Carta de un joven a su hermano comunicándole la llegada a una ciudad donde nunca había estado.

Carta de un joven a su hermano donde le participa la llegada a una ciudad donde nunca había estado.

Novísimo manual epistolar o colección completa de cartas familiares y de comercio.

 

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Carta de un joven a su hermano comunicándole la llegada a una ciudad donde nunca había estado.

Sr. Antonio J.

Puigcerdá.

Barcelona 24 setiembre de 185..

Querido hermano:

Por fin héteme instalado en mi nueva morada, después de tres días de viaje, y ocho de descanso en ésta, yo mísero de míj que nunca había visto más allá de las paredes de mi cuarto. Mé parece que en el poco tiempo que me hallo ausente de la casa paterna ya soy enteramente otro hombre; pienso y discurro de otra manera, mis sensaciones son enteramente diversas y no sé si los mil objetos que a cada momento se ofrecen a mi vista en esta populosa ciudad, acabarán por transformarme, si es que antes no me vuelven loco.

Pasaré por alto los percances del v¡aje, para hacerte una breve si bien que verídica descripción de mi nueva morada, que creo leerás con interés por las diversas peripecias que en ella tienen lugar. Mi habitación, como no ignoras, es una casa de pupilos y está regentada por una respetable matrona mujer de unos cuarenta y tantos años cuya tendencia a la economía y a los ahorros raya en ridiculez. Verdad es que el presupuesto de gastos de mi pupilaje es muy reducido, pero el de gastos de mi patrona creo lo será muchísimo más. Empezando por la jícara de chocolate que tomamos por la mañana (debo observarte que cuento con tres compañeros de abstinencia) hasta los huevos pasados por agua con que nos regala por la noche, todo guarda una forma, cuasi me atreveré a decir microscópica. Esto da lugar, como es consiguiente, a que tanto yo como mis colnpañeros tengamos constantemente un apetito que despierta en nosotros el mejor buen humor del mundo, cuando no nos sume en una melancolía que aumentan más y más las eternas horas que median desde una comida a otra.

Durante este tiempo de verdadera crísis para nuestros estómagos, he observado cuasi diariamente que mi colateral, muchacho muy travieso y que cursa el primer año de medicina, se entretiene en tocar algunas variaciones de trompón o de cornetin de pistón en cuyos instrumentos suponen es muy diestro; mi vecino de enfrente en probar su robusta voz de bajo que dicen la tiene muy hermosa; y un jovencito que vive en un cuarto sin luz en la exlremidad de un corredor, sumamente aficionado a la carrera dramática, en declamar algunos sentidos trozos de dramas modernos. Figúrate, hermano mío, que yo no toco, ni canto, ni declamo; yo que he venido a esta ciudad para estudiar y comer, para vivir y poder aprovechar debidamente el tiempo de mis estudios, qué papel tan bonito haré en medio del continuo estrépito en que me veo envuelto y del ayuno que estoy forzado a guardar.

Mi patrona a quien indirectamente he manifestado mi incomodidad, me ha contestado con la mayor calma del mundo que ya me acostumbraría con el tiempo; pero yo, que no soy de su parecer, me parece que lo mejor será irme con la música a otra parle, o mejor dejar la música a mi patrona, ya que sus buenos huéspedes se alimentan y viven con ella.

Adiós, hermano mío; aconséjame si debo continuar respirando la atmósfera de armonía que merodea, o bien debo buscar una nueva casa en que haya menos música y más pan.

Saludad los amigos y dispon de tu hermano,

Zoilo M.