Urbanidad en las profesiones. Etiqueta profesional.

La urbanidad es una cosa bastante difícil para esta clase, que ve sin cesar pasar delante de sus ojos gentes constantemente animadas de un sentimiento que hace poco amable el interés.

Nuevo Manual de la Buena Sociedad o Guía de la Urbanidad y de la Buena Educación.

 

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Urbanidad de los empleados y del público.

Esta no es muy elevada, ni casi puede serlo, puesto que aquí para nada entra ni el deseo de agradar, ni la esperanza de lucro. Además, como no se trata más que algunos momentos con esta clase de personas y ellos tienen a su vez que hacer frente a todo el mundo, las fórmulas de una atención exagerada, estarían fuera de su lugar. Sus obligaciones en este particular no son muy rígidas, razón demás para que no se dispensen de ellas.

Un hombre de un bufete no está obligado a levantarse para saludar a las personas y ofrecerles un asiento; le basta con inclinar la cabeza e indicarles con la mano se sirvan tomar asiento. Concluída la entrevista debe saludar del mismo modo y jamás sale a acompañar a las personas. Sería ridiculo extrañar estas formas burocráticas y aún más, tratar de entablar conversación, de informarse de la salud, etc.

Política o urbanidad que deben guardar los abogados y sus clientes.

La urbanidad es una cosa bastante difícil para esta clase, que ve sin cesar pasar delante de sus ojos gentes constantemente animadas de un sentimiento que hace poco amable el interés. Por otra parte, habituados a refutar sus adversarios, obligados a hacerlo con prontitud, adquieren generalmente una especie de dureza o desabrimiento, un tono resuelto y una necesidad de contradición de que ellos deben desconfiar mucho en la sociedad y aún en su propio gabinete.

La familiaridad de las informaciones ordinarias del estado de salud, no está admitido entre los procuradores, abogados, y sus clientes a menos que tengan con ellos especial amistad. No obstante, están obligados a guardar ciertas consideraciones desconocidas para los empleados. Deben levantarse al saludar, hacer sentar a las personas acompañándolas al despedirlas, sin olvidar nunca las deferencias debidas al sexo, posición, o edad.

En cuanto a los clientes, deben arreglarse a las reglas ordinarias de la civilidad, sin dar muestra alguna de impaciencia en tanto aguardan el momento de ser recibidos. Procurarán ser claros y precisos en la narración de sus asuntos, evitando importunar con vanas repeticiones y declamaciones apasionadas al jurisconsulto que los escucha. Deben tener en cuenta que sus momentos son preciosos y retirarse tan pronto como hayan instruido suficientemente al letrado acerca de sus intereses.

Urbanidad de los médicos y de los enfermos.

Las conveniencias o consideraciones admitidas en el gabinete del abogado, lo son también en la casa del médico consultado; mas la piedad debe prestar a las palabras de estos últimos un tono más afectuoso. Los enfermos bien educados se guardan muy bien de abusar y omiten toda queja inútil para el conocimiento de sus males; responden a las preguntas del doctor de un modo breve, claro y atento, y aun cuando estas preguntas no comprendan las observaciones que ellos han hecho de su enfermedad, deben manifestar su opinión o dudas valiéndose de una fórmula análoga a la siguiente: "Yo os ruego me dispenséis, esta pregunta, quizá sea ociosa, pero ignorando esto y no queriendo omitir nada, someto esta duda a vuestra resolución".

Debéis dirigir frecuentes y vivas muestras de gratitud al médico que os da sus consejos u os prodiga sus cuidados. En el caso que no tuvieren el buen resultado que deseáis, no por eso estáis exento de mostrar vuestro reconocimiento, pues acaso sea entonces más obligatorio, porque la delicadeza exige que no haya siquiera las apariencias de que le dirigís tácitas reconvenciones por haber sido desgraciado en sus esfuerzos.

Obligados a hablar de algunas necesidades, de algunas partes del cuerpo para las cuales no hay expresiones bastante finas, el médico debe evitar a la vez la oscuridad y la grosería, sobre todo cuando se trata de señoras. El olvido o menosprecio de las buenas formas suele trocar en insoportable al hombre de más mérito y saber.

Todo el mundo sabe con que delicadeza y precaución deben hablar los médicos delante del enfermo y su familia, de la naturaleza de la enfermedad y de sus probables consecuencias, particularmente cuando hay peligro; con que mesura y tino debe anunciar un desenlace o fin funesto, cuando se hace un deber la necesidad de esta revelación. Sabido es, también, que por violento que sea el dolor de los padres y la familia, deben evitar el que se deje traslucir en su conversación que consideran al médico como al autor o causante de su duelo.