El incidente del embajador francés en Valladolid II

Desde el primer momento se fueron acentuando las diferencias que cristalizaron sobre todo en la forma de efectuar la ratificación del juramento de la paz

 

Embajador francés. Incidente entre Francia y España. El papel del embajador. Corte de Iván el Terrible foto fondo Iván el Terrible en su corte. Óleo de Alexander Litovchenko -Wikimedia Commons

Incidente entre Francia y España. El papel del embajador

Rochepot en España

La partida de Rochepot se retrasaba en espera de solucionarse el conflicto surgido entre Francia y Saboya a causa del Marquesado de Saluzzo, que Carlos Manuel ambicionaba para sí, después de haberle ocupado en el reinado de Enrique III . Confiando en la juventud de Felipe III y esperando de su ayuda, el Duque de Saboya entretenía al francés con mil astutas dilaciones para no cumplir el tratado concertado en un viaje anterior a París. Pero España seguía una política fluctuante y poco clara, porque Lerma comprendía que los esfuerzos habían de acumularse en los Países Bajos, y no contaba con una buena situación económica para enredarse en nuevas guerras con Francia. Enrique IV , temeroso de la intervención española, instaba insistente al Duque y oponía una marcha contra reloj a las inconsecuentes dilaciones de la corte de España.

En una pausa, cuando la guerra franco-saboyana parecía alejarse por aceptar Carlos Manuel en principio -y por ganar tiempo- las proposiciones del Rey de Francia, pasaba Rochepot a España en la primavera de 1600. Desde el primer momento se fueron acentuando las diferencias que cristalizaron sobre todo en la forma de efectuar la ratificación del juramento de la paz. Justificación jurídica que Enrique IV necesitaba antes de comenzar las operaciones sobre Saboya, poniendo así un inconveniente más a la probable intromisión española en el conflicto (En carta de Lerma al secretario de Estado Prada, anuncia la llegada desde Burgos del secretario del embajador de Francia con algunos puntos sobre la ratificación de la paz, proponiendo en expresa instancia la exclusión del Duque de Saboya, porque la paz de Vervins no se había concertado con él. K 1460, doc. 8. A. G. S.).

Las peticiones del intransigente embajador, encastillado en una forma de ser muy poco propicia para la comprensión, se consideraron exorbitantes: solicitaba entre otras cosas comer en la mesa real, a semejanza de lo hecho por su señor en 1598 con los diputados de Flandes. Algo insólito en el aislante ceremonial borgoñón implantado por Carlos V , en el que la figura del rey perdía personalidad humana por la rígida etiqueta palatina. Reunido el Consejo de Estado el 13 de julio, fue denegada esta petición y, también, la de figurar Enrique IV con el título de Rey de Navarra; lo que pensó arreglarse con la fórmula de "Rey Católico de las Españas y Rey Cristianísimo de Francia". A tanto llegó la insolencia de Rochepot que amenazó con volverse a su país si no se accedía a sus peticiones. El Consejo de Estado moderó la consecuente respuesta, para no empeorar la situación, al decirle que "S. M. no haría más de lo dicho a pesar de todos los pesares".

La audiencia mantenida con Felipe III no obtuvo mejores resultados. Lerma no se había tragado el cebo presentado por el rey de Francia y esperaba la solución del asunto de Saluzzo que, al fin, y vistas las esperas negociadas por Carlos Manuel para ganarse entre tanto la abierta ayuda española, había desembocado en un rápido ataque francés sobre Saboya que la conquistó en su casi totalidad a los pocos días por la cobardía y las traiciones en el ejército del Duque. De ahí la conveniencia en las demoras a la ratificación de la paz por parte de España: el impedimento de tipo jurídico-internacional no existía para una intervención; pero quedaban en pie los económicos, agravados por la derrota sufrida en Flandes por el Archiduque Alberto en la batalla de las Dunass cerca de Newport. Mas, temiendo Lerma por la suerte del Milanesado y el completo desplome de Saboya, cuyos estados frenaban e impedían las maquinaciones francesas en Italia, fue enviado a Milán como gobernador y capitán general el conde de Fuentes de Valdepero, discípulo de la escuela militar y política del gran duque de Alba, y uno de los mejores generales de su tiempo. Llevaba orden de organizar con la mayor rapidez un numeroso ejército. Este peligro amenazador forzó a Enrique IV a acelerar el progreso de las operaciones; y la política pacifista del valido español, contraria a una guerra abierta con Francia, vio los cielos abiertos en la intervención mediadora del Papa por medio de la legación del cardenal Aldobrandini.

Siguieron varias e interminables negociaciones; Enrique IV tampoco deseaba la guerra, porque su posición en el trono de Francia no estaba, ni mucho menos, consolidada y la Liga católica seguía levantando cabeza. Los generales deseos de paz, no compartidos por Carlos Manuel, dieron por resultado el tratado de Lyón . Felipe III podía prestar el juramento de ratificación a la paz de Vervins ("Ha sido bien recibida en esta corte las nuevas de haberse efectuado las paces entre el Rey de Francia y el duque de Saboya, con lo cual se espera que la paz que se hizo con el Rey pasado se ha de continuar y que se ha de jurar de nuevo la confirmación de ella por S. M., pues entrara el duque de Saboya juntamente que es lo que lo definiría". Cabrera de Córdoba, Luis: Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614; edic. Madrid, 1857, pág. 95.).

La Corte en Valladolid

Las andanzas del municipio vallisoletano en pro de un traslado de la corte a esta ciudad, habían dado resultado por las facilidades que se dieron a los deseos del Duque de Lerma; no hay para qué indicar que los móviles económicos fueron la base del traslado, aparte de la separación de Felipe III de la emperatriz, viuda entonces en las Descalzas. El omnipotente favorito parecía decidido a afincarse en Valladolid, valiéndose de las concesiones hechas por las autoridades municipales, ya que incluso le habían nombrado Regidor perpetuo. El 10 de enero de 1601 se publicó oficialmente en Madrid la noticia del traslado de la corte, y Felipe III, sin más demora, partió al día siguiente (Sobre el traslado de la corte y su estancia en Valladolid, V. Alonso Cortés. Narciso: La corte de Felipe III en Valladolid, Valladolid, 1908). Ya la corte a orillas del Pisuerga, y bien incómodamente alojada por cierto, hasta que se fueron adaptando edificios y construyendo otros para sus múltiples necesidades, uno de los primeros acontecimientos que en ella se celebraron fue el solemne juramento de ratificación de la paz el 27 de mayo del mismo año.

No por ello se había adelantado gran cosa en un cambio de proceder del embajador francés; las diferencias seguían siendo las mismas y las causas de excesiva complejidad para llegar a un mejor entendimiento. Una de las constantes peticiones de Rochepot versaba sobre el mal trato dado a los marinos y mercaderes franceses en los puertos españoles, efecto del carácter duro del Adelantado de Castilla, don Martín de Padilla, aunque con su razón por la ayuda comercial que prestaban a los rebeldes de Flandes. A través de las abundantes Consultas del Consejo de Estado en la materia, puede verse un sincero deseo de dar satisfacción a estas quejas, pero las órdenes reales se interpretaban de muy diversas maneras en la distancia, y, entre especificaciones, idas y venidas de correos, nada o muy poco se hacía con efectividad.

Además, Lerma, maestro en la materia, comprobó los esfuerzos de Rochepot procurando inteligencias para conocer los movimientos del gobierno español, y le asestó buen contragolpe al comprar a uno de sus criados, un tal Nicolás de Soto, que estaba a cargo de la cifra. Tan molesta situación se iba a ver aún más agravada por los incidentes del personal de la embajada con el pueblo vallisoletano.

El incidente

Antes de pasar al relato somero de lo que estuvo a punto de provocar una abierta ruptura entre las dos coronas por agregarse a la serie de motivos que ambas tenían, dentro de una enemistad secular latente, hemos de considerar a la ligera algo a propósito del carácter del pueblo español con sus virtudes y sus defectos, base de un temperamento nacional de profunda incomprensión a lo exterior, y más si lo exterior provenía de un ambiente extraño y de difícil comprensión a nuestra idiosincrasia, agudizado el recelo y la poca o ninguna inteligencia después de un siglo de enemistad y guerra. Si, como dice Michelet, la historia es una resurrección, no será difícil hacer ésta desde la misma ciudad donde sucedió el incidente, aunque las circunstancias naturalmente han sufrido una lógica variación, pero no con exceso.