Urbanidad y Buenas Maneras. Principios generales. III.

Llámase urbanidad al conjunto de reglas que tenemos que observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y palabras.

Manual de Buenas Costumbres y Modales. (1852)

 

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33. Piensen pues las jóvenes que se educan, la gran responsabilidad que Dios ha puesto en su vida. Ellas serán las sembradoras de las preciosas semillas de la moral y los nobles sentimientos; ellas darán a sus hijos la maravillosa ambición del saber. Detrás de todo gran hombre hay casi siempre una gran mujer, llámese ésta madre o esposa. Dénse cuenta pues de la gran importancia que tiene la cultura en la mujer, no solamente como adorno, sino como necesidad. El mejoramiento de la humanidad puede estar en las manos de las madres futuras con una sólida educación e instrucción apropiadas.

34. La mujer tendrá por seguro guía que las reglas de urbanidad adquieren respeto de su sexo mayor grado de severidad que cuando se aplican a los hombres; y en imitación de los que poseen una buena educación, solo deberá fijarse en aquellas de sus acciones y palabras que se ajusten a la extremada delicadeza y demás circunstancias que le son peculiares. Así como el hombre que tomara el aspecto y los modales de la mujer, aparecería tímido y encogido, de la misma manera, la mujer que tomara el aire desembarazado del hombre, aparecería inmodesta y descomedida. La mujer debe ser esencialmente femenina y orgullosa de serlo. Su instrucción, educación y finos modales la ayudarán en la vida en familia tanto como en sociedad.

35. Para llegar a ser verdaderamente cultos y corteses, no nos basta conocer simplemente los preceptos de la moral y de la urbanidad; es además indispensable que vivamos poseídos de la firme intención de acomodar a ellos nuestra conducta, y que busquemos la sociedad de las personas virtuosas y bien educadas, e imitemos sus prácticas en acciones y palabras.

36. Pero esta intención y esta solución deben estar acompañadas de un especial cuidado en estudiar siempre el carácter, los sentimientos, las inclinaciones de los círculos que frecuentemos, a fin de que podamos conocer, de un modo inequívoco, los medios que tenemos que emplear para conseguir que los demás estén siempre satisfechos de nosotros.

37. A veces los malos se presentan en la sociedad con. cierta apariencia de bondad y buenas maneras, y aún llegan a fascinarla con la observancia de las reglas más generales de la urbanidad, porque la urbanidad es también una virtud, y la hipocresía remeda todas las virtudes. Pero jamás podrán engañar por mucho tiempo, a quien sepa medir con la escala de la moral los verdaderos sentimientos del corazón humano. No es dable, por otra parte, que los hábitos de los vicios dejen campear en toda su extensión la dulzura y elegante dignidad de la cortesía, la cual se aviene mal con la vulgaridad que presto se revela en las maneras del hombre corrompido.

38. Procuremos, pues, aprender a conocer el mérito real de la educación, para no tomar por modelo a personas indignas, no sólo de elección tan honorífica, sino de obtener nuestra amistad y las consideraciones especiales que tan sólo se deben a los hombres de bien.

39. Pero tengamos entendido que en ningún caso nos será lícito faltar a las reglas más generales de la urbanidad, respecto de las personas que no gozan de buen concepto público, ni menos de aquellas que, gozándolo, no merezcan sin embargo nuestra personal consideración. La benevolencia, la generosidad y nuestra propia dignidad, nos prohíben mortificar jamás a nadie; y cuando estamos en sociedad, nos lo prohíbe también el respeto que debemos a las demás personas que la componen.

40. Pensemos, por último, que todos los hombres tienen defectos, y que no por esto debemos dejar de apreciar sus buenas cualidades. Aún respecto de aquellas prendas que no poseen, y que sin embargo suelen envanecerse sin ofender a nadie, la urbanidad nos prohibe manifestarles directa ni indirectamente que no se las concedemos. Nada perdemos, cuando nuestra posición no nos llama a aconsejar o a responder, con dejar a cada cual en la idea que de sí mismo tenga formada; al paso que muchas veces seremos nosotros mismos objeto de esta especie de consideraciones, pues todos tenemos caprichos y debilidades que necesitan de la tolerancia de los demás.

41. Entre los defectos que indica el párrafo anterior , es muy conveniente prestar atención a corregir el que se deriva de voces desagradables, que multitud de personas tienen y no se dan cuenta; o si se dan creen hacerlo muy bien, únicamente porque a ellas les place.

42. No cabe duda, dice Miss Eichler, que el origen de la palabra hablada se pierde en la noche de los tiempos, pero podría asegurarse que el hombre comenzó a darse a entender por medio de señas, y luego de sonidos monosilábicos y guturales, cuando ya no fue posible vivir a solas con sus propios pensamientos, cuando quiso dar a conocer sus sensaciones, explicar sus sorpresas, sus temores y los placeres y amarguras de la vida diaria.

43. Recién despertado al razonamiento el cerebro del hombre, éste quiso, asi mismo, lanzar gritos de terror, exclamaciones de alarma ante el peligro, arrullar y ser arrullado en el placer, dar alaridos de dolor, aullar de cólera. Éstos han de haber sido los comienzos más primitivos de la palabra humana hablada, muy semejantes a los sonidos de las bestias y las aves de rapiña. Precisamente, para evitar nosotros el retroceso a la época milenaria, debemos corregir nuestra voz, evitando no hacerla desagradable por todos los medios posibles.

44. Un enorme lapso de tiempo separa la voz actual humana de los sonidos guturales y ásperos del hombre de las cavernas, y no hay que olvidar que la voz moderna es el producto de largas etapas de cultivo y refinamiento, teniendo la misma aplicación en el hogar que en la sociedad y los negocios, de tal suerte que la belleza y la modulación de la voz indican el grado de nuestra cultura.

45. Consecuentemente, evitemos con todo cuidado que se nos oiga levantar la voz en nuestra casa, no dejándonos arrastrar a la violencia por la ligeras discusiones que se suscitan en la vida doméstica, especialmente cuando reprendemos a nuestros subalternos por las faltas que han cometido.

46. Porque la palabra, más que el vestir, denota nuestra educación. Por medio de las palabras que cambiamos con una persona durante los minutos que bastarían para que pasara un aguacero tropical, podemos adivinar si esa persona tiene educación o no. Desde el momento que abre la boca un desconocido, comprendemos si se un jayán disfrazado de caballero, o si es una persona correcta, refinada, o un ente vulgar.

47. La mujer es quien se encuentra más expuesta a alzar la voz, con las frecuentes contrariedades que los niños o los criados le proporcionan en el gobierno del hogar. Pero es conveniente que entienda la mujer, sobre todo la mujer joven, que la dulzura de la voz en ella es un atractivo mayor que en el homnbre y de mucha más importancia que en aquél; que la mujer que grita desmerece demasiado a los ojos de propios y extraños; y que, si bien es cierto que su condición la somete a duras pruebas a este respecto, lo mismo que en otras numerosas ocasiones, también lo es que la vida nos proporciona mayores recompensas, mientras más grandes son nuestros sacrificios.

48. Muchos de nosotros dedicamos gran parte de nuestro tiempo al vestido y la forma de conducirnos exteriormente, olvidando por completo el cultivo de la voz, que cuenta mucho en la vida, y que puede servirnos de ascendiente sobre aquellos con quienes tratamos.

49. Uno de nuestros primeros deberes es cultivar un tono de voz dulce, agradable e interesante, venciendo todas las malas costumbres adquiridas al recitar las lecciones en la escuela. Nadie puede darnos una voz que tenga esas cualidades, como no seamos nosotros mismos. Después de todo, la voz es la expresión de nosotros mismos. Una persona agradable, tiene una voz agradable.

50. Consecuentemente, resulta de vital importancia vencer cualesquiera defectos bruscos o estridencia de nuestra voz, lo mismo que el atiplamiento, poruqe ninguno de aquellos es grato al oído ajeno. Así como la música más bella suena mal en un instrumento desafinado, las palabras más elocuentes se pierden cuando se dicen a gritos, con entonaciones cadenciosas y monótonas.

51. Pocas cualidades son tan gratas en el hombre o la mujer, como una voz clara, suave y modulada. Muchas personas reciben clases de música únicamente con el objeto de cultivar la palabra hablada, que la llave para abrirnos la puerta de la vida social. Cuentan de Demóstenes que tenía una voz desagradable y tartamudeaba cuando niño, habiendo llegado a ser con el tiempo el más grande de los oradores, únicamente a fuerza de voluntad venciendo dichos defectos.

52. Es conveniente recordar que la voz brota del pecho, y no de la cabeza ni de la garganta, de tal suerte que nuestras palabras deben salir de los labios con naturalidad, sin excesivo esfuerzo ni afectaciones. Para adquirir una voz agradable, nada mejor que leer a intervalos cortos en voz alta, enfrente de un espejo, para cuidar nuestra boca cada vez que pronunciamos una palabra, y corregir los defectos.