Lección sobre los placeres.

El placer es el escollo contra el cual se estrellan los jóvenes, porque se dejan ir a toda vela con dirección a él, pero sin aguja para dirigir su rumbo.

Lecciones de Mundo y de Crianza. Cartas de Milord Chesterfield. 1816.

 

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Placeres.

Muchos jóvenes adoptan placeres en que no hallan deleite ninguno, solo porque tienen nombre de tales, sin advertir lo primero, que son como los vestidos que a cada uno le sienta bien el suyo, y los de otro, por buenos que sean, le incomodan en alguna parte; y lo segundo, que a veces se engañan tanto como que piensan que el abandono es un placer. ¡Por cierto que la embriaguez destructiva no menos de la salud que del entendimiento es un bello placer! ¡El juego que nos arrastra a mil precipicios nos deja sin un cuarto y nos pone furiosos, es otro exquisito placer!

El placer es el escollo contra el cual se estrellan los jóvenes, porque se dejan ir a toda vela con dirección a él, pero sin aguja para dirigir su rumbo, y sin ciencia bastante para evitar el naufragio; por consiguiente, el pesar y la vergüenza son las ganancias de su viaje, en vez del placer que buscaban sin conocerlo.

Oirás decir frecuentemente: Fulano es el hombre de mundo, que se divierte y disfruta de todos los placeres; pero yo te suplico que, sin dejarte llevar del dicho general, te pongas a especulizar su carácter y la vida que hace, y apuesto a que le hallas un hablador, insultante, embustero, o quizá un blasfemo, siempre corriendo casas de juegos prohibidos, de mujeres abandonadas o de truhanes que se emborrachan a su costa. Deberíamos pesar siempre la diversión que nos presentan los placeres actuales con el amargo sinsabor que les sigue, y hace entonces que nuestro inicio determinase la elección.

Bien podemos disfrutar los placeres de la mesa, pero que sea con moderación para evitar las malas consecuencias de sus excesos, dejando a los demás que hagan lo que quieran, sin chocar por eso con ellos seria y formalmente, y solo si manteniéndonos firmes y resueltos a no exponer nuestra salud, nuestra fama y nuestro juicio por complacer a aquellos que no miran pos sí mismos. Bien podemos jugar, pero que sea para divertirnos y no para incomodarnos, conformándonos siempre a la costumbre en las grandes tertulias como en las pequeñas sociedades; pues cree seguramente que en ninguna gustan de ver a uno que realmente esté borracho, ni de oír a otro blasfemar y romper los naipes por haber perdido más de lo que pueda pagar, ni de tener inmediato a un podrido y baldado que huela muy mal, hable sin campanillas y esté todo trémulo por causa de su infame prostitución y abandono. Los que tienen tales costumbres y se jactan de ello en público, no forman parte de la buena compañía, y si se admiten en ella, es contra el voto general; ahora, el hombre verdaderamente fino tiene decencia, no hace ostentación de las riquezas particulares ni adopta los desórdenes de los otros; y si por desgracia tiene algún vicio predominante, lo satisface con elección, delicadeza y secreto.

"Los necios y los distraídos son los que dicen: a la verdad que estaba muy lejos de aquí; estaba pensando en cosa muy distinta"

En nuestras diversiones debemos estar observando, reflexionando y meditando del mismo modo que cuando leemos, porque si no estamos con nuestros cinco sentidos, hablando vulgarmente, ni se goza del deleite presente, ni sirve uno más que de adorno a la sala como una estatua. Los necios y los distraídos son los que dicen: a la verdad que estaba muy lejos de aquí; estaba pensando en cosa muy distinta; esta respuesta da a entender que aquella diversión no lo es para ellos, y que aquellas gentes no son de su gusto; y así la respuesta de todos y la mía será: ¿Pues para qué van a diversiones que no les gustan? Esto no es decir tampoco que se hagan en una función el papel de observador y de testigo; porque no hay papel más detestable en semejantes ocasiones.

El juego, las partidas de campo, una merienda, y semejantes diversiones que no satisfacen al corazón, ni al entendimiento, más merecen el nombre de distracciones que de placeres; porque sin utilidad del espíritu o del cuerpo, no hay verdaderamente deleite. También hay placeres nobles y bajos como hay artes liberales y mecánicas, pues la glotonería, las carreras y otras apuestas de esta clase están infinitamente más abajo que las honradas profesiones de sastre, zapatero y otros así.

Cuando más nos apliquemos a hacer algo, tanto más gusto recibiremos en las diversiones; el ejercicio de las potencias entre día, aviva el apetito a los desahogos de por la noche, así como el ejercicio corporal aguza el apetito del estómago; de modo que el trabajo y los placeres bien manejados se ayudan recíprocamente en vez de ser opuestos entre sí, como lo creen muchas gentes vulgares y esto es tan cierto como que no podremos gustar verdaderamente de los placeres, sin que primero los hayamos ganado con el trabajo; y pocos sujetos de los que no hacen más que buscar diversiones las encuentran, ni tampoco despachan bien sus negocios. Pero advierte que cuando hablo de placeres, entiendo siempre los nobles y racionales.