La Primera Misa.

Téngase en cuenta, ante todo, que nadie está obligado a celebrar la primera Misa con pompa y solemnidad externa.

Urbanidad Eclesiástica.

 

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1. Diversos modos de celebrarla.

¡Llegaste al fin del camino!
¡Dichoso aquel peregrino
que toca ya la frontera,
que es misteriosa barrera
tendida ante su destino!

Así saludaba nuestro poeta Gabriel y Galán a un Misacantano en la memorable fecha en que se acercara por vez primera a celebrar los Divinos Misterios, y con razón pudo concluir el insigne vate su canto de júbilo diciendo:

¡Feliz quien cuenta en su historia
un día como este día!

Pero, dejando a un lado toda la poesía que circunda fecha tan evocadora, vengamos a dar normas prácticas sobre los diversos modos de celebrarla sin contravenir a las reglas de Urbanidad.

Téngase en cuenta, ante todo, que nadie está obligado a celebrar la primera Misa con pompa y solemnidad externa; antes bien han sido muchos los santos y almas de muy exquisita cultura y cortesía, que, para evitar la disipación espiritual y aumentar su fervor, la celebraron en la intimidad de la familia o en lugares solitarios. Sirva de ejemplo San Juan Bosco que nos la describe así en sus "Memorias":

"El día de mi ordenación era la vigilia de la Santísima Trinidad, 5 de junio (de 1841), y la hizo el Señor Arzobispo Luis Fransoni, en el palacio episcopal. Mi primera Misa la celebré en la iglesia de San Francisco de Asís (de Turín), en la cual era superior de la Comunidad D. José Cafasso, mi insigne director y bienhechor. Me esperaban con ansia en mi pueblo, en donde hacía muchos años que no se había celebrado una primera Misa; pero preferí celebrarla en Turín, sin ruido, en el altar del Ángel Custodio, que se encuentra en esta iglesia, en la parte del Evangelio. En aquel día la Iglesia universal celebraba la fiesta de la Santísima Trinidad; la Archidiócesis de Turín, la del Milagro del Santísimo Sacramento; la iglesia de San Francisco, la fiesta de Nuestra Señora de las Gracias, allí honrada desde tiempo antiquísimo; por lo que puedo llamar aquel día el más hermoso de mi vida. En el Memento de aquella memorable Misa, procuré hacer devota mención de todos mis profesores, bienhechores espirituales y temporales, y singularmente del llorado D. Colosso, a quien siempre he recordado como grande e insigne bienhechor. Es piadosa creencia que el Señor concede infaliblemente la gracia que el nuevo Sacerdote le pide celebrando su primera Misa; yo le pedí ardientemente la eficacia de la palabra, para poder hacer bien a las almas. Me parece que el Señor escuchó mi humilde plegaria".

Puede, pues, celebrarse la Primera Misa privadamente, en la intimidad de familia, o invitando a las amistades. Puede también ser rezada, con más o menos solemnidad, y cantada, con o sin sermón. Y por razón del lugar, puede ser celebrada en su propio pueblo, en la ciudad o en algún santuario distante y aislado. Como es natural, cada una de estas circunstancias exige un distinto modo de comportarse socialmente. Aquí hablaremos en primer lugar de la Misa cantada con solemnidad, y después de algunas de las variantes que requieren especiales normas de cortesía.

2. Preparativos convenientes.

Entre los preparativos que no conviene dejar para última hora, al menos en sus líneas generales, están la designación del día, lugar, padrinos eclesiásticos y seculares, predicador, impresión y reparto de invitaciones, confección de la bandera, etc.

Para determinar la fecha han de tenerse en cuenta muchos detalles. Algunos, para no privarse de la dicha de inmolar cuanto antes a la Divina Víctima, lo celebran al día siguiente de su ordenación; otros lo dilatan hasta alguna festividad de su devoción; pero sería poco edificante retardar demasiado tiempo tan venturoso y anhelado día. Aunque es muy difícil encontrar una fecha a gusto de todos, para mayor seguridad conviene consultar el asunto con la familia, con el Rector de la Iglesia y con el personal imprescindible, pensando y pesando bien las dificultades que pudieran surgir por todas partes, a fin de evitar los trastornos que ocasiona la rectificación de fechas.

Respecto del lugar varían también mucho los criterios: parece que el sitio más indicado sea la propia iglesia parroquial; pero los hay que prefieren hacerlo en algún santuario de su devoción o en cualquier convento, donde resida alguna persona de su familia o le ofrezcan singulares facilidades. Algunos, por evitarse la disipación y preocupaciones que originan estos actos en los propios pueblos, se deciden a celebrarla en la capital de la diócesis o en algún santuario memorable de la región, como el Pilar, Monserrat, etc. En todo caso han de pensarse bien y con tiempo los pros y contras que ofrezca cada lugar, y consultarlo con la familia para evitar disgustos, como también contar anticipadamente con la venia del encargado de la iglesia elegida, al que se le ha de escribir o visitar para ultimar detalles.

En lo tocante a los padrinos, varían mucho los usos y costumbres según las diversas regiones. Las rúbricas permiten que el Misacantano tenga junto a sí un Presbítero Asistente que con estola y capa le acompañe y dirija en tan solemnes momentos. En algunas diócesis suelen ser dos los que hacen este honorífico oficio, para el que debe siempre escogerse algún Eclesiástico de prestigio, que tenga relaciones íntimas de parentesco, protección o jurisdicción sobre el nuevo Sacerdote, como el Párroco, Rector o Superiores del Seminario, Profesores, etc.; siempre ha de hacerse la invitación personalmente de palabra o por carta, y no conviene hacerlo público hasta no tener respuesta satisfactoria.

Respecto de los padrinos seglares, que también permiten las rúbricas y la costumbre, debe seguirse el uso común en el país, En algunas partes suelen ser los mismos que le apadrinaron en el Bautismo. A veces se reservan este honor los padres o hermanos del Celebrante. En ocasiones conviene ofrecerlo a personas distinguidas de las que se han recibido singulares favores; pero cuidando de que no pueda dar esto motivo a murmuraciones o a verse en compromisos desagradables. También, en algunas regiones, suelen figurar en las invitaciones como padrinos de honor, personajes importantes que, por estar ausentes, no pueden asistir a la ceremonia. A todos se les ha de invitar cortésmente y no se ha de publicar su nombre sin la previa anuencia de los interesados.

El predicador debe ser elegido e invitado con tiempo, para que pueda prepararse y evitar otros compromisos ineludibles. Puede muy bien elegirse entre los compañeros y amigos, debiendo mediar algún motivo de relación especial para razonar la invitación. Debe dársele toda clase de facilidades para el viaje, en caso de que sea forastero, y sufragarle delicadamente los gastos del mismo y de su estancia, como también ofrecerle después una oportuna compensación a su trabajo.

Las invitaciones habrán de hacerse unas de palabra y otras mediante carta o estampa impresa.

Todos los que hayan de intervenir personalmente en la sagrada ceremonia, los próximos parientes e invitados distinguidos o íntimamente ligados con la familia y los que hayan de asistir a la Misa, deben ser visitados por el Misacantano o por alguno de sus próximos deudos. A lo menos debe comunicárseles la invitación por escrito, incluyendo en la carta una o varias invitaciones impresas. Estas habrán de hacerse con profusión (véanse modelos en el Apéndice A) y repartirse a todos los conocidos de la localidad, sin olvidar las relaciones y obligaciones de fuera, especialmente las muy numerosas del Seminario.

La elección de modelo y redacción del texto ha de estar pensada maduramente y se deben corregir las pruebas de imprenta para evitar lamentables erratas. Conviene tener hecha de antemano una lista completa de todos los conocidos a quienes se desee mandar invitación y no quedarse cortos en la tirada de ejemplares. El reparto más seguro y rápido se hace por correo, aun para el interior de las capitales, con tal de que las señas estén claras y completas. Es muy prudente conservar un buen número de invitaciones disponibles para casos imprevistos, y ofrecer al predicador y padrinos varios ejemplares. También debe mandarse a la Prensa católica local.

En muchas regiones es tradición poner una gran bandera en la torre de la iglesia donde va a celebrarse la Primera Misa. Donde hubiere esta costumbre, no se ha de olvidar el nuevo Sacerdote de encargar con tiempo su confección, cuidándose de precisar bien las dimensiones y colores para que no resulte impropia. También ha de tratar detenidamente con el encargado del templo todo lo concerniente a los adornos del altar, músicos y demás elementos de la fiesta litúrgica.

Durante los días que median entre la ordenación y el cantamisa, suele ser muy visitada la casa del nuevo sacerdote por los parientes y amigos, que van a felicitar a éste y ofrecerle sus regalos. Estas visitas han de ser atendidas con delicadeza, procurando que no ocasionen al espíritu disipación excesiva. Los obsequios habrán de ser recibidos con muestras de gratitud, sin desdeñarlos por inoportunos, aunque se trate de objetos poco prácticos o ya donados por otras personas.

3. En la Primera Misa.

La víspera del gran día de la Primera Misa, suele anunciarse este acto con volteo general de campanas en la iglesia donde se celebre, y entonces se acostumbra colocar la bandera en la torre.

Llegado el dichoso día, los invitados forasteros y los eclesiásticos actuantes, que habrán sido recibidos y obsequiados por los familiares del Misacantano, irán acudiendo a la casa de éste o a la iglesia, según costumbre local. Si la función se verifica en un pueblo pequeño, suelen congregarse todos los invitados, e incluso las Autoridades, en casa del nuevo Sacerdote, para ir acompañándole solemnemente hasta la iglesia. En este caso habrán de ser atendidos por los padrinos y familia, hasta que, al aproximarse la hora, salga el Misacantano de sus habitaciones y se organice la comitiva, que presidirá él, llevando a sus lados al Predicador y Padrinos eclesiásticos; a continuación de los Clérigos van los padres, padrinos seglares y familia, seguidos de las Autoridades y demás invitados. En las grandes ciudades no suele organizarse esta comitiva solemne, congregándose los invitados en la iglesia, y acudiendo a la casa del nuevo Cura tan sólo los que intervienen en la fiesta litúrgica, que a veces son llevados en coche hasta el templo.

Dentro del recinto sagrado se tendrán reservados asientos especiales para la familia e invitados, a más del puesto propio de los padrinos, que suelen colocarse en el presbiterio: si entra la comitiva solemnemente, se acostumbra repicar las campanas y tocar el órgano, desde que llega el Misacantano, el cual se dirige al altar del Sacramento, donde ora unos momentos y entra después en la sacristía para revestirse y comenzar a continuación el solemne acto, objeto de los santos anhelos de toda su vida.

Durante el santo Sacrificio, fuera de lo prescrito por las rúbricas, no hay nada especial, si no es la parte que toman los padrinos seglares en el lavatorio de manos, que se hace en medio y al final de la Misa, ministrando el padrino el agua y la madrina la toalla. Durante el "Te Deum", se verifica el besamanos, para el cual se sientan todos los oficiantes y junto a ellos los padrinos, dando la cara al pueblo y en forma que sea fácil el desfile, que debe comenzar siempre por los padres y la familia. En estos momentos suelen en algunas partes repartirse las estampas-recordatorio, y en otras se acostumbra ofrecer oblaciones en metálico, que recogen los padrinos en sendas bandejas.

Para el regreso al domicilio, después de haber terminado el Celebrante su acción de gracias, siguen la misma norma que para la ida a la iglesia.

4. Obsequios a los convidados.

Terminada la ceremonia religiosa, suelen reunirse en casa del Misacantano todos los convidados y amigos para felicitar a la familia. A ésta corresponde atender y obsequiar a cada uno según lo requiera su parentesco e intimidad. Por regla general se sirve un refresco para todos, y después una comida para los más obligados (Nota 1. Véase en el Apéndice B una notable Circular del Cardenal Gulsasola.).

Para el refresco, que suele tenerse inmediatamente después de la fiesta religiosa en casa del Celebrante, habrá que disponer varias habitaciones en forma que puedan colocarse muchos invitados en torno a las mesas preparadas al efecto con manteles, platos, vasos de agua, vino y licor, cuchillos y, si es preciso, cucharitas de postre, botellas en abundancia, y adornado todo con flores, esparcidas con gusto o colocadas en centros, pudiendo también completar el ornato las tartas y platos artísticos de dulce.

Cuando por la estrechez del local no sea posible que se coloquen todos, aun en diversos turnos, sentados a la mesa, servirá ésta como depósito de fuentes, botellas, etcétera, pero ordenados con gasto y arte, y las sillas estarán puestas junto a la pared. En el caso corriente de ser varias las estancias dedicadas al efecto, debe cuidarse de introducir en cada una de ellas a las personas de condición semejante, reservando una para los Sacerdotes, en la que ocuparán lugar preferente el Misacantano y sus Padrinos de altar, dedicándose los padrinos seglares y la familia a atender a los invitados. Lo que haya de darse entonces a los invitados depende de la costumbre regional y de la posición económica de quien sufrague los gastos; puede muy bien ser un chocolate, fiambres, dulces secos o en almíbar, vinos generosos, limonada, licores, etcétera. Suele el padrino ofrecer tabaco a los que acostumbren usarlo. El nuevo Sacerdote, después de haber terminado su desayuno, puede levantarse de la mesa para atender y despedir a los invitados. A las personas que no hayan podido acudir a este convite y sean acreedoras a especiales atenciones por razón de parentesco o gratitud, es muy natural y delicado se les envíe a su domicilio un plato o caja de dulces con tarjeta del Celebrante.

Para asistir a la comida se debe invitar expresamente y con la debida anticipación a las personas que parezca oportuno; suelen ser éstas, además de la familia, los padrinos, el predicador y ministros de la Misa, el propio Párroco, los forasteros que hayan acudido exprofeso al acto, y las personas a quienes eslé más obligada la familia. Si la casa del Misacantano reúne condiciones, en ella se suele tener la comida, para cuya preparación y servicio habrán de seguirse las normas dadas para los banquetes (Nota 1. Véanse en la primera parte números 220, 221 y 222), acomodadas a las circunstancias locales y personales. En las ciudades de importancia, a veces, se tiene esta comida en una fonda, con lo que se libra la familia de muchas preocupaciones y no suele aumentar mucho el coste, pero esto ofrece cierto aspecto mundano y a veces poco edificante. Viene a tener las mismas ventajas, y da al acto un aspecto de más sencillez y sobriedad, el que sea la comida preparada y aun servida por la fonda, pero en la casa misma del Celebrante.

Conviene prevenir con tiempo a la familia, haciéndoles ver claro que no son estos detalles, accidentales y superfluos, lo más importante de la Primera Misa; antes bien, que son muchos los que prescinden de estas fiestas y banquetes, para sacar mayor provecho espiritual, como nos cuenta el Venerable P. Fray Luis de Granada que lo hizo el Beato Maestro Juan de Avila, quien "siendo ya de edad competente, se ordenó de Misa, la cual, por honrar los sucesos de sus padres, quiso decir en su lugar, y por honra de la Misa, en lugar de los banquetes y fiestas que en estos casos se suelen hacer (como persona que tenía ya más altos pensamientos) dio de comer a doce pobres y les sirvió a la mesa y vistió e hizo con ellos otras obras de piedad".

Ni que decir tiene, que en toda Primera Misa debe suprimirse cuanto a bailes populares y festejos profanos atañe. En cambio es muy propio y edificante que, por la tarde, se celebre otra devota función en la iglesia, donde el nuevo Sacerdote dé la bendición con el Santísimo a los concurrentes.

Pasado ya el día de la fiesta, será cortés que el Misacantano haga una visita de gratitud y ofrecimiento a las personas que más directamente hayan tomado parte en la fiesta, o le obsequiaron especialmente.

5. Algunas variantes de la ceremonia.

Algunas variantes a lo anteriormente descrito se han de introducir según lo requieran los casos.

Cuando la familia del nuevo Sacerdote está de luto riguroso, debe omitirse toda pompa profana, convites, etcétera. Pero en lo tocante a la ceremonia religiosa, unos suprimen toda solemnidad, rezando la Misa, sin dar conocimiento de ello nada más que a los próximos parientes y amigos íntimos; otros, retrasando algunos días la ceremonia, dan a ésta, en la iglesia tan solo, todo el esplendor acostumbrado en tales casos; y hasta alguna vez he visto que la Primera Misa fuese un solemne funeral, terminado el cual y cambiados los negros ornamentos en blancos, se encaminaron los celebrantes al altar de la Santísima Virgen donde, después de una plática de circunstancias, se cantó el "Te Deum" y se verificó el besamanos acostumbrado.

En otras ocasiones suelen unirse dos o más fiestas de familia, como la boda o primera Comunión de algún hermano del Neocelebrante. En tales casos, se anuncian simultáneamente ambos acontecimientos y se les hace copartícipes de los honores en las comidas y enhorabuenas, aunque es difícil que resulte bien la fusión de bodas con cantamisas.

Si se elige para celebrar la Primera Misa algún santuario alejado del sitio de común residencia, deberán darse facilidades, para que se trasladen a dicho punto los que tomen parte activa en la fiesta y a los particularmente invitados. A la comida, en la que se sentarán a la mesa todos los excursionistas, debe invitarse al Sr. Cura encargado de la iglesia y a los demás Sacerdotes que tomen parte en el acto.

En el caso de optar por una celebración privada, puede prepcindirse de todo aparato externo, aunque en el acto haya padrinos, tanto eclesiásticos como seglares, y se dé a la fiesta religiosa alguna solemnidad.

De lo que más ha de cuidar el Misacantano, es de no darse tan de lleno a los preparativos y atenciones materiales de la fiesta, que pueda sufrir algún menoscabo la preparación espiritual de su alma.

¡Ojalá que de esta preparación en todos los nuevos Presbíteros se encargase el mismo Corazón Divino, como lo hizo con su regalado siervo el Venerable P. Bernardo Francisco de Hoyos, que tuvo por padrinos en tan solemne acto a San Juan Evangelista, San Francisco de Sales y San Francisco Javier, y por testigos a San Ignacio de Loyola, San Luis Gonzaga, Beato P. La Colombière, Venerable P. Padial y las cuatro insignes Santas Gertrudis, Teresa de Jesús, María Magdalena de Pazzis y Margarita María de Alacoque!