En qué consiste la urbanidad, y comportamiento en general y en particular

La urbanidad consiste en acomodar nuestras acciones a los buenos usos y modales de la sociedad

La estrella infantil. Preceptos higiénicos, morales y de urbanidad.

 

Conversar. Conversaciones sobre el estao de la Red. antony_mayfield

La urbanidad y comportamiento en general y en particular

Cumplir las reglas de convivencia para una convivir de una forma más cordial

La urbanidad consiste en acomodar nuestras acciones a los buenos usos y modales de la sociedad, demostrando con ello el respeto y consideración que debemos a cada uno de nuestros semejantes.

Nuestro comportamiento en general debe ser tal, que bajo ningún concepto pueda ser reprobado por ninguna persona sensata y prudente, juzgando cada uno sus propias acciones como juzgaría las de los demás y tomando por modelo en caso de duda a quienes juzguemos más educados.

El comportamiento en particular ha de acomodarse a las personas con quienes se trate y al lugar donde se esté; en la escuela como en la escuela, los niños; en el templo, como en el templo, etcétera, etcétera.

Si necesaria es la urbanidad en los hombres, lo es mucho más en las mujeres. En una mujer o en una niña es un gran defecto la falta de urbanidad o la descortesía. La mujer y la niña deben ser más recatadas o menos libres que el hombre en las conversaciones y en los hechos, revelando candor, modestia, sobriedad, recato y gran prudencia a la vez en sus palabras, en sus miradas, en sus actos, saludos, etc., y especialmente tratándose de hombres.

Comportamiento en las reuniones

Al entrar en alguna concurrencia o tertulia, la primera cosa que debemos hacer es saludar cortésmente a los dueños de la casa y demás personas que estuvieren presentes.

Invitados a sentarnos, debemos ocupar el puesto inferior y no el de otro, no sólo excusándonos si nos le ofreciere, sino aún dándole gracias y no admitiéndolo, salvo que se nos obligue con repetidas instancias.

Si al llegar interrumpen la conversación, debemos suplicarles que la continúen; pero sin manifestar curiosidad de saber sobre lo que versaba.

Generalmente no hemos de ser demasiado habladores ni callados.

Los asuntos de nuestra conversación han de ser en lo posible interesantes y agradables, evitando todo aquello que no se acomode a la decencia y a las buenas costumbres, las palabras bajas o incultas, sin nombrar cosa alguna que cause asco o fastidio, huyendo de toda bufonada grosera en los gestos y en las palabras, y sobre todo de la sátira y murmuración.

Cuando se suscite alguna cuestión o nos veamos precisados a impugnar lo que otro diga, debemos hacerlo con buen modo. Sobre todo, conviene no desmentir abiertamente a persona alguna, como diciendo es incierto o no es así; y cuando tengamos que contradecir alguna cosa, debemos primero pedir venia y después añadir modestamente, me parece o tengo entendido quo esto es de este modo o del otro.

Cuando otro contradiga nuestras proposiciones, no nos hemos de agraviar, sino responderle cortés y agradablemente, exponiendo sin calor nuestras razones y no insistiendo con tenacidad cuando veamos que estamos discordes, aún cuando creamos tener razón, si a los demás no les hace fuerza.

Nuestras narraciones no han de pecar por áridas y secas, ni tampoco por largas y difusas; debemos, sí, procurar exponer las cosas con claridad y con orden, interpelando aquellas circunstancias y reflexiones que puedan dar a lo que contamos mayor luz y gracia y huyendo de digresiones y repeticiones inútiles.

No hay cosa más enfadosa que el interrumpir a cada paso la narración para acordarse, ya de los nombres de las personas, ya de las cosas, retractándose de lo ya dicho o volviendo a comenzar desde el principio, etc. Para evitar esta pesadez es menester tener bien presente en la memoria lo que se va a decir y ordenarlo anticipadamente en la imaginación.

Debemos escoger con preferencia asuntos alegres y agradables, que en todo caso hagan reír decentemente a los circunstantes; pero cuidando de no ser nosotros los primeros en hacerlo.

Cuando otro cuente alguna cosa, no debemos interrumpirlo de ninguna manera; y si tenemos que añadir a su narración alguna cosa o alguna reflexión que hacer, debemos reservarla para después que haya acabado.

Los motes y ciertas bromas solamente se permiten entre las personas que se tratan con mucha familiaridad, y áun así deben usarse con discreción y de ningún modo insistir en unas ni en otras cuando vemos que se resiente el sujeto a quien se dirigen. Cuando, por el contrario, cualquiera nos diga alguna chanza o nos haga alguna burla, debemos llevarla con agrado y corresponder con igual humor, sin resentimiento ni enfado y sin dirigir la menor palabra ofensiva.

Tanto cuanto hemos de huir de los modales rústicos e impolíticos, debemos evitar el extremo de la afectación en los cumplimientos, de la demasiada ceremonia, de la adulación, de la zalamería, de la falsa humildad y de la bajeza, guardando siempre una justa moderación en las ceremonias y cumplimientos conforme al uso del país, dando a cada uno las alabanzas que corresponden, sin adularle, y no hablando de nuestras cosas y de nosotros mismos, ni en bien ni en mal, sino lo menos que sea posible.