Origen de las reuniones y conversaciones. I.

Para ser admitido en esas reuniones ya no fue necesario haber roto una lanza en honor de una princesa o de una dama, sino que bastó descender de ilustre y antigua cuna

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

Origen de las conversaciones. El origen de las reuniones y conversaciones. Reuniones en los castillos feudales foto base Kayle Kaupanger - Unsplah

El origen de las reuniones y conversaciones

Aquella urbanidad

Cuando en el siglo IX quedaron disueltos en Europa casi todos los vínculos gubernativos, cada hombre según sus fuerzas procuró robar o destruir, levantar fortalezas para defenderse, o reunir armas para el ataque. Entre los objetos robados ocupaban el primer lugar las mujeres notables por su belleza. Los caballeros, o sea, los hombres montados a caballo, que en lo antiguo eran tenidos en más para la guerra que los infantes, movidos por la ambición y por el amor, por la vanidad y por la gloria, tomaron sobre sí el encargo de defender al bello sexo, como veremos muy luego. De aquí procedió que se reunieran en los castillos feudales y en las cortes de los príncipes los caballeros para hacer gala de sus empresas, las mujeres para honrar a sus defensores y envanecerse con ellos, los poetas para cantar el valor de los unos y la belleza de las otras.

Como las damas y las princesas eran el objeto de la poesía, así fueron sus soberanos en juicio y "pro tribunali". Tenían en sus cortes y castillos " Corte de amor o parlamento " en donde se discutían los problemas, las causas y los litigios amorosos y caballerescos, concurriendo a ellos gentiles hombres y señoras de cerca y de lejos, y sobre todo poetas y cantores, cual abogados y principales jurisperitos de aquel foro. Si los litigantes no quedaban satisfechos con la sentencia de los parlamentos, entonces verían las "tenzones" o desafíos poéticos, en los cuales los trovadores escribían unos contra otros defendiendo sus litigios o los de las hermosas, de donde resultaba que de contínuo fueran y vinieran mensajes y respuestas, quejas y desafíos, nuevas de amor y de poesía.

Crecidos en fuerza los gobiernos en los siguientes siglos y cesando el peligro de las hermosas, para ser admitido en esas reuniones ya no fue necesario haber roto una lanza en honor de una princesa o de una dama, sino que bastó descender de ilustre y antigua cuna. Poco a poco quedaron y debieron quedar excluídos los poetas, pues si en el estado primitivo de las reuniones, mientras el poeta se mostraba rico de ideas, ponderaban los caballeros su destreza y las mujeres sus peligros, en el estado siguiente los poetas hubieran sido el objeto único de los reunidos, en lo cuál hubiera sufrido la vanidad de los demás. Los nobles pertrechados con privilegios reales y honoríficos que los separaban de las otras clases, haciendo, principalmente, en Francia, profesión de ignorantes, les cerrraron las puertas de sus reuniones, y habrían creído degradarse admitiendo en su confianza a quien solo pudiera vanagloriarse de talento o de habilidades personales.

Las reuniones de los hombres de ciencia

Brillaron apenas las primeras chispas de las ciencias, cuando los escasos hombres que no estaban encenegados en las materiales sensaciones del vulgo, sintieron la necesidad de unirse para adquirir los conocimientos de los demás y facilitar en cambio los propios. Esta necesidad era más apremiante, porque el valor de los libros antes de la invención de la imprenta era altísimo, según nadie ignora, y de aquí nacieron las reuniones literarias o academias, las cuales fueron protegidas por príncipes ilustres, porque esos príncipes no temen las ciencias y saben que ellas son el principal esplendor y la gloria principal de los Estados.

Las reuniones de los artistas

Por los mismos motivos tuvieron origen las reuniones de pintores y músicos, y aun con mayor concurrencia, porque, la capacidad de apreciar las bellezas de esas dos sublimes artes es menos rara de la que se necesita para apreciar las ciencias.

Despertado después del siglo undécimo el espíritu mercantil, y crecido luego en el siguiente fue origen de portentosas riquezas. Entonces se vio que era posible ser muy considerado sin ser noble ni posesor de feudos.

El deseo de hacer gala de riquezas, unido a la necesidad de conocerse a fin de aumentar las relaciones mercantiles, formó las reuniones de comerciantes. La riqueza de éstos rivalizó con la de los propietarios, y en las ciudades libres obtuvo las consideraciones que en otras partes eran exclusivas de la nobleza. La clase directora de los trabajos mecánicos se dividió en tantas masas cuantas son las especies de sus trabajos. La analogía de éstos, el deseo de imponer leyes a los trabajadores, y la necesidad de conocerse a fin de repartir las contribuciones que los príncipes exigían a la industria, reunieron a los directores de las diferentes artes o sean fabricantes en otras tantas compañías, hermandades o gremios que tuvieran sus reglas, y celebraron sus sesiones en días fijos.

Las riquezas que perdieron los nobles fueron recogidas por personas inteligentes y activas que sin pertenecer a la clase de comerciantes ni fabricantes supieron aprovecharlas. No contentos luego con las riquezas aspiraron a la consideración y consiguieron obtenerla con la afluencia de los comensales; formaron de este modo nuevas reuniones compuestas de toda clase de personas, en las cuales apareció el arrendatario que frecuenta la ciudad para vender los frutos del campo, el especulador que propone negocios de cortos rendimientos, el empleado de baja esfera de cuyo celo necesita el rico en sus relaciones con el gobierno, el noble decaído de su antigua prepotencia, el militar que ha menester placeres ruidosos, y el parásito que siempre anda oliendo en donde se asan buenas piezas, y en cambio alimenta la chismografía contando al amo de la casa y a los comensales cuanto en la ciudad pasa.

El pueblo que ejecuta los trabajos materiales no parecía antiguamente sino en los espectáculos públicos y de la plaza, para las necesidades momentáneas en las hosterías y para sus actos religiosos en las iglesias. Ocupado más bien en bromear que en discurrir, se encontraba separado de las otras clases por la miseria en que estaba envuelto.