De la urbanidad y de sus ventajas.

Si la urbanidad es necesaria en general, no es menos indispensable en particular.

Nuevo Manual de la Buena Sociedad o Guía de la Urbanidad y de la Buena Educación.

 

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Urbanidad es la feliz combinación de la moral y de la gracia, se debe considerar bajo este doble punto de vista y presidir, por consiguiente, tanto a nueslros más importantes deberes cómo a nuestras más frivolas diversiones. Cuando se la considera bajo este último aspecto, se creerá acaso que basta únicamente el trato de la buena sociedad para inspirar el hábito y el gusto de estas formas modestas y benévolas que constituyen la verdadera urbanidad; este es un error.

El decoro en los modales es el fruto precioso del conocimiento de sí propio y del respeto de los derechos de los demás, es el sentimiento de los sacrificios impuestos al amor propio por las relaciones sociales, es en fin una piadosa necesidad de afecto y de concordia. Mas el trato del mundo no es más que el barniz o mejor dicho la parodia de la urbanidad, pues que en vez de apoyarse como ella sobre la sinceridad, la modestia y la oficiosidad, se limita tan solo a no hacerse molesto sobre cosa alguna, a burlarse igualmente de sus sentimientos y sus debilidades, como de los defectos y virtudes de los demás, con tal que se haga con gracia y que nunca se vaya tan lejos que pueda herirse el amor propio de alguna persona.

Gracias a la costumbre, basta para ser reconocido por amable que aquel a quien se dirige una burla de mal género pueda reír tanto como el agresor. El trato del mundo no es por lo general mas que un hábil cálculo de la vanidad, un juego frivolo del entendimiento y una observancia superficial de las formas; falsa urbanidad que conduciría a la frivolidad o a la perfidia, si la verdadera no la inspirase la delicadeza, la reserva y la benevolencia. Oh!, si las prácticas del buen tono no se hubieran apartado jamás de esta virtuosa amabilidad, no veríamos a las gentes sencillas y buenas desconfiar de la urbanidad y cortesanía, y victimas de un farsante exclamar justamente con un acento lleno de amargura: este es un hombre cortesano; ni nunca se habrían separado de la debilidad y la cultura los eternos principios de la virtud.

El amor del bien, la virtud en una palabra es el alma de la política y urbanidad: el sentimiento de una justa armonía entre nuestros intereses y nuestras relaciones sociales es también indispensable a esta agradable cualidad. El buen humor excesivo, la alegría delirante, las grandes penas, la cólera, el amor, los celos, la avaricia y generalmente todas las pasiones son el escollo ordinario de la urbanidad. La medida en todas las cosas le es en tal grado necesaria que seria una falta contra ella poner demasiada afectación en observarla.

A la urbanidad, a sus justas y amables deferencias y consideraciones se debe todo el encanto, y aun se puede añadir la posibilidad de vivir en sociedad. Efecto y causa de la civilización, se apodera del gran móvil del espíritu humano, el amor propio, el deseo de agradar, para purificarle y ennoblecerle; para sustituir a el orgullo y a todas las odiosas pasiones que engendra, la benevolencia con todos los amables y generosos sentimientos que ella inspira. En una sociedad de personas verdaderamente corteses, el mal parece ignorado: lo justo, lo bello, lo bueno bajo el título de lo admisible y conveniente, se hacen sentir en todas partes; las acciones, las maneras, el lenguaje, lo manifiestan igualmente. Si a una de estas sociedades escogidas se llevara una de esas personas extrañas a los beneficios de una esmerada educación, bien pronto conocería su valor y querría inmediatamente reproducir en ella y en cuanto la rodea la urbanidad que le ha encantado.

La urbanidad dice M. Aimé Martin, se refiere a las costumbres y hace parte de la moral; es el saber vivir, es la decencia, el respeto de los demás y de sí propio, es por último el respeto de las cosas divinas; pues es preciso no confundirla con el bien decir es el hacer bien. Un farsante no podría enseñarla, la da la educación del alma, y acaso no existe un signo exterior no solo de urbanidad sino de simple política que no tenga su principio moral mas o menos próximo.

Hemos visto desaparecer la cortesanía en los sangrientos dias del terror, y lo que da a esta época un carácter único en la historia, no es que haya habido verdugos, sino que estos hayan mostrado placer en manifestarse bajo las formas mas abyectas. Es un espectáculo digno de las meditaciones del Legislador, un gran pueblo civilizado y sin finura de modales.

Hoy mismo el sentimiento de urbanidad se encuentra debilitado entre nosotros. En los pueblos antiguos estaba reglado por la virtud, en nuestros mayores por las delicadezas del honor; mas nuestras revoluciones sucesivas han apagado este último móvil y cambiado el carácter de la nación.

Si la urbanidad es necesaria en general, no es menos indispensable en particular. Rango, fortuna, talento, belleza, nada dispensa de la amenidad: nada puede inspirar la consideración ni el amor ni esa afabilidad graciosa, esa dulce dignidad, esa elegante simplicidad que constituyen el hombre fino.

Cada uno siente que la gracia dispuesta a servir agrada más que el mismo servicio, y que una sonrisa benévola, un tono afectuoso conmueve mas el corazón que la más brillante frase.

En cuanto a la parte técnica de la urbanidad en las cosas de pura fórmula, el hábito de la sociedad y de saludables consejos son sin duda alguna muy útiles; mas el gran secreto para no faltar a las reglas del buen tono es tener siempre el ánimo de portarse bien. En una tal disposición de ánimo, la exactitud en practicar las buenas reglas parece a todos llena de encanto y de poder; y no solamente entonces son excusables las faltas, sino que son agradables por el descuido y la sencillez.

Como San Agustín que se limitaba a decir: «amad a Dios y haced luego lo que gustareis» nosotros repetiremos a los jóvenes principiantes en el mundo; sed modestos, benévolos, y no os inquietéis de las faltas de vuestra inexperiencia; un poco de atención, los consejos de un amigo, podrán brevemente rectificar esos ligeros errores. Yo quiero ser este amigo. Encargándome de repisar y refundir el manual de la buena sociedad, hé deseado seros útil y he contraído este compromiso. Una distribución más metódica de la obra, acompañada de detalles más positivos y más variados, y de importantes aplicaciones para todos los estados y circunstancias de la vida, me atrevo a creer acabarán de hacer este tratado digno de su destino.