Política y los manuales de urbanidad. Etiqueta y buenos modales en la política.

Los viejos manuales de Urbanidad explicaban que para cambiar algo en los demás sin que se ofendan hay que comenzar con elogios a sus buenas cualidades.

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José Blanco, agazapado desde el enojoso incidente de la Asamblea de Madrid decidió ayer resucitar mediáticamente como secretario de Organización del PSOE: solicitó a la Fiscalía Anticorrupción que actúe tras las mentiras y casualidades observadas en la comparecencia de Ricardo Romero de Tejada, secretario general del PP en la Comunidad madrileña. A Pepiño se le olvidó revisar concienzudamente las listas de Simancas para evitar que se le colaran candidatos con intereses espurios. Romero de Tejada no recordó que su Seguridad Social la paga una empresa de fotocopias propiedad de dos amigos con intereses inmobiliarios, que tienen abiertos algunos procedimientos por apropiación indebida y estafa.

Los viejos manuales de Urbanidad explicaban que para cambiar algo en los demás sin que se ofendan hay que comenzar con elogios a sus buenas cualidades. Después hay que llamar indirectamente su atención sobre los errores de los demás. Luego se debe hablar de los propios errores antes de censurar los del prójimo y hacer preguntas en lugar de dar órdenes. Más tarde hay que permitir que el prójimo salve su prestigio.

A continuación hay que mostrarse caluroso en la aprobación, abundante en el elogio, dando a entender que los defectos o errores son fáciles de corregir. Finalmente hay que procurar que los demás se sientan felices al hacer lo que se les sugiere porque tendrán una gran satisfacción. Voy a intentar cumplirlas. Señores Blanco, Romero de Tejada, Tamayo, Sáez y demás: "Ustedes son excelentes políticos; no caen en errores frecuentes entre sus colegas; los periodistas nos equivocamos a menudo y no comprendemos las razones profundas de sus decisiones. ¿No creen ustedes que sería bueno para este país al que han servido con rigor y solvencia, que ha llegado el momento de hacer pequeñas correcciones que, además, podrían proporcionarles el aplauso general. ¿Por qué no dimiten?