Consejos sobre la cortesía. Habilidad social. I.

Algunos consejos generales sobre lo que más favorece a las personas en el ámbito social para hacerse agradables a los demás.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

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Tienes la mesa puesta, come lo que te guste.

En este mi trabajo te he enseñado, ¡oh joven!, a que alejes de tu persona cuanto pueda ofender los sentidos de los presentes e indisponer su ánimo, a que te aliñes de modo que presentes la imagen de la gracia, ajena de toda afectación, a que te abstengas de todas las acciones capaces de ponerte en ridículo ante las personas de juicio, o de irritar su buen gusto; a que traigas a la memoria de los demás recuerdos agradables, y alejes de ella los molestos; a que te prestes con agrado a los inocentes deseos ajenos, y sobre todo a que no suspendas o retardes ilegítimamente su curso; a que no exasperes el amor propio ajeno manifestando sentimientos diversos de sus pretenciones o inferiores a ellas.

Te presentarás de modo que no incurras en la tacha de avariento sin traspasar, no obstante, los límites de tus posibilidades y de la conveniencia. Sería una necedad querer que tu mérito consistiese en tu traje; pero no lo sería menos si despreciases la opinión del vulgo que te juzga por el vestido. Sigue, pues, las modas del país donde te encuentres cuando no se opongan a ello la salud, la honestidad y la decencia.

No serás tardo en devolver el saludo ni por orgullo ni por distracción; mas tampoco lo prodigarás por adulación o por vanidad. Todas tus acciones y palabras deben manifestar la impresión agradable que te proporciona quien te visita; y cuando la estimación, el afecto o la gratitud te lleven a visitar a alguno, no olvides el tiempo que le robas, ni el fastidio que puede ocasionarle tu larga permanencia en su casa.

No te hagas descortés ni importuno por exceso de cortesía, guárdate de hacerte el generoso con moneda de palabras, sino quieres que te confundan con los charlatanes.

Siendo ordenado en las ideas, exacto en los relatos, breve en la exposición, y moral en los sentimientos, evitarás ensartar en tus discursos equívocos plebeyos, imágenes obscenas o poco decentes, contentándote con ser claro, y dejando para los pedantes la afectada elección de las palabras.

Se reservado en aceptar amigos para no tener que arrepentirte, recuerda más bien los deberes de la amistad que sus derechos, busca en el amigo más consejos que elogios, no des la preferencia a los amigos recientes sobre los antiguos, y nunca concedas a los ruegos del extraño lo que hayas negado a las instancias del amigo. Acuérdate de que el grande gusta de ser generoso, y de que por esto el orgullo para con los inferiores es una señal de pequeñez.

No olvides la máxima de Hesíodo, que los beneficios se deben pagar con usura, por lo cual tu reconocimiento debe pecar en abundante, que no en exceso; mas no seas imprudente en aceptar beneficios, y mira bien y muchas veces el rostro del que quiere dispensártelos, por que son muchas las personas indiscretas que por un ténue beneficio pretenden adquirir no un amigo sino un esclavo, y si no quieres serlo, te tacharán de ingrato, y el daño que esto te hará en la opinión pública será mayor que el beneficio recibido. Siempre debes confiar más en tu laboriosidad que en la benevolencia ajena; aquella te hará amante del trabajo e independiente, la segunda te predispondrá al ocio y te dejará al arbitrio de los caprichos ajenos.

No serás más que medianamente cortés cuando solo conozcas los usos, las costumbres, las pasiones, la conveniencia, en una palabra, lo que suele llamarse mundo.

Por lo mismo debes frecuentar las reuniones de gente bien educada, a fin de sacudir poco a poco la rudeza que es el traje del hombre solitario. Allí aprenderás a refrenar la impaciencia que gusta de interrumpir los discursos de los otros, a escuchar sin dar indicios de fastidiarte, a no incomodarte por una consideración irreflexiva, a regular tus palabras al carácter de las persomas y a la situación de su ánimo; te harás menos obstinado en tus opiniones, atenderás mejor las ajenas, contradecirás con menos calor, te guardarás de las censuras de los pedantes, y no suscitarás enemigos a la verdad con tu tono presuntuoso y dogmático. Acordándote de las muchas veces en que te engañaste, tolerarás fácilmente los errores ajenos, y dejarás para los
imbéciles el derecho de creerse infalibles.

El quebrantamiento de estos preceptos comunes daría a entender que no has cultivado la bondad de ánimo y que deseoso de parecer sabio has olvidado el hacerte social; el vulgo te compararía a los alquimistas que se mueren de hambre y pretenden poseer el secreto de hacer oro, y a los charlatanes que se mueren de tos mientras venden remedios infalibles para curarla. La bondad de ánimo te procurará la estimación ajena sin engañar tu vanidad, te enseñará a disimular las debilidades de los demás y a no aumentarlas con falsos elogios, o a ocultar tus antipatías en vez de ser gratuitamente ofensivo, a cerrar los ojos a los defectos que son inofensivos para los individuos y para el público, a conciliar la voz de la conciencia con el deseo de condescender con los gustos ajenos y con las exigencias sociales.