Sobre gazapos, listos y listillos

Hay personas a las que les gusta criticar sin aportar, juzgar sin saber e incluso molestar por molestar con sus comentarios malintencionados.

Revista XL Semanal - Patente de corso

 

Llamada teléfono. El virus de la Navidad Isengardt

Criticar y juzgar sin aportar

Leyendo la estupenda columna "Patente de corso" de Arturo Pérez-Reverte que publica en la revista Semanal XL nos hemos sentido tan identificados que hemos decido publicar un pequeño extracto en el que hace referencia a esas personas que critican pero no aportan nada. Que buscan errores pero no los corrigen, los agrandan y magnifican.

Como bien dice el señor Pérez-Reverte, todos cometemos errores y equivocaciones. Nosotros, también. Pero nos gusta aprender y enmendar cualquier errata, inexactitud o confusión.

La gran mayoría de las cartas que recibimos nos ayudan con esta compleja tarea. Pero también hay unos cuantos lectores, pocos gracias a Dios, que tienen una intención más aviesa.

Este es un pequeño extracto de artículo:

Alguna vez comenté en esta página la existencia de una clase de lector que a menudo es muy útil, pero que en sus versiones psicopáticas resulta un perfecto tocapelotas. Lo curioso es que suelen ser hombres. En los treinta años que llevo escribiendo novelas, no recuerdo un solo caso en que se tratara de mujeres. Aunque esto no las excluye, naturalmente, y sólo sitúa el asunto en terreno estadístico. Me refiero a quien, después de hacerte el honor de calzarse tu libro, escribe una carta o se pone en contacto contigo para decirte que en tal o cual página hay un error, o una errata. Por lo general eso se agradece mucho, pues el error y la errata son parte consustancial de cualquier fruto de darle a la tecla. Cualquiera que practique este oficio sabe que, por mucho esmero que pongas, raro es el texto donde no quede un descuido, un dato mal consignado, una errata que pasa a todos inadvertida hasta el día aciago en que por primera vez abres el libro recién impreso y ahí está el gazapo, masticando una zanahoria, mirándote a los ojos mientras pregunta "¿Qué hay de nuevo, viejo?".

Hay sin embargo, como digo, una variedad de censor de erratas que puede ser molesta: el que desde el principio no plantea la cosa como un deseo de ayudarte a mejorar el texto en una siguiente edición, sino que trata de demostrar que es más listo y está mejor informado que tú. A veces eso es cierto, pues aunque pases años currándote un texto y lo apoyes con intenso trabajo y amplia biblioteca, hay mil rendijas por donde pueden colarse una inexactitud o un error. La primera lección la obtuve con mi primera novela, El húsar, cuando un lector me comunicó, en términos muy simpáticos, que era imposible que mi personaje se tumbara bajo un eucalipto, porque los eucaliptos no llegaron a España hasta después de la guerra de la Independencia. Del mismo modo, cuarenta años después, otro lector, vecino de Aranda de Duero, me ha hecho notar que en mi última novela sitúo el río Riaza algo desplazado de su ubicación real. Lo que demuestra dos cosas: que hay lectores atentos y agradables, y que, por mucho que vayas de riguroso y documentado, siempre hay un agujero donde meter la pata...

...Otra cosa, claro, es el tocapelotas profesional, sobrado, agresivo, que se frota las manos pensando: "A éste lo he pillado". Y acto seguido se relame contándotelo, no en plan constructivo, sino para dar por saco en plan: "Si hubiera consultado usted con un experto como yo, que no escribo novelas porque no quiero, esto no le habría pasado". Y es curioso –brindo el asunto a los psicólogos–, porque esta clase de fulanos en busca de su minuto de gloria es la que más se equivoca. Quizá sea la soberbia que los ciega, o las prisas por tirarse el pegote, pero el caso es que a veces ni lo comprueban. Y suelen columpiarse de forma clamorosa...