Idea general de la cortesía.

La cortesía es una modestia y una cultura, que obra con reflexión, y es propiamente la ciencia de la gente honrada.

Reglas de la buena crianza civil y cristiana.

 

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La cortesía es una manera de obrar y conversar decente, dulce y hermosa; es un cierto modo en las acciones y en las palabras para agradar y manifestar a los otros la atención que les tenemos; es un conjunto de discreción, de condescendencia y de circunspección, para dar a cada uno lo que de derecho le pertenece. La cortesía es una modestia y una cultura, que obra con reflexión, y es propiamente la ciencia de la gente honrada.

Conviene tener capacidad y saber discurrir para guardar todo lo que corresponde al estado en que nos hallamos y saber colocar cada cosa en su lugar. La grosería y la incivilidad son frutos silvestres que de ordinario nacen solamente en tierra erial e inculta; nacen de la falta de educación y de discurso.

La civilidad tiene una extensión infinita. La edad, la calidad, el carácter causan obligaciones distintas, y si no se observan todas estas diferencias que constituyen a la urbanidad, pasaremos por inciviles y desatentos.

No basta hablar ajustado, es necesario también saber hablar y callar oportunamente. El respeto y la diferencia con unas obligaciones de que hemos de ser liberales, bien que no pródigos. Muchas veces, la demasiada cortesía es una incivilidad enfadosa. Es menester saber distribuir las honras y las atenciones con juicio y elección.

Y para no faltar a obligación alguna de cortesía, es forzoso estar el hombre sobre sí y procurar con cuidado adquirir la práctica y facilidad de aquella; porque si se descubre en ello algún estudio, ya es afectación. No hay ciencia en la que se haya de bajar más a lo particular, que en esta, en la cual todo es consecuencia hasta las más pequeñas menudencias.

Se ha de saber aplaudir a propósito, deferir con modestia, ceder con prudencia, corresponder a todas la civilidades sin bajeza y aún saber prevenirlas con habilidad. Una lisonja poco ingeniosa y menos fina, es frívola; un mal cumplimiento, desagrada. El aire, el modo de plantarse y de obrar, todo entra en la urbanidad. ¡Qué bellas reglas son estas! Son lo que llamamos cortesía, civilidad, buena crianza; esto es lo que no es lícito a un hombre de forma ignorar.

La incivilidad tiene siempre un semblante que desagrada. El espíritu más brillante, la nobleza más ilustre quedan obscurecidos con los modos inciviles. El mérito rústico y grosero no tiene lustre. Los menores defectos en punto de cortesanía en la gente más distinguida son manchas sobre el rostro más hermoso. La ignorancia de la cortesanía nunca es digna de perdón; y aún cuando es involuntario, es estolidéz y grosería.

Cien bellas prendas no son capaces de excusar una incivilidad. El recto juicio, la razón, el uso condenan irremisiblemente todo lo que no es decente y toda descortesía. Ninguna gracia se hace en este tribunal.

La incivilidad ofende mucho para no ser condenada, desde luego. Sea príncipe sea un hombre sapientísimo, sea poderoso o rico, si le falta educación, si es incivil, seguramente será despreciado, porque todas estas prerrogativas pierden una parte de su mérito con la incivilidad. Las piedras más preciosas solo son estimadas al respecto de lo que están pulidas. La incivilidad es baja y plebeya; la cortesanía es siempre noble. Cualquier grosero, ofende; y no sin razón al hombre incivil lo llamamos grosero.

Todo defecto involuntario es perdonable: la incivilidad sola es la que no participa de esta indulgencia. La mejor intención y rectitud de ánimo no puede excusar una grosería. Y si no nos tienen por maliciosos, como nos podremos guardar de que nos tengan por tontos, por rústicos y majaderos, si con nuestra incivilidad probamos que somos tales.

La repugnancia de la incivilidad se mide por los atractivos que tiene la cortesanía. El hombre incivil es siempre enfadoso a la gente de forma, siempre es molesto, importuno y aborrecible; no hay conversación, por poco que sea lúcida, en que no esté de sobras, si ya no es que se haga el gasto en ella con sus tonterías. Ninguna cosa hay hoy en día tan odiosa como un hombre sin crianza.

Parece que no se juzga hoy del mérito de la gente sino por sus modales. Cuantas personas perdieron su fortuna por incivilidad. Para cosa ninguna de provecho somos considerados en el uso del mundo, si no tenemos créditos de corteses. La virtud misma es mal admitida, si es grosera. No solo en la lengua se requiere la cortesía, sino que aún se necesita más en los modales.

Siempre la cortesía honra más al que la hace que al que la recibe. Es efecto de un ánimo bajo y plebeyo el ser avaro de cortesía, y puntilloso sobre el derecho de desigualdad y de adelantar los primeros pasos. El respeto y diferencia que tenemos o son debidos, y entonces son obligación o no son debidos, y entonces se llaman humanidad, mansedumbre y modestia, las cuales virtudes no son de menor título. Solo la gente baja teme ser sobradamente cortés. La urbanidad nunca ha envilecido a nadie. Cuanto más uno es grande, tanto más parece serlo honrando a los que son de estado inferior. Siempre les ha de ser desagradable a un hombre de garbo el dejarse prevenir en punto de civilidad.

Siguiendo siempre este principio, prevenid a los demás y acostumbraos a tener, para todo género de personas, bellos modos, un aire gracioso y siempre civil. Una diferencia por el paso, una salutación que se anticipa, una complacencia que jamás deroga a las propias obligaciones, son señales de una buena crianza. Sobre todo en la juventud es, cuando se han de contraer los hábitos de la civilidad. Después de los primeros años, somos ya menos dóciles y las lecciones de cortesía siempre vienen demasiado tarde.

Es de notar que toda la conversación de los hombres corre, o de inferior a superior, o de igual, o de superior a inferior.

Mas que todo lo que se trata en el mundo, o es entre personas que han tenido larga familiaridad, o entre las que se han tratado poco, o entre las que nunca se han visto.

No es ordinario el faltar al respeto a los superiores; solo los genios groseros y molestos son capaces de esta falta. Pero siempre faltaréis a las obligaciones de la cortesía y a la urbanidad respecto a ellos, si no os acostumbráis a observarla mucho con vuestros iguales. En materia de civilidad nos olvidamos fácilmente sino obramos por hábito. La amistad y la familiaridad nunca han de perder el carácter de la cortesanía. Y es este el medio para no ser jamás incivil.

Entre igual e igual, si nos conocemos mucho, la familiaridad es política; si nos conocemos poco, es descortesía; y si no nos conocemos, es ligereza.

Tener modos algo libres con un superior es rusticidad, o por decirlo mejor, es desvergüenza, que llega a ser insolencia, si no la excusa la sencillez.

La afabilidad con los que son inferiores nuestros, siempre es decente. Los grandes ganan el corazón de sus vasallos con modos dulces y halagüeños, si bien la sobrada llaneza los hace casi siempre menos respetables.

En cualquier estado hemos de guardar con puntualidad todas las reglas de la política y de la cortesía, y tener por honor el observarla con todos. Evitad aquellos aires arrogantes y altivos que de ordinario indican un ánimo bajo.

La arrogancia y los modos altivos son el origen más natural de la incivilidad, y la incivilidad es señal de corazón poco generoso y de espíritu limitado. Es menester que nos hagamos amables, por la mansedumbre, a aquellos a quienes mandamos, afables y corteses, por decirlo así, hasta con nuestros criados.

Hay políticas de edad, de tiempo, de lugar y de personas; lo que se celebrará por gracia en un niño, se notará por incogruencia en un hombre hecho. Reir y zumbrar con los compañeros no es mas que un juego en tiempo de recreación, pero en tiempo de estudio fuera delito. Hay política que observar en los lugares sagrados de que estamos dispensados en otros lugares.

La presencia de una persona de distinción pide una circunspección y unas obligaciones que no se exigen tan regularmente delante de otros. En la mesa, en el juego, en una visita, en un viaje y en otras muchas ocasiones hay reglas de cortesía que guardar, y faltando a ellas, pasamos por descorteses, mal criados e inciviles. Todas estas reglas deben ser observadas con principios y con distinción.