Las visitas. Primera parte.

La costumbre de señalar un día para recibir es útil y necesaria. Nada hay más desagradable que dejar las ocupaciones para ir a una casa cuyos dueños están ausentes.

Arte de Saber Vivir - Prácticas Sociales. Ed. Prometeo.

 

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Las visitas de cortesía.

Las visitas son una costumbre que tiende a mantener los lazos de amistad y las relaciones sociales.

Es de buen gusto visitar a las personas a quienes estamos obligados por algún acto de deferencia; otras veces la visita es necesaria para solicitar un favor, y más comúnmente por el placer de pasar un rato en compañía de sujetos que encantan por su trato agradable o por su simpatía.

La costumbre de señalar un día para recibir es útil y necesaria. Nada hay más desagradable que dejar las ocupaciones para ir a una casa cuyos dueños están ausentes, y nada que contraríe tanto como la llegada de una visita cuando el salón no está preparado, o cuando el dueño de la casa tiene otras ocupaciones urgentes o necesidad de salir.

El día en que se recibe, ya se han dejado de antemano otros cuidados para reconcentrar la atención en las personas que nos visitan; el orden más riguroso reina por todas partes; las lámparas están preparadas, las flores frescas, la estufa caldeada, y el sirviente de frac o la criada con cofia y delantal blanco, sin más cuidado que el de abrir la puerta y atender a los visitantes.

Generalmente, las horas de recibir son de tres a siete; las visitas de poca intimidad deben ir las primeras.

Casi siempre, todas estas visitas ceremoniosas son breves, y cuando llegan nuevos visitantes dejan el puesto libre después de algunos minutos, pues sería de mal tono marcharse al llegar ellos.

"Las jóvenes no reciben nunca solas, sino en compañía de su madre o persona que le sustituya"

Las visitas de pésame resultan penosas, y a pesar de que son siempre desagradables por la pena que causa ir a ver la aflicción de los amigos, se necesita armarse de valor y cumplir este deber.

Al entrar en la casa adonde se va de visita, los hombres dejan en la antecámara los paraguas, las capas, los objetos que lleven en la mano y los abrigos. Las señoras pueden conservarlos, pero es de mejor gusto despojarse de ellos.

Hecho esto, la criada levanta el portier y anuncia a las personas que entran, las cuales van a saludar a la dueña de la casa, informándose de la salud de su familia. La señora de la casa se levanta a la entrada de un nuevo visitante, y las demás personas de la tertulia permanecen sentadas, inclinando la cabeza al saludarlas. Las mujeres no se levantan cuando es un hombre el que llega.

Las jóvenes no reciben nunca solas, a no reemplazar a su madre por cualquier circunstancia, y en ese caso acompañadas de su institrutiz o de una parienta o amiga de edad. Si son huérfanas, reciben en compañía de su padre.

La señora que recibe necesita estar vestida con esmero, demostrando así deseo de honrar a sus visitas, pero sin gran lujo, para no eclipsarlas. Los guantes son de rigor por la noche, pero la dueña de la casa no los lleva jamás en las recepciones de día. Así mismo, en estas últimas recepciones puede recibir solo la señora, mientras que en las que se verifican de noche es indispensable la presencia del marido.