Sátira cortés en sociedad. I.

La sátira debe ser considerada como una multa censoria que sirve para corregir aquellos defectos que sin dejar de ser molestos y aun nocivos a la sociedad, no se encuentran en los códigos criminales.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

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Sátira cortés.

Al condenar como inurbanas las villanías y las injurias, no entiendo prohibir el oportuno y prudente uso de la ironía y de la sátira, que ejercitándose en las preocupaciones y en las locuras de los hombres, logra muchas veces entronizar la verdad riendo. El amor propio que no abandona a los hombres hasta que los abandona la vida, les hace temer más que todo la burla, y sacude su indolencia y los despoja de sus más queridas locuras para no quedar expuestos a los tiros de la ridiculez , lo cual no siempre lo consiguen la más paladina verdad ni la razón más manifiesta. Si Aristófanes hubiera dado a los atenienses en una arenga las lecciones que les dio en las comedias, lo hubieran hecho pedazos, y no obstante en el teatro se reían a carcajadas diciendo que tenía razón. Bien que los gentiles habían visto como Cicerón asaltaba el edificio de la idolatría con las armas que le daba la filosofía, no obstante no sabían resolverse a abandonar los templos; pero se presentó en medio de ellos Luciano, el cual hizo la guerra al gentilismo motejándolo, y si no echó abajo sus altares, dispersó a muchos de sus adoradores.

Así, pues, la sátira debe ser considerada como una multa censoria que sirve para corregir aquellos defectos que sin dejar de ser molestos y aun nocivos a la sociedad, no se encuentran en los códigos criminales, y quedarían impunes y tal vez inobservados del mismo culpable, sin la punzante amonestación de la sátira y de los chistes. Su vivo y ligero acicate clavado a tiempo puede suplir a la legislación, más eficaz que los sermones graves, más agudo que una pena aflictiva, es el específico contra los males no ulcerosos del ánimo y cual si dijéramos cutáneos. La ironía y la sátira son, no obstante, armas muy peligrosas, de las cuales es estimadamente fácil abusar, sea porque este género de discurso no es el más difícil, sea porque la sátira presenta una falsa apariencia de libertad, sea porque deprimiendo a los demás le parece el amor propio ensalzarse a sí mismo; y esta es la razón por que el elogio es insípido y la crítica agradable.

Ennio dice que a un hombre de talento le es más fácil apagar en la boca un carbón bien encendido, que retener un dicho satírico si se le ocurre. A esta natural disposición del ánimo se asocia muchas veces la envidia, la cual inquiere las más pequeñas acciones de los demás a fin de encontrar en ellas alguna mancha para hacerla más oscura con malignos colores. He aquí la razón porque la sátira debe recaer sobre las cosas, las locuras, las preocupaciones, las pretensiones del amor propio, y sobre los vicios en general más bien que contra el hombre particular, para huir, de que queriendo excitar la risa abra una herida en el ánimo ajeno y se exponga al odio de las personas honestas, si la sátira da en falso.

No quiero pasar en silencio, que si el inventor de una falsa maledicencia o de una sátira injusta es reprensible, lo es también el que la defiende, pues quien pegando fuego a la casa del vecino se excusara diciendo que otro le ha dado el fuego, no sería perdonado, y por la misma razón no lo merece tampoco el que derramando esas sátiras o maledicencias dice que lo ha oído a Pedro o a Juan, en un café o en el teatro, y que él no lo ha inventado.

Establecida la regla general es indispensable añadir las excepciones, las cuales resultan en su mayor parte del examen de las razones en que la regla está fundada. La urbanidad no condena ni en las conversaciones sociales ni en la repúbica literaria la sátira más o menos picante pero verdadera, contra las personas en los casos siguientes y por los siguientes motivos:

Rechazar un agresor importuno. Dacier que era entusiasta del saber de los antiguos, como un día oyese que una señora no hablaba con bastante respeto del divino Platón, le dijo: "Seguramente la señora no se digna leer otro escritor antiguo que Petronio". (Petronio es el escritor predilecto de los disolutos). Perdonad, respondió la señora: "espero, para leerlo, que vos le hayáis hecho un santo". ¿Quién calificaría de inurbana la salida de aquella señora?

Vengar la razón de los atentados de un necio o de un impostor. Sócrates usaba de la ironía contra las personas presuntuosas, y contra los pretendidos doctos universales, que no sabiendo cosa alguna, daban a entender al pueblo que sabían de todo y se manifestaban prontos a contestar a cualquiera argumento. Luciano quitó la máscara al célebre Peregrino, que aprovechándose de la sencillez del pueblo y haciendo falsos vaticinios tenía en Grecia tienda de imposturas y se había enriquecido a costa del sentido común y de las buenas costumbres.

Vengar los derechos de lo justo, de lo honesto, de la patria contra los atentados de los pícaros. ¿Quién hubiera podido condenar a Cicerón cuando ponía de manifiesto los vicios de Catilina y sus atentados contra la república? El juez que expone un delincuente en público con un cartel en el pecho en que se lean sus delitos, es indudablemente un maldiciente, pero esta maledicencia es necesaria para castigar el delito y prevenir su repetición.