Origen de las reuniones y conversaciones. II
Los príncipes a quienes en los pasados siglos había causado espanto la potente nobleza, aprovecharos todas las ocasiones de mermar sus privilegios
El origen de las reuniones y conversaciones
Aquella urbanidad
Las causas por las cuales se establecieron comunicaciones entre las varias reuniones sociales, y los miembros de una, emigraron a otra, son las siguientes:
La pasión del juego, vehementísima en todos tiempos y más en los antiguos, rompió la valla que separaba la nobleza del comercio, porque algunos nobles no creyeron envilecer sus cuarteles acercándose a los comerciantes con el deseo poco noble de adquirir jugando alguna parte de su dinero. Muchas familias nobles arruinadas por los dados y por los naipes, conocieron por experiencia que todos los diplomas nobiliarios no bastaban para comprar un palmo de paño o una libra de carne; y la plebe que había sufrido sus insultos cesó de respetarlas desde el punto en que no los vio en coche, de donde vino el proverbio de que, nobleza sin dinero es humo sin asado.
Los celibatos a que estaban condenados los segundones de los nobles los arrojó no pocas veces tras las huellas de bellezas plebeyas, y saliendo del palacio patricio no se desdeñaron de entrar en la casa del zapatero, del carpintero, del peluquero, en lo cual la nobleza se ensució con frecuencia y se dejó arrebatar no pocas riquezas, perdiendo en lo uno y en lo otro no poca consideración y estima.
Los príncipes a quienes en los pasados siglos había causado espanto la potente nobleza, aprovecharos todas las ocasiones de mermar sus privilegios, manantial de copiosas riquezas y de mayores medros; así fue que el coche que antes era tirado por ocho caballos, no lo fue sino por seis, después por cuatro y por dos, y quizás se quedó en la cochera llenándose de polvo, y todo eso trajo que se fuese desvaneciendo la niebla que cubria los árboles genealógicos, y los hacía grandes a los ojos del vulgo. Con el tiempo, avalorándose los derechos del mérito personal, repugnó dar algún precio a los antiguos pergaminos, y se dijo que un cojo no dejaba de serlo porque su abuelo hubiese tenido las piernas muy iguales, y por tanto que debía ser más estimado un artista que con su honrada industria aumentaba su peculio, que un noble que con los vicios daba fin con su patrimonio.
Las artes entran en la sociedad
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La poesía se atrevió a suponer, no sin reírse, que no todas las matronas nobles habían sido Lucrecias, y que algunas veces tuvieron hijos menos patricios que el marido, de suerte que la pureza de la sangre se puso muchas veces en duda en la opinión del vulgo, que siempre da la razón a quien le hace reír.
El aumento de los teatros disminuyó la concurrencia a las reuniones particulares, y como el deseo de conversar era el mismo que antes, hubo necesidad de menos escrúpulos en la admisión de nuevos miembros; al principio la etiqueta reclamó un diploma, y después se contentó con un vestido de seda.
Los inventos teóricos y prácticos pusieron en contacto a los doctos con los artistas; cada una de estas dos clases comprendió la necesidad de consultar a la otra; la primera para conocer los hechos, la segunda para obtener explicación de los mismos, y el docto aprendió a respetar al artista, y el artista se convenció de que los consejos del docto le podrían ser muy útiles. Creciendo los puntos de comunicación y los contactos sociales, crecieron y se extendieron las necesidades del lujo, de donde resultó que los operarios alcanzaron mejor recompensa de su trabado que en los tiempos anteriores, desapareciendo con esto, en todo o en parte, la miseria de la plebe, que pudo hacerse un traje inferior en finura al del rico, pero igual en apariencia.
Las reuniones que son un medio de felicidad social tan pronto, tan inocente, tan fácil a todos los hombres, tan convenientes a todas las condiciones, tan necesario a todas las edades, no podían librarse de la censura, por que siendo susceptibles de varios aspectos, ofrecían campo a los poetas para presentarlas en caricatura. Como quien no exagera no logra causar sino impresiones pasajeras, por esto a los defectillos verdaderos de las reuniones se les añadieron otros ficticios, y según suele suceder se crearon espectros para espantar a los niños y a las imaginaciones débiles; con la misma razón con que podría desacreditarse el sueño porque los sueños conturban nuestro espíritu.
La necesidad de sentir existe realmente cualquiera que sea su origen. Esta necesidad es apremiante en todos los hombres después del trabajo, del estudio o de los negocios; aun es más viva en los ricos, que no han de trabajar, estudiar ni ocuparse de negocios, y es vehementísima en las mujeres ya porque están dotadas de mayor sensibilidad, ya porque su vida es más monótona. Esta necesidad está aumentada por el instinto de la sociabilidad que impulsa a los hombres a reunirse a fin de comunicarse sus temores y sus esperanzas, sus penas y sus disgustos, y por esto vemos formarse reuniones sociales, lo mismo entre las salvajes hordas del desierto que entre las personas más corteses de nuestras ciudades. Esta necesidad atrae como un imán y consigue unir a las personas más indiferentes y hasta a los cortesanos que simpatizan como perros y gatos.
Las conversaciones consideradas como medio de reanimar las gastadas fuerzas y de ensartar sensaciones agradables en el intervalo que separa las necesidades satisfechas de las que deben satisfacerse, son en sí mismas tan inocentes como un paseo en un ameno jardín.
Los placeres que disfrutamos en la soledad exceptuando el caso de un particular afecto, decaen presto o pierden parte de su atractivo, mientras que comunicándolos a los demás parece que toman incremento y se extienden, y si los gustamos en su compañía, duran más, nos son más gratos, y se difunden por toda el alma.
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