Modales: El cortesano Universal

Las puntillosas reglas de la cortesía gala ordenan que una señorita nunca debe echar mano de la botella y, ni mucho menos, llenar su vaso

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Cortesía en el mundo. Turista vistas a un canal foto base Engin_Akyurt - Pixabay

Reglas de cortesía en el mundo. Cada país tiene sus 'rarezas'

Caroline Wyatt, corresponsal de la BBC en París, relataba recientemente su estupor cuando en una cena (dinner party) a la que asistían políticos, un filósofo, un banquero y dos o tres de sus mujeres en un apartamento chic de París provocó casi una reacción de pánico al osar alargar el brazo y servirse un segundo vaso de vino por propia iniciativa: "Todo el mundo quedó en silencio mientras el líquido caía ruidosamente... Estaba claro que había dado un paso en falso, pero yo aún no sabía muy bien dónde estaba mi error", comenta.

Como pronto descubriría, las puntillosas reglas de la cortesía gala ordenan que una señorita nunca debe echar mano de la botella y, ni mucho menos, llenar su vaso. Debe esperar a que lo haga el anfitrión o cualquier varón que la acompañe. Puede parecer un capricho irracional, insensato o machista. Pero como explicó el fino Goethe al bruto de Beethoven, la cortesía cuesta poco y hace infinitamente más agradable la vida de nuestros semejantes. Es el cotidiano tributo que debemos pagar los hombres para que la racionalidad rija nuestras relaciones.

Si, por ejemplo, la periodista británica se hubiese encontrado en Moscú, habría descubierto que puede alargar el brazo hacia la botella todas las veces que quiera, a condición de que, al servirse, levante su copa y pronuncie un bonito brindis. Porque, como explican los rusos, "beber sin brindar es alcoholismo". En Rusia quedará como una emperatriz si llena el vaso cuatro, cinco o seis veces y, en cada una de ellas, pronuncia un brindis original y genuino. Cuanto más prolijo, mejor.

Cada país tiene sus "rarezas" que a los paisanos les parece la cosa más natural y obligada del mundo y a los forasteros, la excentricidad más incomprensible. Pero, como insiste Goethe, no cuesta tanto y tiene más ventajas que inconvenientes.

Hubo un tiempo en el que la cortesía parecía limitada a las Cortes de Versalles, Madrid y Viena. Después, la diplomacia descubrió el valor inapreciable de la etiqueta para limar asperezas y salvar obstáculos a la concordia. Quizás con cierta exageración la diplomacia soñaba que con buenas maneras se impiden las guerras. Sí, una ilusión, pero en un mundo regido por el choque de civilizaciones, no nos queda más remedio que aferrarnos a la vieja escuela diplomática. Y asumir que las buenas maneras ya no son un ritual destinado sólo para nuestra pequeña tribu. Que la cortesía debe ser universal y que si queremos progresar en los negocios o en la paz más nos vale aprender las reglas de buena educación de todos nuestros semejantes.

El mundo musulmán -otro ejemplo- es de los más intrincados... y de los que más nos conviene aprender. Un somero conocimiento de elementales normas del "honor" en el Islam habría evitado muchas desgracias en la guerra de Irak. No se habrían cometido sandeces como el de registrar domicilios con perrazos. Porque, ya a nuestra más cortés escala, conviene saber que, si invitamos a un musulmán a casa, más vale encerrar al perro.

Los canes son considerados animales impuros en el Corán. Y muchos musulmanes no pueden evitarlo: les provoca repelús la cercanía de esos animales... algunos no soportarían un lametazo. Cuando se siente delante de un árabe tenga cuidado de no mostrarle la suela del zapato. Lo consideraría una grosería y una falta de respeto. El anterior Rey de Marruecos, Hassan II, dio por acabada una entrevista en la televisión francesa cuando el entrevistador puso las piernas en escuadra y le mostró la luciente suela del zapato. Si sospechamos que nuestro interlocutor es más bien quisquilloso, lo aconsejable es no cruzar las piernas.

Capítulo especialísimo es el de las buenas maneras entre una mujer occidental y un musulmán más o menos estricto. Éste no es el lugar para analizar si el Islam es o no es machista. En el mundo de las buenas maneras, el musulmán suele asumir que las mujeres europeas tienen su propio código de conducta. Pero su mentalidad es profundamente conservadora -en el sentido más occidental del término-, y se sentirá algo más que turbado si su interlocutora viste con el ombligo al aire, enseña las piernas o le levanta la voz. Es una mentalidad un poco como la de don Marcelino Menéndez y Pelayo, que era un sabio, aunque dicen que también un poquito misógino.

Si un árabe concede su amistad a un europeo, a modo de saludo, le estampará sin rubor un par de besos. En cambio, si una mujer intenta estrecharle la mano, puede dejarle con el brazo extendido y colgado en el vacío. La mujer europea está en su derecho a enfurecerse. Aunque lo del apretón de manos es aún una costumbre exótica para muchos árabes, que prefieren saludarse llevándose la mano al corazón y deseándose la paz, como en tiempos del Romancero.

Y es que algunas de nuestras efusiones pueden resultar muy embarazosas en otras culturas. En el tecnológico Japón, por ejemplo, pueden causar mucho embarazo nuestras presentaciones con besos y abrazos. La cortesía nipona guarda las distancias y ama el recato y cierta severidad en el trato. Incluso en las más desenfadadas relaciones comerciales, conviene avanzar muy lentamente en el trato personal. Antes de una cena de trabajo es muy recomendable intercambiar tarjetas de visita. A los asiáticos, en general, les encantan las tarjetas de visita vistosas y bilingües. Y ya sentados a la mesa, cuide de no hacer preguntas más o menos personales. En eso, los nipones son como británicos.

Tal vez todos estos ritos nos parecen exóticas extravagancias. Pero, si nos ceñimos a nuestra propia cultura, descubriremos que el ritual occidental de las buenas maneras es mucho más complicado que todos los demás. Si no queremos desentonar en un elegante salón francés, debemos tener en cuenta algunas normas caprichosas, pero, a su manera, de una profunda sabiduría.

Debemos saber que nunca conviene llegar a la hora fijada, sino al menos media hora más tarde.

Que el foie gras no se extiende sobre la tostada, sino que se comen ambos elementos por separado.

Que los espárragos se comen con las manos, pero que éstas no deben utilizarse para la fruta.

Que para el helado se emplea tenedor y no cuchara.

Que no es bonito decir "Bon appetit" a los comensales.

Que, cuando seamos invitados, lo apropiado es regalar una caja de bombones, y no vino, no vaya a sospechar el anfitrión que no nos fiamos del suyo.

Y que una vez que estemos sentados a la mesa, jamás, bajo ningún concepto, debemos levantarnos de la misma. Y ni mucho menos decir aquello de: "¿Dónde está el servicio?" Hay que esperar a que los demás comensales se hayan puesto en pie e indagar por el cuarto de baño. Que para modales complicados, los del Occidente cristiano.