cada cosa, lo que multiplicaba mucho su número, y hacía muy difícil tanto el arte de escribir como el de leer, según se puede conocer fácilmente por lo que hemos dicho de los Egipcios y Chinos. Por lo mismo se pensó en buscar un modo de escribir más sencillo y cómodo. Trabajóse desde luego en distinguir los sonidos primitivos, que son los más notables en la voz humana, y se observó que se reducían al corto número de 16, 20 ó 22; se discurrieron las letras que propiamente habían de expresar estos sonidos, y se vino de este modo a formar el primer abecedario.

Hecho este primer descubrimiento se fue adelantando aun más; observaron que los sonidos que expresaban las cosas no eran tan simples como ellos quisieran, sino que estaban compuestos de muchos sonidos primitivos juntamente combinados. Esta combinación se hizo así mismo de los caracteres o letras que los indicaban, y por ella se formaron diferentes palabras, que correspondían a las diversas composiciones de los sonidos. En el día parece esto demasiado sencillo porque se conoce; pero precisamente han de haber necesitado largas indagaciones, y un ingenio superior para llegar a conseguirlo.

En fin, se perfeccionó esta maravillosa invención formando una escritura alfabética que con pocas letras tuviese la ventaja no solo de escribir un gran número de palabras, sino también de dar a conocer una infinidad de cosas. Sin embargo, es menester confesar que esta ventaja tiene sus inconvenientes, porque no manifestando las palabras más que los sonidos, ni significando las cosas de una manera inmediata, no podian servir sino a una sociedad donde el uso hubiese fijado ya los sonidos destinados a significar cada cosa. Mas este inconveniente, no puede compararse con la utilidad singular que se saca de la escritura alfabética. Tal era ciertamente de la que usaba Moisés; tal la de los Caldeos, Siros, Árabes, Etíopes, Persas, Griegos y Romanos; tal la de todas las naciones conocidas en el día, si exceptuamos la China (Los Chinos escriben sus caracteres, que como hemos dicho son una especie de jeroglíficos, en columnas de alta a bajo que colocan del mismo mode que los otros Orientales disponen sus letras y palabras; esto es, de derecha a izquierda).

Por lo que toca a Cadmo, hijo de Agenor, Rey de Fenicia, a quien los historiadores profanos atribuyen comunmente la gloria de la invención de las letras, y entre ellos Herodoto, lib. 5 , cap. 58, convenimos desde luego en que es un hecho cierto en toda la antigüedad, que este Príncipe, contemporáneo de Moisés, fue desde Fenicia a Grecia al principio del gobierno de Josué, y llevó el uso de las letras que era allí desconocido. Pero ¿qué sacamos de aquí? ¿Que la invención de la escritura no es anterior a este Príncipe Fenicio? Nada menos que eso. Lo único que se puede conceder es, que los Griegos que aun no estaban civilizados, y eran entonces lo mismo que unos Nómades o salvajes que vivían errantes por las florestas, y se mantenían de bellota, como nos cantan los poetas, ignoraban un arte que es el fruto y unión de la sociedad. De aquí se infiere era conocido en otras partes, respecto de que Cadmo tomó sus letras de los Fenicios, y lo mismo mucho tiempo antes entre los Orientales, que habían sido primeramente civilizados, y de quienes, por decirlo así, trae el mundo su nacimiento.