Tarde trece. Respeto a los ancianos.

El respeto debido a los padres y superiores me recuerda el que se debe a los ancianos. Hijos mios, honrad la vejez, tolerad sus faltas y sus achaques.

Lecciones de moral, virtud y urbanidad.

 

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El Padre. - Lo primero que hace un joven bien educado después de lavarse y vestirse, es levantar el corazón a Dios para darle gracias, como ya os lo dije en la segunda tarde que empezamos a reunirnos en este sitio. En seguida va a saber cómo han pasado la noche sus padres, o superiores. No creáis, hijos mios, que esto es un vano cumplimiento; es el deseo que tiene un corazón sensible de saber si las personas que estima gozan de buena salud.

El respeto debido a los padres y superiores me recuerda el que se debe a los ancianos. Hijos mios, honrad la vejez, tolerad sus faltas y sus achaques. Burlarse de un viejo, solo porque lo es, es insultar a la naturaleza. Cuando encontréis a algún anciano, debéis saludarle con respeto, y no con la ligereza con que saludaríais a un igual vuestro. En cualquiera parte que os halléis, ceded el lugar preferente a los ancianos. Veamos, Jacobito, si te acuerdas de aquel rasgo histórico que te conté hace algún tiempo.

Jacobito. - ¿Una cosa que sucedió en Atenas, papá?

El Padre. - Sí, a tiempo que los embajadores de Esparta estaban en el teatro.

Jacobito. - Después de haber empezado la función, y cuando apenas había un asiento vacío, entró en el teatro un buen anciano, y no hallando sitio donde colocarse, los jóvenes Atenienses, en vez de hacerle lugar, tomaron por su cuenta el burlarse de él, llamándole y enviándole de una parte a otra. Los embajadores de Esparta, que ocupaban un lugar distinguido en el espectáculo, habiendo notado lo que pasaba, llamaron al pobre anciano, y apretándose un poco le acomodaron en medio de ellos. Agradecido el viejo a esta señal de respeto, levantó la voz y dijo: "Los Atenienses tienen siempre la virtud en la boca, los Espartanos la practican".

El Padre. - Si os hallaséis en igual caso bien puedo creer que no imitaríais a los jóvenes Atenienses.

Emilio. - No, papá; a mí me causan mucha compasión los que son muy viejecitos; y veo que todos los que me conocen me quieren.

El Padre. - Eso prueba que tienes un buen corazón. Si la muerte no nos ataja en medio de la carrera, nosotros también llegaremos a ser viejos, y entonces no nos gustará que jóvenes atolondrados e inmorales se nos burlen de las arrugas de la cara, de la falta de pelo, de la voz trémula, y otros defectos que van anejos a la vejez. Un hombre cargado de años, que ha cumplido bien con los deberes de la sociedad, es un ser sagrado, un depósito de experiencia, adonde se debe acudir para saber cómo conducirse en las diversas circunstancias de la vida. Nuestro poeta Ercilla nos hace ver con qué respeto oían los feroces Araucanos los consejos que les daba el anciano Colocolo, para mantener la independencia de su país.

No os diré que seáis dóciles con vuestros padres, porque tengo el gusto de ver que observáis escrupulosamente tan sagrada obligación. No obedecer a sus padres, es cometer dos faltas muy graves: la primera ultraja a la naturaleza, la segunda nos es perjudicial; supuesto que debemos todo a los que nos han dado el ser, su voluntad debe también ser la nuestra; cuanto nos mandan es para bien nuestro, por lo tanto respetemos sus órdenes.

Si yo tuviese que hablar a otros muchachos les diría: "Obedeced a vuestros padres sin tardanza, y con aire alegre para dar más realce a la obediencia". No hay cosa más desagradable que un muchacho que todo lo hace de mala gana, y refunfuñando. Por el contrario, todo el mundo quiere naturalmente a los niños, cuya cara risueña anuncia su buena voluntad. Las ventajas de la docilidad son muy grandes para un niño; escuchadme atentamente.

Un muchacho dócil es querido; el ser querido ya es una gran dicha, que merece hagamos mil esfuerzos por lograrla. Un muchacho dócil hace cuanto está de su parte para seguir los consejos de sus maestros; con esto alcanza instruirse fácilmente, y no ser castigado. Consigue además de esto verse con el tiempo más estimado que una porción de ignorantes, perezosos y porfiados desde su infancia.

El muchacho dócil se prepara un porvenir feliz, porque toda nuestra vida es una continua obediencia; hoy obedecéis a vuestros padres y maestros; mañana obedeceréis a vuestros superiores, a vuestros deberes, a las circunstancias, y aun a personas, que estaréis muy lejos de pensar en ellas. No se puede hacer siempre lo que se quiere; todos los hombres, aun los ricos mismos, viven dependientes unos de otros. Si os acostumbráis a obedecer desde niños, nada os costará cuando lleguéis a ser grandes.

Si, como está sucediendo a cada paso, un revés de la fortuna nos pone en la necesidad de dedicaros a un trabajo desagradable para procuraros el sustento, no os faltará el ánimo necesario en tan tristes circunstancias; sabréis sacar partido de todo, y seréis superiores a la desgracia. ¡Cuan diversa será la suerte del hombre que ha sido en su infancia terco y voluntarioso! Siempre descontento, siempre renegando de su suerte, todo lo liará mal e incomodará a cuantos le rodeen.

¡No basta en esta vida obedecer a los que nos mandan, la urbanidad nos manda que seamos condescendientes con aquellos con quienes tratamos!.

Hijos míos, vuestra edad os obliga a ceder a los demás; cuando lleguéis a ser hombres tendréis el derecho de resistir, si lo que exigen de vosotros no fuere justo. Por regla general, ceded con agrado en cosas de poca importancia; es señal de mal genio querer tener razón siempre, y como de aquí resulta que se mortifica el amor propio de los otros, lo que se logra al fin es hacerse uno aborrecible. Si os veis en la necesidad de defenderos, hacedlo con modestia, tranquilamente, y de modo que nadie se ofenda. Es interés vuestro el ser amables, porque lograreis persuadir más fácilmente, y aun conseguir que los otros confiesen no tener razón. Una conducta contraria serviría para exasperarlos más, y no sacar provecho alguno.