Origen de las reuniones y conversaciones. IV

En tiempos pasados las conversaciones y reuniones eran pocas y los borrachos muchos; y el capital que ahora se gasta en vestidos, se gastaba entonces en vino

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

Origen de las conversaciones. El origen de las reuniones y conversaciones. Reuniones en los castillos feudales foto base Kayle Kaupanger - Unsplah

El origen de las reuniones y conversaciones

Aquella urbanidad

Cuando no es bien conocida la conducta de una persona poderosa, cada uno de los circunstantes comunica a los demás lo que él ha visto. Se avaloran los hechos y las conjeturas, se confrontan las realidades con las apariencias, se convocan las noticias anteriores y las concomitantes, y finalmente se llega a quitar la máscara a la impostura.

Las conversaciones son como los centinelas nocturnos, que de hora en hora se comunican el grito de vigilancia para reprimir el deseo de causar daño de los perturbadores públicos; y ofrecen un medio muy expedito para suscripciones a favor de los pobres. El interés que la señora de la casa sabe despertar en el corazón de sus amigos para favorecer a una familia, o a una clase desgraciada, el común deseo de mostrarse generoso, el ejemplo que mueve hasta a los más resistentes, todo concurre a que tenga buen éxito un proyecto generoso que sin la conversación hubiera quedado desvanecido o sido tardío.

En tiempos pasados las conversaciones y reuniones eran pocas y los borrachos muchos; y el capital que ahora se gasta en vestidos, se gastaba entonces en vino. En fuerza de las reuniones se han variado los hábitos de economía, y la elegancia ha sustituido a la borrachera. Aquella masa de licores que antiguamente consumía una persona sola con perjuicio de la salud y de la razón, ahora se distribuye inofensivamente entre diez, esto es, entre los artesanos que fabrican cosas cómodas y elegantes. Así, pues, en el aumento de las reuniones han ganado las artes y la moral.

Quien quisiere huir del contacto de todos los réprobos, correría el ríesgo de vivir solo. Si te quedas en casa no te ensucias el calzado, pero te privas de un paseo útil y delicioso; por lo mismo no pudiendo crearse para nosotros hombres perfectos, será mejor aumentar la fuerza de la virtud propia, que revelarnos contra los vicios ajenos. Decir que no debe sabernos mal ensuciar el calzado para dar un buen paseo, no es decir que nos hemos de meter en el barro hasta la cintura y con riesgo de rompernos una pierna; por analogía debe decirse lo mismo de las reuniones. Diré a los jóvenes que en la elección de conversaciones deben ser más reservados que los viejos, por que faltándoles la experiencia pueden quedar prendidos en los lazos que éstos despreciarían. Además la reputación de los varones y de los viejos está ya formada, sus buenas circunstancias son ya conocidas, y el hábito probado por muchos hechos responde a toda apariencia dudosa.

El juicio equivocado sobre los jóvenes

El joven, por el contrario, todavía ha de hacer que nazca esa buena reputación en el ánimo de los otros, y pocas veces es equivocado el juicio que los demás forman de nosotros cuando nos juzgan personas con quienes estamos en frecuente contacto, y es preciso observar que la vanidad les impide variar fácilmente la primera opinión que de nosotros han concebido, sea verdadera o no lo sea. Por tanto, aunque el joven no sea muy instruído, alcanzará mucha estimación si corre la voz de que se reúne con personas de mérito y goza de su confianza.

La conversación con las bailarinas, con personas de lealtad dudosa, o conocidamente malas, mancha la reputación de cualquiera, porque los perros sucios ensucian a aquellos a los cuales acarician.

Todos aconsejan a los jóvenes que no concurran a donde se jueguen juegos de azar, porque cualquiera que sea su resolución, acaban por caer y arruinarse. Ceden a las sugestiones y al ejemplo, al temor de ser tenidos por miserables, meticulosos o esclavos de la voluntad paterna; ceden al deseo de hacerse prontamente ricos, deseo que se enciende fácilmente y arde a la vista del oro.

Los perjuicios que ocasionan los juegos de azar

La pasión del juego, principalmente si es de azar, produce los daños siguientes:

1º Pérdida de la felicidad individual. Las vicisitudes del juego, aun cuando sean favorables, causan sacudimientos tan rápidos y fuertes que confinan con el dolor y estos sacudimientos son siniestros, porque la mayor parte de los jugadores pierden. Por otra parte, la sed de oro que lejos de quedar satisfecha crece con las pérdidas y se siente atormentada por ellas, es una gangrena que roe el ánimo del jugador, es una llama sutil que lo consume. Y no hablo de los suicidios producidos por el juego.

2º Pérdida de la salud. Esta es una consecuencia del estado del ánimo que queda descrito. La repetida acción del juego desarrolla un carácter irascible y una viciosa energía de sensibilidad que es muy nociva a la máquina corpórea, y por esto la mayor parte de los jugadores son decrépitos a los cuarenta años.

3º Pérdida de los bienes. Por cada jugador enriquecido en el juego encontraréis ciento que se han arruinado.

4º Pérdida de la reputación. Aunque no todos los jugadores son personas infames, la mayor parte no dejan de ser reprensibles, porque se exponen al peligro de convertirse en tales. Nadie da su hija por esposa a un jugador, nadie le admite por compañero en una empresa, nadie se gloria de ser amigo suyo, nadie le quisiera por amo, y todos los padres prohíben a sus hijos que se acompañen con él, considerándolo peor que la peste.

5º Pérdida de la sensibilidad por los gustos morales e intelectuales. Así como las personas acostumbradas al uso del rapé más fuerte, son insensibles a los suaves efluvios del clavel y de la rosa, así los que están acostumbrados a los violentos sacudimientos del juego se hacen insensibles a los placeres de la comedia, de la tragedia, de la pintura y de las demás bellas artes, de donde resulta que los momentos que no ocupan en el juego los consumen en el mayor fastidio. El juego aumenta la necesidad de sentir, y disminuye el poder de satisfacerla. El jugador se expone al peligro de perder y quizás pierde el único dinero que necesita para atender a las necesidades de la mujer y de los hijos, y entonces la inféliz suerte de éstos causa menos impresión en él que la necesidad de jugar. ¿Qué sensibilidad le quedará en el alma para las caricias de esos seres? El joven aficionado al juego huye de la compañía de sus padres, desprecia los placeres inocentes, desprecia sus consejos, acibara su vida, se convierte en ladrón doméstico, y quizás se deshonra con acciones que le conduzcan a la cárcel y a un presidio.

6º Pérdida del sentido común. Todo jugador raciocina del mismo modo que lo hace el vulgo cuando de los sueños deduce los números que ganarán alguna suerte en la lotería. El hábito de tomar por norma de sus juicios las fantásticas relaciones de las cosas, destruye el hábito de consultar sus relaciones reales, constantes y arregladas a la razón. Así es que éste no se correrá de atribuir sus pérdidas a su petaca, otro a la presencia de un enemigo; algunos no juegan sino dinero prestado como un preservativo contra la suerte, otros destinan parte de las ganancias a obras piadosas, como un gaje de lucros, etc.