Del modo de conducirnos en sociedad. De las visitas. Del modo de conducirnos cuando recibamos visitas.

Procuremos que las personas que nos visiten, sin excepción alguna, se despidan de nosotros plenamente satisfechas de nuestra manera de recibirlas.

Manual de Buenas Costumbres y Modales. 1.852

 

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Manual de Buenas Costumbres y Modales. Urbanidad y Buenas Maneras.

1. Procuremos que las personas que nos visiten, sin excepción alguna, se despidan de nosotros plenamente satisfechas de nuestra manera de recibirlas, tratarlas y obsequiarías; haciéndoles por nuestra parte agradables todos los momentos que pasen en sociedad con nosotros, por los medios que sean más análogos a su edad, sexo y categoría, al grado de amistad que con cada una de ellas nos una, y según el conocimiento que tengamos de sus diferentes caracteres, gustos, inclinaciones y caprichos.

2. Cuando se nos anuncie una visita y no nos encontremos en la sala de recibo, no nos hagamos esperar sino por muy breves instantes; a menos que alguna causa legítima nos obligue a detenernos un rato, lo cual haremos participar a aquélla inmediatamente, a fin de que nuestra tardanza no la induzca a creerse desatendida.

3. Luego que estemos en disposición de presentamos en la sala de recibo, nos dirigiremos a la persona que nos aguarda, la saludaremos cortés o afablemente, y la conduciremos al asiento que sea para ella más cómodo.

4. Los dueños de la casa extenderán siempre la mano a todas las personas de su sexo que los visiten, así al acto de entrar como al de salir, aún cuando sean para ellos desconocidas y sólo lleven por objeto tratar sobre negocios.

5. Cuando nos encontremos en la sala de recibo al llegar una persona de visita, le ofreceremos siempre asiento inmediatamente después de haberle correspondido su saludo.

6. El visitado puede invitar al visitante, como una muestra de obsequiosa consideración, a sentarse a su lado y a su derecha, más si éste, con arreglo a lo prescrito en anteriores párrafos, rehusase tomar la derecha, le invitará precisamente a ello por una segunda vez. Cuando el visitante sea un sujeto muy respetable o una señora, el visitado no le ofrecerá otro puesto, sino en el caso de estar aquél debidamente ocupado.

7. Cuando un caballero reciba a varias señoras, no se sentará en una misma línea con ellas, sino que, colocándolas en los asientos principales, se situará en un lugar desde el cual puede dirigir a todas la palabra, sin necesidad de volverse para ello a uno u otro lado.

8. Cuando la señora esté acompañada de visitas y se presentase otra señora, luego que ésta haya penetrado en la sala de recibo, se levantará de su asiento y se dirigirá a encontrarla. Lo mismo hará un caballero respecto de una señora; pero no respecto de otro caballero, si se halla él solo recibiendo señoras o sujetos muy respetables, pues entonces se limitará a avanzar hacia él uno o dos pasos al acto de ser saludado especialmente. Un caballero puede, sin embargo, en todos los casos, abandonar el círculo para dirigirse a encontrar, dentro de la misma sala, a un sujeto constituido en alta dignidad.

9. Según se deduce de los párrafos anteriores, el dueño de la casa no puede en ningún caso permanecer sentado, ni al acto de entrar ni al de retirarse una visita, sea cual fuere; más en cuanto a la señora, ella no se pondrá de pie sino cuando sea otra señora la que entre o se retire.

10. Cuando van saliendo sucesivamente las personas de la casa a recibir una visita, es impropio y sobremanera fastidioso que cada una de ellas vaya haciendo a ésta unas mismas preguntas sobre la salud de su familia, sobre sus deudos ausentes, etc. Toca a la primera persona que sale el hacer estas preguntas, y en todos los casos, a la señora y al señor de la casa, cuando quiera que se presenten.

11. A la persona que hace una visita de ceremonia, o cualquiera otra de etiqueta, no se la invita jamás a apartar su sombrero de las manos, para colocarlo en un lugar cualquiera de la sala de recibo. A las personas de confianza y a las de poca confianza sí puede hacérsele esta sugerencia, la cual podrá repetirse hasta por dos veces.

12. Si al salir nosotros para la calle, encontráremos ya dentro de nuestros umbrales a una persona que viene a visitamos, la invitaremos a pasar a la pieza de recibo por una vez, si es un asunto urgente el que nos lleva fuera de nuestra casa, y hasta por dos veces, si nuestra salida puede, sin perjuicio de nadie, diferirse para después. Aún en casos de urgencia, deberemos instar por una segunda vez a una persona que sea para nosotros muy respetable, satisfechos, como debemos estar, de que su visita no habrá de prolongarse indiscretamente.

Más puede acontecer que en el curso de ésta entre otra persona que no tenga motivo para saber que no podemos detenernos, y en este caso, como en todos aquellos en que no nos sea dable excusarnos de recibir a una persona, nos es enteramente lícito manifestarle nuestra urgente necesidad de salir; bien que siempre en términos muy corteses y satisfactorios, y expresándole la pena que nos causa el tener que privarnos de su compañía.

13. Si tenemos en nuestra casa una reunión de invitación especial, y una persona que lo ignora se presenta a visitarnos, guardémonos, puesto que habrá de retirarse prontamente, de invitarla, por más de una vez, a prolongar su visita.

14. Cuando seamos visitados en momentos en que nos encontremos afectados por algún accidente desagradable, dominemos nuestro ánimo y nuestro semblante, y mostrémonos siempre afables y joviales. Si hemos experimentado una desgracia, o nos encontramos en un conflicto que pueda estar al alcance de nuestros amigos, nuestro continente será grave y nuestra conversación limitada, pero siempre dulce nuestro trato, siempre suaves nuestros modales, siempre cortés y obsequiosa nuestra conducta.

15. Guardémonos de presentar en el estrado a los niños que nos pertenezcan, sea cual fuere el grado de amistad que tengamos con las visitas que en él se encuentren. Son las señoritas y los jóvenes ya formados los que acompañan a sus padres a hacer los honores de la casa; lo demás es una vulgaridad insoportable, de que no se ve nunca ejemplo entre la gente de buena educación.

16. Es de muy mal tono el iluminar la sala de recibo con una luz demasiado viva, cuando se reciben visitas de duelo o de pésame, y siempre que acaba de experimentarse o se teme una desgracia de cualquier especie.

17. Siempre que recibamos visitas, aplicaremos las mismas reglas que tenemos que observar al hacer una visita, respecto de la manera de conducirnos cuando encontramos o llegan después otras personas. Así, cuando acostumbremos tratar con familiaridad a la persona que nos visita, y entrare otra a quien no pueda ella, o no podamos nosotros tratar del mismo modo, adaptaremos nuestra conducta al grado de circunspección con que deba ser tratada la de menor confianza.

18. Los dueños de la casa son los que están principalmente llamados a comunicar animación y movimiento a la conversación. Si en los momentos en que suelen quedarse en silencio todos los circunstantes ellos no se apresuran a tomar la palabra, sino que guardan también silencio, podrá creerse que la reunión no les es agradable, o que han llegado ya a desear que se disuelva. Sin embargo, nada de esto es aplicable a los casos en que a la persona que recibe visitas, le haya acontecido recientemente o le amenace una desgracia cualquiera, de la cual están en conocimiento sus amigos.

19. Cuando estemos recibiendo visitas, y tomemos la palabra en una conversación general, nos dirigiremos alternativamente a todos los circunstantes, de la manera que quedó establecida en los párrafos anteriores; con la sola diferencia de que cuando según el orden allí indicado, debiéramos fijarnos más frecuente y detenidamente en la persona de nuestra mayor amistad, nos fijaremos en aquélla; que sea según nuestro criterio de más respetabilidad y etiqueta.

20. Siempre que una persona se dirija a nosotros a tratar sobre un negocio, guardémonos de incitarla directa ni indirectamente a entrar en conferencia, en momentos en que nos encontremos acompañados, ya sea de alguna otra visita o de personas de nuestra propia familia; a no ser que el negocio nos concierna exclusivamente a nosotros, y seamos dueños de tratarlo sin más reserva que aquella que nos convenga, pues entonces haremos o no la invitación, según lo que en cada caso nos aconseje la prudencia. Pero tengamos entendido, que nada hay más descortés que emprender un largo diálogo de esta especie, delante de personas que sean extrañas a la materia sobre la cual se trate.

21. Procuremos no dejar nunca a solas a dos personas que sabemos se encuentran desavenidas, o que absolutamente no se conocen, por íntima que sea la confianza que tengamos con ellas.

22. Cuando estemos recibiendo una visita y se nos entregue una carta, no la leamos sino en el caso de que sepamos que trata de un asunto importante y del momento, y siempre con la venia de aquélla. Si la visita que recibimos es de etiqueta, se necesita que el contenido de la carta sea demasiado grave y urgente, para que haya de entregársenos ésta en el estrado, y para que nos sea licito leerla inmediatamente.

23. Cuando la persona que nos visite quisiere retirarse a poco de haber recibido nosotros una carta, y temiéramos que lo haga tan sólo por esta consideración, la invitaremos a que se detenga, y aún la instaremos, si el contenido de aquélla no nos impone algún deber que tengamos que llenar sin demora.

24. No nos es lícito ofrecer comidas o bebidas a una persona de etiqueta, sino en el caso de que la hayamos invitado expresamente a pasar con nosotros un largo rato, o de que nos visite en una casa de campo. En orden a lo que sea propio y oportuno ofrecer, atengámonos a lo que se estile entre personas cultas y bien educadas.

25. Si cuando hacemos visitas de confianza, es un acto oportuno y obsequioso incitar a cantar o a tocar a las personas de la casa que poseen una u otra habilidad, no puede serlo menos el hacer esta incitación a las personas que nos visiten, siempre que en ellas concurren idénticas circunstancias. En tales casos, tendremos presentes las reglas contenidas en los párrafos anteriores de este libro.

26. Cuando tengamos de visita diferentes personas, seamos en extremo prudentes y delicados al hacer en nuestros obsequios aquellas distinciones que merezcan las unas respecto de las otras, según su edad y representación social; pues no por tributar a una persona las atenciones que le son debidas, podemos en manera alguna desatender ni menos mortificar a ninguna otra. En cuanto a las preferencias y consideraciones especiales que se deben al bello sexo, procederemos siempre con mayor libertad y sin temor ni escrúpulo, pues jamás podrá un caballero creerse desatendido, sino por el contrario, complacerse, al verse pospuesto en sociedad a una señora, sea de la manera que fuere.

27. La señora de la casa no se debe permitir sugerir a un caballero a que acompañe a una señora que se retira, con la cual no lleve éste amistad, sino en el caso de tener con él entera confianza, y de mediar alguna circunstancia excepcional que pueda racionalmente justificar semejante conducta.

28. Es enteramente impropio instar a detenerse en nuestra casa, a una persona de etiqueta que ha terminado su visita y se despide; y bien que nos sea lícito hacer esta invitación a una persona de confianza, nos abstendremos de hacerla de nuevo a aquélla que, cediendo a nuestros deseos, haya permanecido ya un rato en nuestra compañía.

29. Al acto de retirarse una visita, se tendrán presentes las reglas siguientes:

29.1. La señora de la casa acompañará a otra señora hasta el portón, o hasta la escalera siendo el piso alto; pero si al mismo tiempo está recibiendo otras visitas, la acompañará solamente hasta la puerta de la sala.

29.2. Siempre que un caballero haya de despedir a una señora procederá del modo indicado en la regla precedente, con la diferencia de que si el piso es alto y ha de salir fuera de la sala deberá acompañar a aquélla a bajar la escalera y hasta el portón; y cuando la señora vaya en automóvil manejado por ella misma, el caballero le abrirá la puerta ayudándola a subir.

29.3. Si es una familia la que ha recibido la visita de una señora, y se hallan en la sala otras visitas, una parte de aquélla irá a acompañarla hasta el portón o hasta la escalera.

29.4. Un caballero acompañará a otro caballero hasta el portón o hasta la escalera; si se encuentra él solo recibiendo otras visitas, no le acompañará más que hasta la puerta de la sala; y si las demás visitas son de señoras o de sujetos muy respetables, y el que se despide no está investido de un alto carácter, se limitará a avanzar hacia él uno o dos pasos al acto de darle la mano.

29.5. Las señoras hacen siempre desde su asiento una cortesía a los caballeros que se despiden.

30. La persona que acompaña a otra que se despide cuidará de ir siempre a su izquierda; y si son dos las personas acompañantes, se situará una a su izquierda y otra a su derecha.

31. En todos los casos en que hayamos de acompañar a una persona hasta el portón o hasta la escalera, podemos hacerle el obsequio, bien por respeto o por cariño, de seguir con ella hasta la puerta de la calle.

32. Ya sea hasta la puerta de la sala o hasta el portón que acompañemos a una persona nos detendremos algunos instantes después de haberla despedido para corresponderle la cortesía que habrá de hacernos desde el portón o desde la puerta.

Ver el manual completo de Antonio Carreño.