Deberes de la hospitalidad.

Para vivir en casa ajena, se necesita mucha prudencia y tolerancia; pero que esto no sea hasta el extremo de mostrarnos esquivos a la cordialidad y franqueza.

Novísimo Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para uso de la juventud de ambos sexo.

 

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Deberes de la hospitalidad.

Evitemos todo lo posible el hospedarnos en casa ajena, pues por confianza que tengamos con nuestros amigos, la presencia de un extraño siempre es importuna en el hogar doméstico, y consideremos que sus gastos y sus incomodidades siempre han de aumentarse.

Cuando por un accidente cualquiera nos veamos en el imprescindible caso de hacerlo, procuremos ser lo menos molestos posible, conformándonos en un todo con los usos y costumbres establecidos en la casa, y con los gustos y aun extravagancias de sus dueños.

Para vivir en casa ajena, se necesita mucha prudencia y tolerancia; pero que esto no sea hasta el extremo de mostrarnos esquivos a la cordialidad y franqueza con que nos favorecen, pues aunque es grave falta abusar de los amigos, también lo es no usar de ellos con expansion y contento.

Generalmente a los egoístas no Ies gusta recibir por el temor de verse obligados a dar. El que es capaz de hacer un favor, lo recibe con alegría.

Cuando los dueños de la casa hayan descuidado proveernos de los muebles que necesitamos, procuraremos pasarnos sin ellos; pero de ninguna manera los compraremos, porque seria ofender la delicadeza de nuestros huéspedes.

Jamás penetremos en las piezas interiores de la casa, y mucho menos en las que sirvan de dormitorios.

Tratemos con dulzura a los criados, y al despedirnos de la casa hagámosles un regalo en recompensa de sus servicios.

Al llegar a nuestra residencia, nuestro primer cuidado será escribir a las personas que así nos han favorecido.

Mucho más latos son los deberes que impone el dar hospitalidad a las personas de buena educación.

En todos los tiempos y en lodos los países los deberes de la hospitalidad se han considerado como sagrados, y a cumplirlos con esmero dirigiremos todos nuestros afanes.

Cualesquiera que sean los motivos de enojo que tengamos con una persona que se hospeda en nuestra casa, no se lo demostraremos ni por medio de palabras ni de señales exteriores de disgusto.

A nuestro huésped le dispondremos la habitación más cómoda, y pondremos en ella los muebles que consideramos que pueda necesitar.

Procuremos estudiar sus usos y costumbres para conformarnos con ellos, y hagamos de manera que tenga en nuestra casa una absoluta libertad.

Las personas muy obsequiosas que se empeñan en no dejarnos un solo instante de desahogo, solo consiguen aburrirnos y molestarnos.

Aunque el huésped haya traído su criado, pongamos los nuestros a su disposición, y aun a su criado procuremos tratarle con mucha consideración.

Si por una casualidad nuestro huésped cayese enfermo, le prodigaremos toda clase de auxilios y cuidados, disimulándole todo lo posible la incomodidad que nos causa.
Al separarse un huésped de nosotros, le manifestaremos nuestra pena por su partida, y le instaremos para que vuelva, acompañándole hasta la diligencia.

Durante el tiempo que permanezca con nosotros, procuraremos obsequiarle en cuanto permitan nuestras fuerzas, y enseñarle todas las cosas notables que existan en la ciudad.

Si pasado el tiempo necesario para recibir carta suya no la tuviéramos, debemos escribirle, suponiendo que no habrá podido hacerlo, o que la carta se ha extraviado.

Nunca neguemos asilo en nuestra casa a un desgraciado que viene a implorarlo.

Nunca tampoco despidamos con palabras duras y groseras al mendigo que llega a nuestra puerta para pedir una limosna. Si no podemos darle más, démosle palabras suaves y consoladoras.

Las reglas del que se hospeda en casa ajena pueden aplicarse a los que viven en casas de huéspedes, aunque de ninguna manera con la misma severidad.

Sin embargo, el no molestar nunca a nadie debe ser el principal objeto del hombre de buena educación y finos modales.

Cuando convidemos para cualquiera diversion a nuestros amigos, no dejemos también de convidar al huésped o pariente que acaba de llegar a su casa.

El que hospede a un forastero, lo participará a sus amigos, y éstos se hallan en la obligación de hacerle una visita.