El protocolo.

El cambio político habido después de las elecciones también tiene su protocolo.

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Cambio de gobierno y protocolo.

Ya entiendo que la educación es la educación, los modos son los modos, las normas son normas y las leyes suponen la referencia legal. Pero no vivimos tiempos aptos para tanta perogrullada. Que vaya a transcurrir todo un mes -varias semanas en el que los actos protocolarios se sucederán como único acontecimiento- hasta que podamos tener en España un gobierno digno de tal nombre es algo que clama al cielo.

Según parece, es lo que hay: procede seguir un protocolo preciso en el que el jefe del Estado, es decir, el Rey, convocará a los grupos parlamentarios con el fin de oír sus opiniones y comentarios hasta que, por fin, encargue a uno de ellos el formar gobierno. La ridiculez de un proceso así es notoria casi siempre.

Los portavoces de los distintos partidos o coaliciones no se cortan un pelo a la hora de evaluar los resultados electorales y no ya el Rey, que seguro que dispone de información privilegiada -como es lógico que así sea- sino cualquier ciudadano interesado por la política sabe de sobras cuál es la postura de tirios y troyanos. Pero incluso si eso no sucediera, la libertad que tiene el jefe del Estado para encargar a una persona en particular que ejerza como presidente y nombre a su gabinete es puro gesto ritual: quién tendrá la jefatura del Gobierno es una decisión que depende del abanico de escaños en el Parlamento. Si nos encontramos encima con que un partido ha ganado por una mayoría absoluta abrumadora, entonces lo ridículo del procedimiento alcanza ya cotas dignas del arte surrealista.

Nos esperan pues semanas en las que asistiremos a actos tan emocionantes como el de ver a los líderes de cada grupo parlamentario yendo a la Zarzuela para retratarse, todo sonrisas, con el monarca. Dejando de lado la visita de Amaiur, que tiene tela, el resto solo servirá para promover el zapping.

Mientras nos entretenemos con ese baile de salón ante el que, por cierto, cabe imaginar que los extranjeros se sentirán fascinados -ahí es nada, un rey dándole la mano a un caballero que se llama Iñaki Antigüedad-, el mundo de verdad sigue dándonos latigazos todos los días, las bolsas continúan su desplome y la prima de riesgo española alcanza los mismos niveles que llevaron a que se procediera al rescate de otros países en apuros. El resultado de una victoria por mayoría absoluta del Partido Popular, en contra de lo que se nos aseguró -y siguiendo los presagios que el sentido común indicaba- no ha servido de momento de nada en absoluto.

Sucede que los mercados financieros se interesan más por Adam Smith que por Sissí emperatriz, aspecto en el que tal vez no habían caído quienes diseñaron el protocolo para la formación de un nuevo gobierno. Si añadimos que el señor Rajoy tiene tantas ganas como una almeja de decir lo que habrá de hacer para capear la crisis, es posible que allá por las navidades los otros reyes, los magos, nos traigan carbón y los ministros ni siquiera hayan podido tener la oportunidad de sentarse en sus despachos.