E. Los modales en la Baja Edad Media española. VI.

El código de buenas maneras de la cortesía: Los modales en la Baja Edad Media española.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta

 

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Poner coto a la utilización de las manos se enfrenta a un notable obstáculo: no hay tenedores. Existe la broca, antecedente formal del tenedor pero los tratados sobre el bien cortar los alimentos la incluyen como instrumento del que se vale únicamente el cortador para desgajar la pieza (Villena, 1994). El tenedor no llegará a España -procedente de Italia- hasta entrado el siglo XVII coincidiendo con el reinado de Felipe IV, comprendido entre los años 1621 y 1655 (Nota: Los italianos que visitan España advierten que todavía se come, a su juicio, sin demasiados remilgos y constatan la inexistencia del tenedor en la mesa como cubierto de uso habitual. Cfr. Díaz Plaja (1974:278). Italia es la cuna del tenedor. En el Museo del Bargello (Florencia) puede admirarse un tenedor (Inv. 872c) que data del siglo XV y se localiza en Milán. Repárese en lo temprano de esta fecha si se compara con el caso español).

Mientras se come es aconsejable permanecer en silencio. El silencio se inscribe en la deseabilidad de ser callantivo: ni hablar ni gesticular sin sentido. Pero el alcance del silencio va más allá de las palabras y el ademán llegando hasta el propio ruido que se hace al comer, mal a evitar puesto que es indicio de glotonería:

"En ningún momento, mientras comas, hagas ruido con los dientes ni chasques los labios mientras comes, puesto que aquí no se debe producir sonus epulantis, es decir, ruido de glotón". (Eiximenis, 1983a: 150).

En general, saber cuándo hay que estar callado es el reverso de saber cuándo y de qué hablar. Hay temas de conversación prescindibles. Por eso conviene que la memoria sea activada selectivamente. Se estrecha el cerco sobre la ocurrencia espontánea que puede poner encima de la mesa asuntos embarazosos o mal avenidos con el decoro:

"Nunca en la mesa quieras limpiarte los dientes ni las uñas, ni enseñar nada que a otro pueda provocar o mover a náuseas o vómitos. Por esta misma razón, no debes hablar de cosas feas como, por ejemplo, deposiciones, lavativas o enfermedades, ni de hombres colgados ni sentenciados, ni de nada que puede provocar en otro asco o vómito" (Eiximenis, 1983a:154).

La lengua es la llave del corazón: muestra lo que pensamos, sentimos y desvela nuestros defectos. Administrar eficazmente el silencio es un requisito básico que ha de cumplirse para no incurrir en una conducta cobdiciosa.

Cualquier comida, tal y como señalan los preceptos de la cortesía, comporta la limpieza de los dientes. Los dientes pueden limpiarse con o sin la ayuda de mondadientes. En este punto, la España cristiana es menos refinada que la árabe y se decanta por hacerlo sin el auxilio de herramienta alguna:

"[El sirviente] debe tener sus dientes mondados e fregados con las cosas que encarnan las enzías e los tienen limpios.[...] e mondárselos de la tosca, si la oviere, quitando cada día a cada comer d'ellos la vianda allí retenida con uña de oro, que es mejor para esto, faziéndolo sin premia con manera suave, que non faga lesión a las enzías ne saque d'llas sangre. E después fregallo con paño de escarlata" (Villena, 1994:144).

Por el contrario, la vertiente árabe tiende a hacer un uso sofisticado del mondadientes. El mondadientes es una raíz escogida por su deleitante aroma que se mordisquea por un lado hasta que toma forma de escobilla. No debe utilizarse en la letrina o el baño por ser esa una costumbre propia del vulgo. Si se utilizase en semejantes lugares, las encías se debilitarían y el aliento se corrompería. De no utilizarlo allí, los dientes se blanquean, la boca se tonifica, la visión se agudiza, se despejan los conductos obstruidos y se abre el apetito (Nota: Analizaré con más precisión esta alusión a la limpieza de los dientes y los lugares en los que tiene lugar en el siguiente epígrafe cuando me refiera al argumento social como justificación de las coacciones que sobre la conducta pretende imponer la cortesía). El grado de exquisitez alcanzado con el mondadientes se incrementa cuando es regalado como prueba de afecto; bien aún por estrenar o ya estrenado:

"Las personas elegantes también se regalan los mondadientes y los usan en lugar de una prenda, o un billete, una señal de amor o un beso, como hacen con el olíbano mordisqueado y con la manzana mordida" (Al-wassa, 1990:227).

El mondadientes puede exceder el terreno de la comida y la mesa para convertirse en un fetiche amoroso. Es codiciado como posesión puesto que alguna vez estuvo en la boca de la persona a quien se amó:

"Ha usado un mondadientes que me ha dado
para mostrarme cómo sabe su boca,
¡nada mejor podría haber pensado!
Cuando en el mondadientes me llegó su saliva
tan fresca como el agua que se mezcla con vino
besé lo que su boca había tocado y le dije:
Ojalá amiga, fuese yo el mondadientes.
exhala el mondadientes el aroma de su aliento
y si su piel tocase levemente otra piel
la impregnaría de perfume"
(Al-wassa, 1990:228).

He señalado con anterioridad que la cortesía tiene como misión el ordenamiento y contención de los apetitos. Es decir, éstos no deben ser satisfechos de manera desenfrenada ya que así sólo los satisfacen los animales. Son los animales quienes en el momento de satisfacerlos se anclan al nivel puramente biológico: lo hacen para garantizar la supervivencia y la reproducción. La cortesía propone trascender ese nivel biológico y recubre la satisfacción de apetitos, impulsos e instintos con una cobertura ética y estética. Los hombres no deben asemejarse a los animales y para ello han de guardar compostura en el instante en que se manifiesten apetitos, impulsos e instintos.

La compostura es imprescindible a la hora de comer. Una vez sentado, los codos no podrán estar encima de la mesa y el cuerpo no adoptará una figura encorvada. Inclinarse en exceso sobre las escudillas recuerda a los animales agachando la testuz cuando se alimentan. Esa imagen conviene eliminarla:

"Nunca jamás al recibir el bocado debes alzar la boca en lo alto ni acercar la boca para recibirlo, sino que debes llevarte con la mano el bocado a la boca, y no la boca a la mano" (Eiximenis, 1983a:150).

Alejarse de las bestias en el acto de comer es crucial: el hombre no debe convertirse en una de ellas y por eso se recurre con frecuencia a la descalificación de la conducta humana en términos animales (Nota: Curiosamente, la expulsión de la referencia animal alcanza también a los alimentos, no sólo a las personas: "Los elegantes no comen langosta ni bogavantes a causa de su parecido con las partes pudendas de los animales". Al-wassa (1990:207)). El ser humano se rebaja cuando cede a satisfacer sus necesidades de forma desordenada. A esta caracterización negativa de la conducta puede añadírsele el plus coactivo que implica la violencia para de este modo lograr la compostura pretendida:

"... sería cosa digna que se les diera tal bastonazo en el cuello que se les cayera la taza, y la boca diera un gran golpe en la mesa de manera que quedaran bien empapados de vino, ellos y la mesa, para que, por todas partes empapados, parecieran puercos, pues como tales comen y beben" (Eiximenis, 1983a:150).

En el logro de la compostura no se escatiman medios. Puede recurrirse a la violencia pero también puede evocarse la muerte, por ejemplo, para recordar que ha de masticarse despacio; para recordar, en definitiva, que no es de recibo cualquier conducta en la mesa:

"[...] ni tragues el bocado antes de que haya sido bien masticado en tu boca, no vayas a ahogarte, ni tomes la copa antes de tener la boca vacía, no cobres fama de bebedor, y no hables con la boca llena para que no se vaya algo de la garganta a la tráquea y puedas morir por ello" (Nota: Pedro Alfonso, Disciplina Clericalis, citado en López Pita y Martín (1995:23). Pedro Alfonso (1062-principios del siglo XII) fue un sabio judío converso que escribió Disciplina Clericalis en pos de la salvación espiritual del cristiano. Se trata de un conjunto apólogos y cuentos que contaron con una amplia difusión durante el bajomedievo).

En el terreno de la compostura los preceptos entreveran lo procaz -la violencia y la muerte- y lo delicado. Esto no es óbice para que existan preceptos que se decanten sin ambages por lo burdo en la lucha por la compostura:

"Siempre que tengas que escupir en la mesa, escupe detrás de ti si hay espacio conveniente; no escupas jamás en el banco en que estás sentado, y si no hay espacio, escupe entre las piernas, escondiendo el escupitajo tanto como puedas. Nunca escupas de tal manera que el escupitajo vaya a parar sobre la mesa ni delante de nadie" (Eiximenis, 1983:154-155).