Fomentando la piedad y la urbanidad.

Lo primero que ha de preocupar a un Párroco es lograr que todos sus feligreses conozcan a Dios.

Urbanidad Eclesiástica.

 

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La parroquia y la piedad.

"Ver, amar y buscar la gloria de Dios; considerar, estimar y utilizar todas las cosas con la mira puesta en Dios, es cumplir ese deber esencial llamado la piedad. Tener en el espíritu la verdad, en el corazón la caridad, en la acción la libertad, esto es tener la piedad. La piedad es la unidad: la piedad no es, pues, otra cosa que el conocimiento, el amor y el deseo de la gloria de Dios en todo y ante todo; es conocer, amar y servir sólo a Dios por Él mismo, y a todo lo demás por Dios". Así describe el anónimo autor del precioso libro "La vida interior simplificada", que publicó el Padre Tissot, la naturaleza y partes de la sólida piedad, por la que obrando la verdad en caridad vamos creciendo en Cristo, o sea viviendo vida cristiana. Ahora bien, para facilitar y fomentar esta vida cristiana y piadosa, es para lo que nuestra santa Madre la Iglesia fundó la parroquia; de ahí que ésta, por la acción pastoral de sus Sacerdotes, deba proporcionar a sus fieles los medios aptos para conocer, amar y servir a Dios.

"Puede decirse, escribía el P. Vilariño en "EI Mensajero del Corazón de Jesús", que en toda la Iglesia la vida espiritual está en la parroquia: y que fuera de la parroquia no hay vida espiritual. En las grandes ciudades y pueblos importantes, donde hay algunas Órdenes religiosas y otras instituciones, éstas pueden suplir de algún modo algunas cosas o ayudar a la Parroquia"; pero en general al Párroco y su clero es a quien incumbe el glorioso deber de sembrar y cultivar la vida cristiana en el alma de sus feligreses. Y ¡a cuántos recursos ha sabido acudir el celo pastoral para enseñar y facilitar el conocimiento y amor de Dios! ¡Lástima da tener que tratar asuntos tan bellos y fecundos bajo el solo aspecto de las relaciones sociales que ellos originan; pues, si en algunos casos pudiera ser su faceta más brillante, tan sólo da fulgores humanos... que son los más engañosos y tornadizos!

La "Hoja parroquial".

Lo primero que ha de preocupar a un Párroco es lograr que todos sus feligreses conozcan a Dios, para que puedan amarle como se merece. Verdad es que para esto ya abre regueros de vida evangélica con su predicación pastoral; empero la semilla mal podrá arraigar en las almas que no la reciben, por no querer oirla... ¡y son tantas! Por eso los Pastores celosos se han ingeniado para publicar los Boletines u Hojas Parroquiales, que son algo así como un emisario del Párroco que, salvando las reglas de la cortesía, se introduce por debajo de la puerta para hacer que entren por los ojos los sermones, que no se quisieron escuchar con los oídos...

"Si se tiene habilidad y tacto social en la redacción de las reseñas de actos parroquiales, avisos y aun anuncios, fácilmente se podrán lograr no pocas conquistas espirituales y materiales"

Canten otros con hechos y cifras la excelencia y ventajas, aun materiales, que se saca de este método. Para nuestro objeto, basta con hacer unas breves indicaciones sobre su redacción y administración. Como la Hoja Parroquial ha de ser una prolongación del Párroco puesto al habla con sus feligreses, ni que decir tiene que la dirección de ella no debe cederla a ningún feligrés, por muy culto que sea, aunque bien pudiera ponerse la redacción en manos de alguno de los Sacerdotes subalternos. Aunque el peso de este trabajo hayan de soportarle los encargados de la cura de almas; sería también un resorte de celo hacer que de vez en cuando, y aun en cada número apareciese la firma de cualquiera de los feligreses, aunque fuera un niño de la catequesis: esto se puede lograr fácilmente, señalándoles primero el tema y facilitándoles fuentes para inspirarse y documentarse, y corrigiendo después los trabajos con tino y delicadeza. Haciéndolo así, llegaron los niños de la Parroquia de San Miguel de Valladolid a dar serias lecciones a un Profesor del Instituto.

Si se tiene habilidad y tacto social en la redacción de las reseñas de actos parroquiales, avisos y aun anuncios, fácilmente se podrán lograr no pocas conquistas espirituales y materiales, incluso de los más reacios a todo lo eclesiástico; siempre que no se les desvíe, esgrimiendo el látigo (Nota 1). Para evitarse no pocos disgustos, conviene tener normas fijas para la inserción de noticias que afecten al movimiento parroquial, y andar con cuidado para que no puedan quejarse los feligreses de pretericiones, olvidos y hasta erratas en los nombres y apellidos.

(Nota 1.) La Hoja que yo propongo debería contener:

1.° Evangelio del Domingo con su breve hornilla, lo más práctica posible.
2.° Un poco de explicación ordenada de Catecismo en estilo suelto y con la sal y pimienta de algún cuentecillo o anécdota pertinente al caso.
3° Indicador religioso, o sea, fiestas, cultos, ayunos y vigilias de la semana.
4.° Movimiento parroquial, o sea número de Comuniones, idem y nombres de bautismos, casamientos (con expresión de los que se han velado), entierros y funerales (indicando los sacramentos recibidos antes de morir).
5." Si en la Parroquia hay Asilos, Conferencias de San Vicente, Círculos Católicos o alguna otra obra social, cuenta de lo hecho por cada una de ellas en la semana o en el mes.
y 6.° Algunos avisos circunstanciales o consejos del Párroco en tono sencillo, paternal, sin ironías ni riñas, sobre la marcha de la Parroquia, algún hecho extraordinario relacionado con la misma, reflexiones sobre el aumento o disminución del número de Sacramentos recibidos, proyectos de obras, etc., pero procurando que esa breve exhortación lleve el sello y carácter del Párroco y sea lo más ajustada posible a los parroquianos». (De "Lo que puede un Cura hoy", por el Arcipreste de Huelva).

En lo tocante a la distribución de las hojas, puede seguirse el procedimiento que se juzgue más fructífero y delicado, por ejemplo: no seria cortés dejar sin hoja públicamente a los que no den una limosna al recibirla, cuando el reparto se haga en la iglesia; o introducirla con insistencia por debajo de la puerta de las casas, donde sepamos que la rechazan, etc.

Respecto de los medios económicos para sufragar los gastos, hay que tener en cuenta que suelen andar muy acordes la generosidad y largueza del Párroco y los feligreses. Cuando a todos se ofrece, sin exigir nada concreto, por regla general se saca más que poniendo suscripciones fijas; he visto algunas que decían cortesmente bajo su rótulo: "que sale cuando puede y se regala a los feligreses de...", y en otras, "Precio de suscripción: una limosna por amor a la Parroquia", y me han asegurado sus administradores, que tenían siempre dinero sobrante para cubrir los gastos.

La biblioteca parroquial.

Para completar la formación intelectual de los feligreses y contrarrestar el lamentable influjo de las malas lecturas, se han organizado en algunas partes las bibliotecas parroquiales, las cuales pueden tener un doble fin: proporcionar libros buenos para leer, y facilitar la adquisición de los mismos con rapidez y economía.

Es indudablemente esta biblioteca un gran recurso para el celo pastoral y contribuye de modo eficacísimo al fomento de la sólida piedad; pero bien poco habremos de decir acerca de ella, por lo que hace a nuestro respecto.

Se ha de poner grande empeño en que no vean los feligreses que se trata de un negocio; ni juzguen los libreros que se les hace la competencia, sino más bien que se les ayuda. No hay que ser muy exigentes en reclamar los libros prestados, ni en cobrar indemnizaciones por sus deterioros; así se espantaría a los lectores, en vez de atraerlos. También hay que saber negar las obras, cuando sea preciso hacerlo, de tal modo que se queden los que las pedían, al menos resignados y ciertos de nuestra buena voluntad en complacerles.

Es preciso que todos se convenzan de que tan sólo tratamos de dar mayores facilidades para la lectura y adquisición de buenos libros. En algunas parroquias de Irlanda tienen montada una librería en el atrio a libre disposición de los fieles, que cuando acuden al templo y quieren utilizar algún libro piadoso para sus devociones, no tienen más que tomar el que más les agrade, y si desean comprarle les basta depositar en un cepillo, que hay para tal fin, la cantidad o precio de la obra, que va anotado en cada una: así tienen resuelto este problema fácilmente, con sólo fiarse en la conciencia y buena educación de los feligreses.

Actos de culto.

Tras la formación intelectual, para lograr que sea razonable el obsequio de nuestra fe, viene el facilitar la vida piadosa, a que esta fe nos obliga, que es una de las principales cuestiones propias de las cátedras de Pastoral; mas, por lo que a la Urbanidad respecta, bien poco habrá que decir de ella, que no quede ya indicado.

Siempre ha de mostrarse el Párroco atento y solícito por complacer a las almas puestas bajo su cuidado, pero de un modo práctico debe manifestarlo en esta materia. La organización de la vida piadosa de su iglesia debe ser una de sus constantes preocupaciones. No basta seguir rutinariamente lo que antes se hacía, aunque salte a la vista que era poco y malo; es preciso estudiar teóricamente la cuestión, ver cómo la solucionan en otros templos similares, y consultar con discreción y en el terreno de las confidencias familiares con los Coadjutores y las personas más significadas de la feligresía. Así, oyendo diversos pareceres, es como mejor se podrán coordinar voluntades y despertar iniciativas y entusiasmos, sobre todo cuando se les hace ver o creer que ha sido idea suya.

Antes de lanzarse a anunciar públicamente unos cultos, conviene prevenir las coincidencias que pudieran impedirlo y las consecuencias probables. Sobre todo, cuando se trate de esos cultos costeados por la devoción particular, debe cuidarse de que el capricho de unos pocos no recargue demasiado trabajo al Clero, con detrimento del bien espiritual de los fieles en general. La experiencia enseña que con un poco de táctica social se puede ir encauzando esta piedad popular de tal modo, que redunde en el mayor esplendor del culto propiamente parroquial, aunque al principio parezca que se sale perdiendo materialmente.

Cuando los fieles ven que se dificultan las funciones superfluas a las que casi nadie concurre, fuera de la familia que las costee, y que en cambio se dan facilidades para sufragar los cultos ordinarios, que suelen verse concurridos, pronto comienzan a encomiar tan positivas ventajas: las tablas anunciadoras de festividades son un gran recurso para este fin, cuando se colocan en sitio y forma adecuados para que las personas devotas vean los cultos que hay y quiénes se ofrecen a cubrir sus gastos.

"Antes de lanzarse a anunciar públicamente unos cultos, conviene prevenir las coincidencias que pudieran impedirlo y las consecuencias probables"

El mayor o menor número de concurrentes a las Comuniones generales y la asiduidad en cubrir los turnos de vela al Santísimo Sacramento suele depender del acierto que se tenga en señalar las fechas y horas, como también de la insistencia con que se haga la propaganda, anuncios y avisos a los fallistas: este último recurso sólo puede emplearse en ciertos casos y con gran delicadeza, para evitar los enojos que producen a las personas cumplidoras y a las de mal talante.

El uso de una consueta donde se asigne a cada una de las ordinarias funciones de la parroquia la solemnidad, personal y adornos que le corresponden, es algo muy recomendable para el orden interno y para librarse de no pocos compromisos: algunos los suplen con una sucinta crónica de los cultos parroquiales (Nota 2).

(Nota 2.) Cultos. Poco menos que Imposible se hace hoy organizados a gusto de todos.
Las horas de las comidas, la profusión de las diversiones profanas a todas horas, han trastornado la vida de la piedad.
Por añadidura se ha estragado el gusto de los fieles en todo lo referente a los cultos. Se da excesiva importancia a lo accesorio, con gran detrimento de lo principal.
Buena, óptima es la solemnidad en cánticos y música y luces, pero no tanto que reste tiempo y atención a lo fundamental: el honor de Dios y sus Santos y el provecho de los fieles.
De la predicación sólo se estima la que llamamos clamorosa, dedicada a cantar la belleza de las flores, de los palarlllos del cielo... o la que refuta los imperativos categóricos de Kant o las ideas marxlstas, o que a ellos les parecen tales.
De la predicación apostólica de las verdades eternas, de las virtudes cristianas ... ¡¡]esús, qué Padre mas pelmazo!!
De dos horas de culto, casi una y media dedicada a letanías, motetes y arias, durante las que los fieles dormitan, se distraen, cuando no faltan al respeto en el templo.
Otra cosa serla, si los fieles tomasen parte activa en los cánticos litúrgicos, lo que parece casi imposible, sobre todo en Andalucía, donde tan poca afición hay al canto religioso.
Con esos abusos sólo se consigue alargar Inútilmente los cultos; y ya la experiencia nos dice, que los cultos largos lo mueven todo, menos la devoción.
No estarla demás por todo esto, que los Párrocos, a una, pusiéramos algún mayor empeño en cortar esos y otros abusos, si no queremos alejar de las parroquias a las personas verdaderamente devotas y ocupadas; no todas disponen de tanto tiempo.
Pero, repetimos, todos a una, porque si no, ¡ay del infeliz que ponga mano y tijeras en letanías, dúos, violines y predicadores de fuste!... Que saque antes el billete del tren y se agencie un cambio de parroquia.
Todos convienen en lo que decimos; pero cuando llega el turno al culto Predilecto: ¡Este Cura acaba con todo:..!
(Del libro Lo que pueden los feligreses, por D. Julio Guzmán López.)

Las procesiones.

Las procesiones, por lo mismo que tienen más de exterior, dan pie a no pocas relaciones sociales.

Quédese para la legislación eclesiástica y diocesana el decidir a quién corresponde iniciar y organizar las procesiones. Sea quien fuere el organizador, ha de contar con las personalidades que las deban autorizar, y con los elementos que en ellas puedan tomar parte.

Si se trata de procesiones de índole parroquial, como las del Corpus Christi, Letanías, etc., es evidente que al Párroco propio o de la iglesia parroquial incumbe su iniciativa y dirección. Cuando estén costeadas por alguna cofradía o entidad, al Director de la misma corresponde la iniciativa, pero sometiendo todos sus planes a la aprobación del Párroco de la iglesia, cuya Cruz procesional deba presidir el acto, al cual compete señalar fecha, itinerario, ministros, etc.

Para las imprescindibles autorizaciones de la autoridad civil, cuando se hagan por la vía pública, es necesario atenerse a la legislación civil, hoy tan vejatoria para desdicha nuestra.

Con la debida anticipación habrá que pensar bien el orden que haya de seguirse para la colocación de las diversas cofradías y entidades, que formen las filas, como también de los distintos estandartes, imágenes y cruces que hayan de salir; para que no se repita el caso que cuentan de aquellos buenos terciarios que en cierta ocasión, por creerse postergados, se retiraron de una procesión, diciendo que, como hijos de San Francisco, querían ser humildes, pero no humillados... Como norma en estas materias puede seguirse, a falta de tradiciones y privilegios, el orden prescrito para las procesiones del Corpus; aunque, como es natural, se dé la preferencia a la cofradía que organiza el acto, y a las asociaciones eucarísíicas, cuando vaya el Santísimo Sacramento.

Se ha de pensar con tiempo quiénes serán los encargados de ocupar los puestos honoríficos, por ejemplo, llevando los estandartes, varas del palio, etc., para invitarles personalmente; y semejante atención debe guardarse con las autoridades o personajes que presidan la procesión. Entre los portadores del palio, ocupan la preferencia los que llevan las primeras varas, y así el orden de dignidad será: primera de la derecha, primera de la izquierda, segunda de la derecha, etc.; los guantes son de etiqueta en tales casos.

Conviene distribuir con tiempo indicaciones concretas sobre el puesto que ocupará cada corporación, imagen, banda, etc., y en los grandes concursos señalar también lugar de espera. Además puede, desde algún lugar preeminente, o por medio de altavoces, darse la señal de salida a cada entidad.

De antemano se habrá invitado al vecindario de las calles por donde pase la procesión para que engalane sus balcones y alfombre de flores el suelo, donde haya costumbre. También se tomarán las medidas convenientes para que la circulación no ocasione trastornos, ni de orden público, ni para el comercio e industria.

Durante el recorrido habrá personas señaladas para cuidar de que no se interrumpa la marcha del cortejo, para lo cual andarán entre las filas, provistos de las acostumbradas insignias, dando órdenes para que anden y paren según lo requiera la marcha general. Es cargo éste no poco difícil, y requiere particulares dotes de cortesía y tacto social.

Terminada la procesión, a las autoridades y principales personajes que tomaron parte en los cargos honoríficos, puede ofrecérseles algún obsequio, que lo más delicado sería un recuerdito de índole religiosa o piadosa, y de todos modos darles las gracias, bien al salir o bien días después en su domicilio. Donde haya costumbre, también puede rendírseles un público tributo de gratitud desde el pulpito al terminar el acto religioso, antes de que se inicie el desfile.

Asociaciones piadosas.

Hemos venido hablando reiteradamente de las asociaciones piadosas y, para mejor conocer lo que son y deben ser, a fin de deducir las relaciones que con ellas han de tener los Sacerdotes, convendría ceder la palabra a un Párroco tan experimentado como el de San Pedro, de Huelva, D. Julio Guzmán López, quien en su obrita "Lo que pueden los feligreses", dice así:

"La indisciplina y la insubordinación, sutilmente veladas en ocasiones, que caracterizan a la época presente, se va infiltrando cautelosamente en todas partes, sin excluir el orden religioso"

"Fué siempre el deseo de la Iglesia que, como auxiliares del Párroco en su ministerio, existiesen asociaciones que fomenten el espíritu religioso, dedicándose a obras de piedad, culto y beneñcencia.

La indisciplina y la insubordinación, sutilmente veladas en ocasiones, que caracterizan a la época presente, se va infiltrando cautelosamente en todas partes, sin excluir el orden religioso.

En su régimen interno y en el contenido de sus Estatutos gozan de relativa autonomía, pero por su carácter de asociaciones piadosas son hijas de la Iglesia, y por tanto, a ella han de estar sometidos en todos sus actos.

Sería cosa que haría reir, si en la práctica no fuese origen de abusos y polémicas, la creencia de algunas asociaciones de que, por decir en sus Estatutosl sobre todo los antiguos, Hermandad de laicos, son independientes de las autoridades eclesiásticas, como una Cámara Agrícola, por ejemplo.

No; de la Iglesia dependen, desde la aprobación de las Constituciones, que ha de hacerla el Ordinario de la Diócesis, hasta la rendición de cuentas, que anualmente han de presentarse al respectivo Prelado.

A éste están unidas por su Delegado, que ha de ser citado a las Juntas generales; que puede suspenderlas en caso necesario, poner el veto a ciertas decisiones no conformes con la disciplina eclesiástica, o el bien común, y que aprueba o rechaza los nombramientos de personal, según que sean o no idóneos los elegidos.

Son artículos, sin cuya inserción no se aprueba Estatuto alguno, los que se refieren al cumplimiento pascual y a la observancia de las leyes de la Iglesia.

Sin autorización especial del Prelado no pueden enajenar sus bienes, que, al disolverse ia asociación, pasan a ser propiedad de la Diócesis.

Han de asistir finalmente, bajo obligación grave, a la procesión del Corpus, haciéndose acreedores los que no lo hagan, a un correctivo disciplinar.

Estos son, en líneas generales, los preceptos canónicos que obligan a todas las asociaciones religiosas.

Hay después, al igual que para los fieles, otras obligaciones que deben cumplir cerca de la representación inmediata de la Iglesia en cada localidad: la Parroquia.

Auxiliares de ésta las llamamos al principio, y tal deben ser las asociaciones religiosas.

Las supone la Iglesia animadas de espíritu de piedad y religión, y a sus miembros los reputa como la flor y nata de sus hijos, que se han congregado para mejor cumplir sus deberes religiosos ...

No han de poner, por consiguiente, dificultades al Párroco en el desempeño de su ministerio con ningún pretexto, sino ayudarle y facilitarle su misión.

Deben ser como su estado mayor, el núcleo principal y mejor dispuesto para secundar sus iniciativas, en conformidad con sus Estatutos y Constituciones.

No han de llevar sus miembros a la asociación, y con ésta a la Parroquia, sus rencillas y diferencias, que han de deponer ante el bien espiritual de todos; ni han de hacer de aquélla el baluarte de sus ambicioncillas y trono de un patronato vitalicio y hereditario, tan opuesto a las disposiciones actuales de la legislación eclesiástica.

Aun en los asuntos que son autónomos, que no independientes, deben marchar de común acuerdo con el Jefe espiritual de la feligresía, el Párroco, que sabe apreciar mejor que ellos, qué es lo que conviene al provecho de todos.

Porque no se fundaron las asociaciones para satisfacer vanidades, aun piadosas, sino para el progreso espiritual de la feligresía, cuyo bien es anterior y superior a la asociación. La gloria de Dios, el bien de las almas y el culto de sus titulares son los fines propios de las asociaciones religiosas".

De lo dicho se infiere que el Párroco, apenas se percate de la necesidad que tiene de fundar además de las diversas ramas de la Acción Católica, otras piadosas obras o asociaciones necesarias para el perfecto desarrollo de la vida parroquial, habrá de ingeniarse para establecerlas, eligiendo entre sus feligreses los que crea más aptos para servirle de base de acción: una entrevista premeditada, aunque casual en apariencias, o una cortés visita, pueden darle ocasión de exponer sus ideales y planes. Cuando ya tenga convencidos y conquistados a uno o varios de los más aptos para su fin, de ellos mismos puede valerse para lograr que aumente el número de adeptos; es notable aquel episodio que contaba M. de Pelerin en un discurso pronunciado el año 1881 en el Congreso Eucarístico de Lila: saliendo un obrero de cierto templo, topó con un compañero suyo y entre ambos entablóse este diálogo:

¿De dónde vienes?

De la Asociación para la Guardia perpetua del Santísimo Sacramento.

¿Sois muchos socios?

Uno solo por ahora.

Luego, ¿tú eres la Asociación?

Sí.

Bien; pues en adelante seremos dos...

Mas, como el espíritu proselitista proviene del entusiasmo por un ideal, y como para que los ideales más santos broten pujantes es preciso sembrarlos y cultivarlos, se requiere que entre los elegidos para apóstoles o fundamentos de la asociación y su propulsor se dé frecuente trato: de aquí que tales entrevistas hayan de repetirse con tanta frecuencia, como lo requieran el fin y los medios. Tal es el origen y razón de ser de las juntas periódicas que han venido a imponerse en todos los reglamentos, especialmente en los de la Acción Católica; ahora bien, para que tales reuniones sean gratas y fructíferas no es poca la tarea que ha de imponerse el Sacerdote que las presida, pues, a más de conocer muy bien el carácter de la obra y la índole de los individuos que deban reunirse, habrá de preparar con todo esmero y prudencia la labor propia de cada sesión, y durante ella llevar con gran tino las discusiones que se susciten, para evitar rozaduras y deserciones.

Con la propia puntualidad puede, no sólo dar ejemplo, sino salvar las dificultades y los compromisos que originan a veces con su garrulería los concurrentes, cuando han de soportar largas esperas: estará muy acertado, si al entrar en el salón tiene, además del saludo común, unas palabritas de afecto para cada uno de los concurrentes. Al presidir las sesiones, con las mejores formas procurará cortar las discusiones superfluas, si no puede impedir que se susciten, y no dejará de alabar con delicadeza cuanto sea digno de aplauso. Podrá inclinar de antemano el ánimo de los asistentes para que en las votaciones reglamentarias se decidan a favor de lo que más convenga; pero con nobleza y finos modos, más bien trabajando el asunto privadamente, sin rebajarse nunca a los ruines amaños electoreros.

Lejos de tratar despectivamente a ninguno de los asociados, ha de tender a aprovechar el esfuerzo de todos, bien seguro de la solidez de aquel principio: Ningún hombre es tan pequeño que no pueda algo; y nadie es tan grande que lo pueda todo. Terminada la sesión, cuando ésta se celebre en alguna dependencia del templo o Casa rectoral, será lo más cortés esperar a que se vayan marchando los asistentes, si son pocos, y despedirles particularmente, pero puede también el Párroco excusarse de tales cumplidos, alegando la razón de sus muchas ocupaciones, y retirarse a sus habitaciones o quehaceres.

En una palabra, cuando el Sacerdote que dirija una congregación piadosa, además de buen espíritu, tenga tacto social y finos modos, podrá fácilmente darle vida próspera y evitar disgustos, rencillas y rivalidades, que serían capaces de anular o empequeñecer el fruto que sacarían las almas y la gloria de Dios.

Escuelas parroquiales.

Las exigencias de la civilización moderna requieren que junto al templo o a su sombra se levante una escuela; pues en frase del Arzobispo Bayley: "Una parroquia sin escuela es una parroquia incompleta". De ahí surgen interesantes relaciones sociales entre el Sacerdote y el maestro, los niños y sus familias.

Pasaron ya a la historia, por desdicha nuestra, los tiempos en que el Párroco tenía derecho a visitar oficialmente las escuelas públicas; hoy ya no nos queda más recurso que el de contrarrestar los deletéreos sistemas de educación que en ellos se imponen oficialmente, mediante la conquista espiritual de los maestros, donde no pueda abrirse frente a la escuela laica otra confesional que salve a los niños.

Cuando no sea un Sacerdote quien dirija estas escuelas parroquiales, que debieran estar mejor montadas en todos los órdenes pedagógicos que las oficiales, para con los maestros que figuren al frente debe el Párroco guardar singulares deferencias que le permitan adueñarse de su corazón en la medida necesaria, para que puedan entrambos lograr el perfecto cumplimiento de sus respectivos ministerios: "Se ha dicho, escribía el Padre Marcelino González, S. J., en sus Estudios Pastorales,  que el maestro debe ser el mejor amigo del Párroco. Verdad es ésta tan clara y tan evidente, que no necesita pruebas; basta enunciarla. Pero esta amistad conviene que vaya regulada por algunas condiciones, que acrecienten el prestigio del Párroco y no pongan dificultades al ejercicio de sus ministerios. Semejante amistad, para ser cual conviene, debe moverse entre estos límites: sinceridad, sin degenerar en familiar.

Sinceridad. Ya se entiende; el defecto de esta condición convierte el trato en un convencionalismo estéril e injustificable en el representante de Dios en un pueblo. Demostrará el Párroco la primera de las citadas condiciones, estimando personalmente al maestro y al cargo que desempeña; procurando que le respeten los niños y que los padres le agradezcan los sacrificios que en favor de sus hijos se impone en la escuela; guardándole las consideraciones y prodigándole las deferencias que la amistad exige.

Familiaridad excesiva. He aquí el otro extremo que es preciso evitar. El Párroco, por la excelencia de su misión, por la perfección de su cultura y, sobre todo, por el brillo de sus virtudes, debe ser el hombre principal y de más prestigio en su parroquia. Sólo en este caso, sus amonestaciones y consejos, sus visitas a la escuela y su intervención en ella darán el resultado que se desea. Esto no podrá conseguirse, si entre el Párroco y el maestro media una amistad excesivamente familiar".

Supuestas las buenas relaciones del Párroco con los maestros, procure realizar en cuantas escuelas pueda el deber de visitarlas semanalmente, como lo hará con plena libertad en las escuelas parroquiales. En tales visitas, a más de hacer cuanto bien pueda con la enseñanza religiosa que dé a los niños, habrá de tener especial cuidado de que no queden avergonzados ni los escolares ni el profesorado. Consulte en los autores de pedagogía cuáles son las reglas del arte de preguntar para que aprendan los alumnos, sin sufrir bochornos.

El trato con los niños debe ser tal, que le conquiste su estima y afecto; ellos serán los feligreses del mañana y tendrán la instrucción y piedad que les demos ahora. La vida religiosa de las parroquias depende de la formación de la niñez y el cuidado de la juventud. Un día que, al visitar al Santísimo Sacramento, expuesto diariamente en el templo de San Joaquín de Roma, coincidí con la visita cotidiana que hacían también los niños de sus escuelas parroquiales, viendo al celoso párroco de la misma, que después de haberles dirigido las preces, acariciaba a los escolares cuando salían, le pregunté si tenía también establecida la Adoración Nocturna en tan devota iglesia, a lo que él nos respondió sonriente: La fundaremos, cuando estos niños de hoy sean mayores ...

Además, como ya indicábamos al hablar de la catequésis, los niños nos llevarán necesariamente a ponernos en relaciones con sus padres; y de la atención con que se los reciba, cuando vengan a solicitar el ingreso de sus pequeñuelos en la escuela o una recomendación para el maestro, depende muchas veces la conquista espiritual de una familia, como de abrir a tiempo una escuela puede depender la salvación de un pueblo (Nota 3).

(Nota 3.) Véase una prueba en la siguiente anécdota que refiere el ilustre sociólogo D. Severino Aznar en su obra "Problemas Sociales".

El caso pasó en una parroquia enclavada en un distrito minero; en ella no sólo no se oía Misa, pero ni siquiera se bautizaba a los niños; aquellos feligreses tenían tan negra el alma, como el carbón que extraían de sus minas. Ya se deja entender el grado de influencia que el párroco habla de ejercer en los hombres de semejante feligresía. Con todo, el Sacerdote a quien cupo en suerte desempeñar su ministerio en terreno tan mal dispuesto, no se dejó caer en el desaliento. Comenzó por echar mano de una antigua cofradía de mujeres; pero fracasó. Acudió entonces al recurso de unas misiones; y obtuvo otro nuevo fracaso. Oyó hablar de escuelas nocturnas para hombres, y las instaló en un granero, que adecentó con muebles llevados de su casa y aun de la iglesia parroquial; y tampoco logró éxito alguno. Nada querían aquellos hombres del sotana; así se expresaban aquellos feligreses.

Un día un minero le dice a boca de jarro: ¿Qué tal va esa escuela, señor Cura? Temo que la hemos de ver pronto llena de telarañas. No hay que pensar en los hombres; ya sabemos dónde nos aprieta el zapato.

Después de sonreírse añade:  Tengo un hijo que no sirve para trabajar en la mina y que se pasa la vida ganduleando, haciendo mal y matando a disgustos a su madre. Si usted diera escuela a esos zagalones ...

A los pocos días se decía por el pueblo que el sotana no podía con los hombres y quería engañar a los chicos...

De este hecho partió la regeneración de la parroquia. Cuando los padres vieron que sus hijos se instruían, eran más obedientes y laboriosos, comenzaron a estimar y a respetar al párroco.

Si se trata de escuelas parroquiales fundadas y sostenidas por el Cura, las relaciones con la familia deben estrecharse más, patentizándoles el interés que se tiene por la formación de los niños con las notas de comportamiento que se envíen periódicamente al domicilio de los padres, y los informes que se les dé oralmente sobre sus hijos cuantas veces se encuentre ocasión.

No quiero terminar esta materia sin rendir un tributo de admiración al santo Canónigo y sabio Catedrático de Granada, D. Andrés Manjón, creador de un genial sistema pedagógico, que inventó movido por el celo santo que le impulsaba a catequizar e instruir a los pobres gitanillos que moraban en las cuevas de aquellos cármenes. Y para que los numerosos Sacerdotes que, siguiendo sus pasos, se han consagrado al magisterio, aprendan de los labios autorizados de tan gran maestro lo que deben ser ellos en su escuela, pongan remate a esta conferencia algunos de sus consejos: "El maestro ha de ser modelo de urbanidad en todo, y cuidará infiltrar en sus alumnos el respeto y amor de Dios y del prójimo y aplicarlo en todo: en la escuela, en las visitas, en la correspondencia, en el trato de unos niños con otros, prohibiendo que se injurien, motejen, acusen y burlen, y de vez en cuando dadles conferencias sobre Urbanidad y siempre aprovechad las ocasiones que se presenten para hacer de la escuela la casa de las buenas formas y de la buena educación. Por la finura o rusticidad de los alumnos se vendrá a juzgar de la del maestro, y así como es vergonzoso que el niño no sepa leer, también lo es que no sepa respetar ni tratar bien a sus semejantes". (De "El Maestro mirado hacia dentro", libro VIII.)