El inventor de la chistera. El sombrero de la elegancia
Resulta muy curioso como muchos de los grandes inventores de la historia no han sido bien reconocidos en su época
El sombrero de copa. La chistera: símbolo de elegancia
El uso de la chistera a lo largo de la historia
John Hetherington fue un comerciante londinense que causó un gran revuelo con su creación. Quien le iba a decir que un simple sombrero iba causar aquel impacto en la sociedad.
Cuenta la historia, seguramente alimentada con unas grandes dósis de imaginación, que John salió un día de enero de 1797 con algo muy extraño en la cabeza. Era un sombrero de copa, con mucho brillo y, según él, diseñado para asustar a la gente tímida. Fue tal el revuelo causado, según dicen asustaba a los animales, que las mujeres se desmayaban a su paso. Este paseo tuvo una consecuencia inmediata: que lo detuviera la policía por alterar el orden público.
Mr. Hetherington tuvo que pagar una multa de quinientas libras por alterar el orden público. Solo por lucir un sombrero.
Nadie pudo sospechar, de todos cuantos renegaron de ese nuevo complemento, ni autoridades ni los propios ciudadanos, que unos cuantos años más tarde el sombrero de copa -chistera- iba a ser una prenda utilizada por nobles, lores y por personas de la alta sociedad.
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El sombrero de copa se convirtió en una prenda de etiqueta imprescindible en los grandes acontecimientos y en un complemento del vestuario de las clases más acomodadas.
En la actualidad, el sombrero de copa ha caído en desuso -así como le ha ocurrido a otros tipos de sombreros-, aunque todavía puede verse en alguna ceremonia o celebración muy especial, o bien en algún acontecimiento pintoresco, como en las conocidas carreras de Ascot .
El sombrero de copa en el arte antiguo. Revista 'Alrededor del Mundo' de 1902
La chistera tal como hoy la conocemos, es un sombrero intermediario entre las dos grandes tendencias del arte de la sombrerería: la tendencia al desarrollo vertical y la tendencia al desarrollo horizontal; uno para proteger la cabeza contra la humedad y otro para librarla mejor de los rayos solares. Son las dos mismas tendencias que se han disputado la forma del tejado de las casas.
Uno de los primeros retratos que se conocen y que merecen citarse por su mérito, es el Antonio de Borgoña, bizarro capitán del siglo XV, que peleó contra los moros y los liejes, y que fue vencido por los franceses en Granson. Este, como casi todos los guerreros de su tiempo, se retrató en traje de paisano, y sobre su espesa cabellera ensortijada se enseñoreaba el sombrero negro de copa alta, con pequeño ribete a guisa de alas, semejante a los que usaban los personajes importantes de la época.
El pintor a quien se atribuye este retrato, Roger Van der Weyden, se cuidó de la ejecución del sombrero tanto como de las demás partes del retrato. Es de notar que este antecesor de la chistera no presenta líneas paralelas; tiene por todas partes casi imperceptibles bollos que destruyen la forma geométrica, y por lo tanto su silueta no tiene una forma regular.
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En los comienzos del siglo XVI se regulariza el uso del sombrero de copa en Alemania. La gente de la clase media de Nuremberg lo gasta duro, rígido, ligeramente cónico y cubierto de largos pelos. Quizás por influjos de la moda, Alberto Durero creyó honrar a la familia de la Virgen colocando una chistera de este género en la cabeza de uno de los personajes del cuadro de 'Las bodas de la Madre de Jesucristo'. Por igual causa, al representar a José de Arimatea depositando el cuerpo de Jesús en el sepulcro, les pareció muy oportuno plantarle la chistera de un rico burgués, como en efecto lo era José. En dicho grabado de Durero son planas las alas del sombrero, como las que ahora quieren imponernos los modernistas, de suerte que parece que se un contemporáneo nuestro el que figura en la escena de la Pasión.
Otro tanto ocurre en el 'Entierro de Cristo', de Quinten Massys, en el cual se ve a uno de los verdugos sentado en el Calvario quitándole las sandalias, cubierto con un enorme sombrero de copa casi igual a los que usaban nuestros abuelos.
Holanda ha sido el país donde más se ha usado la chistera en los tiempos antiguos. A principios del siglo XVII debía de gastarlo todo el mundo, puesto que un grabado de Esaías Van de Velde, que representa a una muchedumbre presenciando la ejecución de unos asesinos, aparecen todos los espectadores con sendos sombreros de copa; no obstante, entonces era una prenda de lujo, pues en Francia cada sombrero de castor valía 40 francos.
Jan Havicksz Steen, contemporáneo del anterior, a todos los médicos y charlatanes que figuraban en sus cuadros los cubría con un sombrero de forma casi cónica. Pero el gran maestro Rembrandt, que debía de haber visto mucha gente con chistera, pues vivió en el tiempo de Van de Velde, rara vez la pinta en sus cuadros. Por lo visto, era del mismo parecer que los artistas modernos respecto de la belleza de esta prenda.
Durante el siglo XVII el sombrero de copa apenas se usaba más que en Holanda. Si algún holandés iba a la corte de Luis XIV, tenía que dejar la 'chimenea' y ponerse un sombrero bajo de copa y de anchas alas, levantadas en forma de tricornio.
Después de la revolución francesa, vuelve a presentarse el sombrero de copa, geométrico, uniforme y lúgubre, sin más adorno que una cinta y un lazo; pero al poco tiempo se convierte en un sombrerazo enorme, peludo y ridículo. Toda Europa lo adoptó.
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Nuestro Goya se hizo un retrato en el que aparece cubierto con una chistera de este género.
Como se ve por los ejemplos citados, en todas las épocas la chistera ha estado reñida con los más elementales principios del arte. Ninguno de los sombreros de copa pintados por los antiguos maestros presenta líneas exactamente paralelas ni de serpentina regular.
Los que pintó Jan Steen eran cónicos. Los de fieltro peludo de Alberto Durero resultan pintorescos; los altos tubos de Van de Velde, tienen cordones y lazos que rompen la regularidad, y por último el de Goya, con sus pelos tan exageradamente largos, la geometría de la línea queda totalmente trastornada.
Los artistas modernos se quejan de las dificultades que ofrece la representación en sus obras del sombrero de copa, pero ya se ha visto que sus antecesores lograron salir del paso, y que la chistera triunfó en el arte antiguo antes de venir a sembrar el pánico en el arte moderno.
El sombrero de copa y el Derecho penal. Revista Museo Criminal de 1906
No por virtud de sus prerrogativas constitucionales como rey de Inglaterra y emperador de las Indias, sino por libérrimo movimiento de su soberana voluntad, como árbitro de la elegancia, el ya maduro Eduardo VII acaba de decretar la muerte del criticado sombrero de copa.
Séale la tierra leve, si en realidad desaparece, y dedíquense aquellos a quienes les interese, a buscar digna sustitución; nosotros, en tanto, indiferentes a las modificaciones del gusto en el vestir, relataremos algo que, relacionado íntimamente con este asunto, encaja de lleno en la índole de nuestra publicación.
Pocas personas saben, y a muchas les costará violencia creerlo, que el uso del sombrero de copa constituyó grave delito, casi de Estado, y que no tan solo penó duramente al portador del aquél, sino que los agentes encargados de perseguir tales hechos criminales tenían el deber de hacer trizas la prenda en el acto mismo de verla enhiesta en la cabeza del culpable, ya fuera en la calle, ya en el teatro, ya, en fin, hasta en el templo, si en él se estaba cometiendo tan abominable delito.
A la nación a quien corresponde el privilegio de haber descubierto este raro aspecto delictivo es a Rusia, y el soberano que lo incluyó en sus disposiciones penales fue Pablo I, enemigo de cuanto significara modernismo innovador; también penó y prohibió el frac y el chaleco; el hombre no dejaba en paz a las prendas de vestir.
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Sería inacabable el relato de los hechos que se sucedieron con este motivo; los abusos, las violencias y la dureza con que se llevaba a cabo las persecución. Citaremos uno solo, el que origina el presente grabado, puesto que en parte contribuyó al término del tal estado de cosas.
Acaba de llegar a la capital rusa un inglés, que ignorante de lo mandado, salió a pasear armado de su chistera. Si el delito era grave, la gravedad subía de punto porque el lugar escogido para su distracción era precisamente en las inmediaciones de Palacio.
Verle un soldado y lanzarse sobre él para destrozarle aquel pecaminoso artefacto, fue obra de un momento; supuso el inglés que trataba de robárselo y le acometió tan furiosamente que dio con el soldado en tierra; acude otro en aquel momento en defensa de su compañero; resiste el agredido cuanto puede la posesión de su sombrero; viene un tercero y luego un cuarto, y el inglés hiere a uno, lesiona a otro, arroja al suelo a los demás y cuando en medio de expectación pública llama en su auxilio a la guardia palatina, creyendo encontrar en ella amparo para su apurada situación, en oficial, enterado del caso, le detiene y le pone a disposición de las autoridades, las cuales por el procedimiento expeditivo que entonces usaban, principian el proceso criminal correspondiente.
La intervención de representantes de la nación inglesa y el carácter diplomático y grave que tomó el asunto, dieron a éste el giro favorable que puso en libertad al detenido, con la experiencia de que 'donde quiera que vayas haz... lo que allí sea lícito'.