I. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN: El penúltimo jalón del camino. XVI.

El penúltimo jalón en el camino. La generalización de la educación.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta

 

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El servicio doméstico así concebido se asemeja a los vestigios de una antigua sociedad señorial. A partir de los años cincuenta, resulta cada vez menos frecuente que las familias posean un cuerpo de servicio doméstico de varios miembros. A lo sumo, algunas casas deben conformarse con una criada a la vez que se generaliza la contratación por horas de determinados servicios domésticos, sobre todo de limpieza (De Miguel, 1991: 41). Mas los manuales continuarán insistiendo en la necesidad de mantener la distancia frente al servicio doméstico, una distancia que realce y confirme la superioridad cualitativa, en este caso, de la dueña y señora de la casa sobre sus empleadas y criadas. Para ello se apela a la tradicional cesura entre el noble y el sirviente, al imperativo de demostrar con sus formas el porqué de su privilegiada posición social y a la perenne obligación de que esto sea así dada su condición nobiliaria. Y este esquema, propio de un universo estamental de preponderancia nobiliaria, se traslada sin ningún tipo de adaptación a pleno siglo XX. Sirvan como ejemplo las palabras de Carmen Werner Bolin -autora de Convivencia Social, para la Sección Femenina en 1958, manual empleado para el adiestramiento de las féminas en una réplica desmilitarizada de la instrucción castrense de los varones- acerca de la imprescindible compostura de la señora y dueña de la casa ante el servicio doméstico:

"Tu criada está prestando un servicio, y tú ¿prestas algún servicio? Nobleza obliga. Tu posición social, tu categoría exige de ti unos modales y una conducta que revelan precisamente eso, tu categoría, tu señorío" Werner Bolin (1958:29).

Añádase a esto el carácter distintivo que otorga a la familia poseer su propio servicio doméstico. En tanto signo de distinción, puede ser empleado como síntoma de ostentación anómala por parte de quienes deseen aparentar un determinado estatuto social a sabiendas de que acaso, económicamente, no puedan permitírselo. El brillo social que proporciona el servicio ha de ser soportado monetariamente al igual que la aristocracia vincula su prestigio y su poderío económico. De no ser así, estaríamos ante el popular "quiero y no puedo", condenado por los manuales de urbanidad (De Miguel, 1991:42). En cierta medida, nos enfrentamos a una re-elaboración del ideario aristocrático conjugando distinción social y capacidad económica de un modo más claro que antaño; ideario ahora compatible con la dignificación del trabajo como síntoma de nobleza y honradez de carácter, tal y como señala José M. Valverde (1966:8) en su Manual de Moral y Urbanidad. En esta dirección, los manuales franquistas tratan de hacer compatibles la brillantez de las formas nobiliarias con la racionalidad económica profesional-burguesa, que ajusta los gastos a los ingresos amén de enfatizar la previsión y el ahorro. Sin renunciar a esta distinción nobiliaria a través de la conducta, se ofrecen en la mayor parte de los manuales, fundamentalmente los destinados a lectoras, consejos y recomendaciones relativas a la economía de la casa y a la adecuada gestión monetaria del hogar.

La preeminencia social ha de traducirse en unas formas auténticamente distintivas que contribuyan al mantenimiento de las jerarquías sociales. Volviendo sobre la cita anterior, a quien no goza de señorío, ni de esa categoría y en consecuencia es de baja posición social, le queda reservada la higiene como una suerte de 'consuelo de estado', un remedo de elegancia adaptada a la falta de recursos que permitirá suplir con dignidad la carencia de dinero y la baja estofa social. José M. Valverde así lo sugiere al afirmar que "el aseo es la elegancia del pobre" (Valverde, 1966:15). Estas pinceladas de distinción nobiliaria vía buenas maneras se mantienen cuando se aborda la cuestión de la colocación que deben tener presente las personas al caminar por la calle con personas de distintos rangos. Así se aclara en Fundamentos, publicación destinada al segundo ciclo de Enseñanza Elemental, entre los ocho y los diez años:

"Si en la calle acompañamos a un superior o a una señora, deberemos colocarnos a su izquierda, y si vamos en compañía de dos o más, el centro será siempre el lugar de preferencia; la izquierda es el lugar propio para el más humilde" (s/a, 1958:311).

En esta línea, en la mesa deben ser primero las damas quienes sean servidas, han de ir acompañadas hasta ella y por ello es preciso que el caballero les ofrezca su brazo o cuando se les estreche la mano es imprescindible inclinarse ligeramente como muestra de respeto. Al superior en rango social se le saluda atentamente, de forma amistosa al igual y de modo afable al inferior. Este último jamás presentará la mano al superior y esperará a que sea éste quien lo haga (Valverde, 1966: 42-45). El "Don" se administra como fórmula de tratamiento según la posición social, se insiste en no hacer un uso generalizado del tuteo y a la vez emplearlo de forma asimétrica y no recíproca por parte de los superiores en rango social (De Miguel, 1991:42). Finalmente sobrevienen las habituales manifestaciones de resistencia a las mudanzas que traen consigo los nuevos tiempos y la esperanza de un relativo regreso al pasado, al mundo pretérito de la cortesía tradicional:

"El argot moderno y los modales que, para darles un calificativo, llamaremos 'peliculescos', podrían ser un óbice para emprender la vuelta a la hermosa cortesía que tanto enalteció la sociedad de nuestros padres; pero no conseguirán, creemos, ese argot ni esos modales, eclipsar los sagrados preceptos que vuelven por sus eternos fueros [...] España fue conocida del mundo entero como modelo de caballerosidad y de hidalguía. Tal vez haya llegado el momento de renovar tradiciones brillantes que fueron gloria de nuestros mayores, tan finamente corteses" Roig (1948:133-134).

En definitiva, el periodo franquista supone en el ámbito de la urbanidad la evocación de un pasado señorial que rescata elementos aristocráticos propios del universo estamental con escaso margen de adaptación. Así, este aristocratismo deviene anacrónico cuando el universo social al que dice referirse ya no es el propio de la preponderancia nobiliaria sino de la burguesa. Ese anacronismo tiende a acentuarse conforme pasan los años y el ideal de "caballero" o "dama" que sueña el franquismo va a ser progresivamente relegado ante el avance del futuro código, el de la civilización reflexiva.