Modo de dar y recibir, y de comportarse cuando se encuentra a alguien, y al calentarse.

Cuando se quiere dar o devolver alguna cosa a otros, hay que entregarla con prontitud.

 

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Antes de recibir algo, cuando no se está en la mesa, se debe hacer la reverencia, quitarse el guante, besar la mano y recibir la cosa, llevándola educadamente y sin precipitación hacia la boca, como si se quisiera besar, no acercándola, con todo, mucho, sino haciéndolo sólo aparentemente.

Cuando se quiere dar o devolver alguna cosa a otros, hay que entregarla con prontitud, por miedo de hacerles esperar, presentarla como besándola, y después, una vez dada, besar la mano y hacer la reverencia. Lo mismo debe hacerse todas las veces que se ofrezca alguna cosa, la hayamos pedido o no.

Cuando se quiere dar o tomar alguna cosa, es descortés adelantar la mano por delante de alguien, particularmente si es una persona a la que se debe tener consideración y respeto: es necesario dar y tomar siempre por detrás todo lo que se da, tanto en la mesa como fuera de ella, a menos de que no se pueda hacer así sin molestar a alguien. Y cuando se está obligado a dar o a recibir algo por delante de otro, es cortés pedir excusa a la persona por delante de la cual se da o se recibe, y pedirle el permiso con alguna palabra o gesto de cortesía, diciendo, por ejemplo: señor, con su permiso, si le parece bien; señor, le pido excusas, etc.

Cuando se presenta algo, es conveniente presentarla de modo que se la pueda agarrar fácilmente por la parte en que debe ser cogida: así, cuando se presenta a alguien un cuchillo o una cuchara, hay que volver el mango del lado del que los recibe.

Si alguien del grupo deja caer alguna cosa, la cortesía quiere que uno se apresure a recogerla antes que él, y devolvérsela luego con sencillez. Si deja uno mismo caer alguna cosa, hay que recogerla prontamente, sin permitir que otro se tome este trabajo; y si otros han sido más rápidos que nosotros y nos la devuelven, se debe agradecer educadamente, pidiéndoles excusas por la molestia que se les ha ocasionado.

Cuando se encuentra en el camino a una persona distinguida por su empleo o por su condición, es cortés saludarla muy educadamente, sin volverse demasiado hacia ella, a menos que se la conozca particularmente.

En París no se saluda ordinariamente más que a las personas que se conocen y que son de condición eminente y muy elevados por encima del común, como son los príncipes y los obispos. Es, sin embargo, cortés, cumplir estos deberes con los eclesiásticos y los religiosos.

Es descortés e incluso ridículo observar las personas que pasan, para ver si saludan; es preciso adelantarse siempre a los demás, en esto lo mismo que en todo lo demás, según el consejo que da san Pablo; y es atraerse honor, el honrar a los demás.

Cuando en la calle se encuentra uno frente a frente a alguna persona de importancia, o que sea superior, es conveniente desviarse un poco y pasar por la parte inferior, apartándose del lado de la cuneta.

Si no hay alto ni bajo, sino un camino llano, hay que pasar a la izquierda de la persona que se encuentra, y dejarle la mano derecha libre, y cuando pasa, hay que pararse y saludarla con respeto, e incluso con profundo respeto, si su condición lo pide.

Si se encuentra a esta persona en una puerta o en un lugar estrecho, hay que pararse en seco, si se puede, a fin de dejarla pasar, y si hay que abrir una puerta, levantar un tapiz, quitar algo que impida el paso libre, la cortesía pide que se pase delante de la persona para hacer estas cosas, y al pasar que se incline al menos un poco el cuerpo, delante de ella.

Si se encuentra en la calle a una persona que no nos sea muy familiar, es adoptar una forma un poco demasiado libre, y que no es nada educada, preguntarle a dónde va y de dónde viene.

Cuando está uno obligado a ir y a venir, pasar y volver a pasar delante de una persona a la que se debe respeto, la educación pide que se haga de modo que se pase por detrás; si, sin embargo, no es esto posible, debe uno inclinarse educadamente todas las veces que pase delante de ella.

La cortesía no puede permitir, cuando se está junto al fuego, poner las manos sobre las brasas, pasarlas a través de las llamas, o ponerlas por encima; sería aún más descortés poner el pie. También es gran descortesía volver la espalda al fuego; y si alguien se toma esta libertad, debe guardarse bien uno de imitarle.

No se debe tampoco, cuando se está sentado ante el fuego, levantarse del asiento para estar en pie, a menos que la persona importante lo haga, pues entonces habrá que levantarse al mismo tiempo que ella. Y sería muy descortés ponerse en cuclillas o sentarse en el suelo, y acercarse al fuego más que los demás.

Es señal de bajeza de espíritu divertirse jugueteando con las tenazas, o atizar el fuego; tampoco se debe meter leña, y es educado dejar este cuidado al dueño de la casa o al que esté encargado del fuego.

Cuando se enciende el fuego, es bueno disponerlo de tal modo que todos los que están cerca puedan calentarse fácilmente; querer luego cambiarlo de disposición sin necesidad evidente, es propio de un espíritu inquieto y que no puede permanecer en reposo.

Sin embargo, cuando se está junto al fuego con una persona a la que se debe mucho respeto, si ella se toma la molestia de querer arreglar el fuego, es bueno tomar enseguida las tenazas, a menos que esta persona quiera absolutamente tomarse este trabajo, como para divertirse.

Es totalmente contrario a la buena educación acercarse uno tanto al fuego que se queme las piernas, lo mismo que sacarse los pies de los zapatos y calentarse así en presencia de los demás, y lo es mucho más, en las chicas y mujeres, levantar sus faldas muy alto cuando están junto al fuego, lo mismo que en todas las demás reuniones.

La caridad, lo mismo que la educación, quieren que se moleste uno para hacer sitio a los demás, al estar junto al fuego; y que incluso se retire uno hacia atrás para permitir calentarse a los que tienen mayor necesidad de ello.

Si alguien echa al fuego cartas, papeles u otras cosas parecidas, causa muy poca gracia sacarlas, por cualquier razón que sea.

Cuando se dan pantallas, no se debe permitir, cuando se está en casa propia, que un sirviente ofrezca una a la persona con la que se está junto al fuego; es cortés ofrecerle una uno mismo. Si, cuando está uno junto al fuego fuera de la propia casa, no hay más que una pantalla, y la persona con quien se está quiere obligarnos a tomarla, después de haber manifestado la pena que se siente de aceptarla, no se debe rehusar; pero es a propósito dejarla enseguida, después de ponerla suavemente junto a sí, sin que nadie se aperciba de ello, y no servirse de la misma. Se debe asimismo recibir educadamente la que nos ofrecen, y aunque se haya saltado el rango de alguien, no estaría bien decir que le den la que nos presentan.