I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. X.

El penúltimo jalón en el camino. La generalización de la educación.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta

 

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Un comportamiento civilizado presupone una regulación conductual y emocional en los hombres que, con todo, no tiene por qué traducirse exactamente en el mismo tipo de comportamiento para todos los seres humanos. Los autores que con sus publicaciones dan contenido al código de la civilización son conscientes de la variabilidad de conductas y modos de expresión de emociones según la zona geográfica que se considere. El poseedor de un comportamiento civilizado ha de tener en cuenta esta variabilidad geográfica de los hábitos para no calificar de 'incivilizadas' determinadas actitudes y conductas sostenidas por otros hombres. José de Urcullu se hace eco de esta variabilidad y apunta que, mientras en España está pésimamente considerado ofrecer a una persona del vaso del que previamente se ha bebido, en algunos cantones holandeses este mismo acto se considera un gesto de camaradería del dueño de la casa para con sus invitados (Urcullu, 1897:113). En definitiva, de lo que se trata es de contemplar un margen de flexibilidad antes de tildar de incivilizada una determinada conducta atendiendo, en este caso, más a la intención que a los modos. José de Urcullu de nuevo proporciona un vívido ejemplo de este proceder:

"Un indio que desea dar a entender a su huésped que le cuenta ya en el número de sus amigos, le presenta la pipa, después de haber fumado él y otros varios de ella. Un europeo delicado rehusaría llevar a la boca una pipa que había pasado por los labios sucios de una porción de salvajes; pero ¿no vale más hacer un esfuerzo para vencer una pequeña repugnancia, que afligir a un hombre de bien que me dice a su modo: 'yo soy amigo tuyo'?" (Urcullu, 1897:113).

El trasfondo de estas palabras deja entrever una de las cuestiones más controvertidas que se ciernen sobre el concepto de civilización. Tradicionalmente, los detractores del vocablo han visto en él un argumento usualmente empleado para teorizar a favor de la superioridad cualitativa de unas comunidades o personas sobre otras. Esto es, el civilizado es superior cualitativamente al que es considerado "incivilizado". Sin embargo, las publicaciones que aquí manejo no efectúan declaraciones explícitas en este sentido; es decir, parece tratarse de una cuestión que no merece espacio y tratamiento. Únicamente una publicación más próxima temporalmente a nosotros, "El Libro del Saber Estar" de Camilo López, alude a esta cuestión. El autor advierte que es un sinsentido hablar de comportamientos o hábitos más o menos civilizados si con ello lo que se pretende es afirmar la superioridad cualitativa de unos hombres sobres otros. Como mucho, cuando el vocablo 'civilización' designa logros y avances tecnológicos sí que puede hablarse de que el desarrollo técnico-tecnológico sitúa a unas comunidades humanas al frente de otras. López insiste en que las prescripciones que ofrece en su obra no tienen la intención de situar a unas personas cualitativamente por encima de otras sino ofrecer tan solo un modelo de actuación y conducta no vinculante ni impositivo (López, 1990:11-12): "Nada de lo que digamos aquí pretende constituir un dogma ni alcanzar validez universal. Tal intento sería además una osadía, una pretensión vana" (López, 1990:17).

En síntesis, por tanto, el código de la civilización parte del axioma de la naturaleza social del hombre, de la natural inclinación del ser humano a vivir junto a sus congéneres. Esta convivencia y dependencia mutua está mediada por la presencia de dicho código, cuya observancia garantiza una sociabilidad ordenada y satisfactoria entre los hombres. Lo que solicita el código de los individuos es la autorregulación de sus conductas y sus emociones; que sean capaces de autocontenerse y autocoaccionarse a fin de no quedar a merced de cambiantes e imprevistos apetitos.

5.2. Los argumentos de la civilización.

Los argumentos empleados por el código de la civilización a la hora de justificar el porqué de cada uno de sus preceptos son de variado cuño. Existen argumentos higiénicos, históricos, de sentido común y morales. A diferencia de los códigos anteriores, son los argumentos higiénicos los que resultan más novedosos, razón por la cual he optado por dedicarles una sección específica. Lo que sí se constata dentro del código es la presencia de una variedad de argumentos frente a la omnipresencia del argumento social de códigos precedentes; argumento que pierde progresivamente peso como consecuencia de la inserción de las buenas maneras en un universo social igualitario.

A partir de estos argumentos, las diferentes publicaciones desglosan las conductas prácticas que los lectores deben desarrollar si bien este desglose ya no se produce, como sucedía anteriormente, acompañado de puntualizaciones acerca del carácter o los rasgos de personalidad de quien asume dichas conductas o las rechaza. Cada vez más, estas publicaciones van dejando de lado tales puntualizaciones o caracterizaciones psicológicas de las personas refinadas y con buenas maneras o de las toscas y de maneras groseras. Este dejar de lado paulatino desemboca en los manuales actuales de urbanidad o etiqueta donde este tipo de caracterizaciones ha desaparecido. Los manuales actuales, como señala Helena Béjar, son de apariencia neutra, centrándose en la enumeración de determinadas pautas de conducta, por ejemplo, en la mesa, en las conversaciones telefónicas, en las visitas a los enfermos o en las bodas, sin profundizar en los caracteres psíquicos de las personas que deciden asumir tales comportamientos (Nota: Béjar (1993a:148) señala literalmente: "[...] los manuales de etiqueta actuales carecen tanto de la frescura de los del código de la civilidad como de la penetración psicológica de los de la prudencia"). Al igual que se afianza la apariencia neutra de las publicaciones, los argumentos que en ellas se emplean van a adquirir también un formato progresivamente neutro, no valorativo y desprovisto de juicios de valor. De esta manera se alcanza en la actualidad una descripción presuntamente objetiva de las normas de buena conducta apoyadas en argumentos teóricamente asépticos que reenvían a la historia y a la sedimentación de las costumbres a lo largo de los siglos (argumento histórico), a la simple y universal facultad de raciocinio humano (argumento de sentido común) o a la necesaria e indiscutible concordia que ha de presidir las relaciones humanas (argumento moral). Trataré a continuación cada uno de estos argumentos por separado para concentrarme posteriormente en el denominado argumento higiénico.

5.2.1. La historia, el sentido común y la moral como argumentos.

El argumento histórico reposa fundamentalmente en la convicción de que existe un sedimento de costumbres y hábitos que conformándose a través de los siglos llegan hasta nuestros días. Costumbres y hábitos actuales se desarrollan en coherencia con hábitos y costumbres pretéritos siendo este pasado donde pueden hallarse las claves para comprender la lógica de los comportamientos contemporáneos. El hecho de que exista esa continuidad entre el pasado y el presente muestra por un lado que, la pervivencia de ciertos hábitos y costumbres que logran mantenerse son en cierto modo una prueba inequívoca de que resultan útiles para cualquier ser humano en todo tiempo y circunstancia y, por otro, que dicha pervivencia demuestra que tales hábitos y costumbres han posibilitado ciertos aspectos de la vida común entre los hombres y favorecido la cohesión entre ellos (Nota: Para una interpretación convergente Cfr. Béjar (1993a:142)). El argumento histórico se apoya en la validez que confiere a un hábito, comportamiento o costumbre su pervivencia en el tiempo. De algún modo, tal pervivencia viene a ser sinónimo de utilidad, que mantenida a través del tiempo, se torna en utilidad objetiva cuasi-incuestionable. Lo que pervive a través del tiempo y le fue útil a otros hombres, puede ser también relevante para los hombres actuales. Que no se haya prescindido de hábitos, costumbres, prescripciones y recomendaciones con el devenir de los siglos viene a confirmar su atemporalidad, su validez y su objetividad. Camilo López en "El Libro del Saber Estar" ofrece una serie de recomendaciones en torno a las buenas maneras amparándose en dicho argumento histórico.

Los trajes de hombre y mujer deben abotonarse de diferente manera. Las mujeres se abotonan de derecha a izquierda y los hombres en el sentido contrario. En el caso de las mujeres, esta manera de abotonarse procede de tiempos inmemoriales, cuando el niño se coloca en el brazo izquierdo con la idea de amamantarlo, mientras que la mano derecha queda para abrir el corpiño y alimentar así a la criatura. En el caso del hombre, el proceder en el abotonamiento viene del tiempo en el que el varón agarraba con la mano derecha la espada que estaba colgada en el lado izquierdo (López, 1990:36). El uso del smoking se retrotrae al siglo XIX cuando los hombres jamás han de fumar delante de mujeres por consideración hacia ellas y retirados a una sala dan cuenta del tabaco enfundados en un traje confeccionado expresamente para tal menester (López, 1990:44).