Urbanidad del modo de cortar y servir los manjares, y de servirse uno mismo. II.

Cuando se está invitado en casa de otro, no es educado servirse uno mismo.

Reglas de cortesía y urbanidad cristiana para uso de las escuela cristianas.

 

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Cuando se está invitado en casa de otro, no es educado servirse uno mismo, a menos que quien preside el banquete ruegue que cada uno se sirva a voluntad, o que se esté muy relacionado o muy familiarizado con él.

Cuando se sirve uno mismo, es muy descortés hacer ruido con el cuchillo, la cuchara o el tenedor al tomar algo de la fuente. Se debe, por el contrario, tomarlo con tanto comedimiento y prudencia que casi no pueda uno ser notado, y mucho menos, oído por los otros.

Siempre hay que utilizar el cuchillo para cortar la carne, y sujetarla con el tenedor, que también hay que usar para llevar al propio plato el trozo que se haya cortado. Hay que guardarse mucho de coger la carne con la mano o de echarse un trozo demasiado grande de una vez.

La cortesía no permite rebuscar en la fuente, escogiendo los trozos que son más agradables. Tampoco permite tomar los trozos últimos ni los que están más alejados. Exige, por el contrario, que se tome lo que está delante de uno, pues es de mal gusto girar la fuente para tomar de ella lo que se desea. Eso sólo pueden hacerlo los que sirven a los demás, y no deben hacerlo sino rara vez, y de manera muy discreta.

También es notable falta de urbanidad extender el brazo por encima de la fuente que se tiene delante de sí para alcanzar alguna cosa. Hay que pedirlo; pero es mejor esperar a que se lo sirvan.

Hay que tomar de una sola vez lo que se desea comer, y es totalmente
indecoroso llevar la mano dos veces seguidas a la fuente. Y mucho más aún lo es llevarla para tomar trozo a trozo, o sacar la carne por tiras con el tenedor.

Cuando se desea tomar alguna cosa de la fuente, hay que limpiar antes la cuchara o el tenedor con que se quiere tomar, si ya se han usado.

Es muy descortés, e incluso vergonzoso, rebañar las fuentes con pan, o dejarlas tan limpias, sea con la cuchara o con cualquier otra cosa, que no quede absolutamente nada de salsa ni de alimento.

No es menos indecoroso mojar pan en la salsa, o tomar lo sobrante de la salsa con la cuchara. Y es gran indecencia tomarla con los dedos.

Si cada uno se sirve de la fuente, hay que guardarse mucho de llevar la mano antes de que las personas más importantes entre los comensales lo hayan hecho, y de tomar de un sitio de la fuente distinto del que está en frente de uno mismo.

Es poco educado tocar el pescado con el cuchillo, a menos que esté en pasta. De ordinario se toma con el tenedor, e igualmente se sirve en plato.

Las aceitunas no se toman con el tenedor, sino con la cuchara. Todo tipo de tartas, confituras y pasteles, después de haberlos cortado en la fuente o en la bandeja en que se han servido, se toman con la parte plana del cuchillo, que se introduce por debajo, y luego se ofrecen en un plato.

Las nueces verdes se toman de la fuente con la mano, lo mismo que las demás frutas crudas y las confituras secas. La urbanidad exige que se pelen casi todas las frutas crudas antes de ofrecerlas, y cubrirlas adecuadamente con su propia piel. Con todo, se pueden ofrecer sin pelarlas.

Cuando se cortan limones y naranjas se hace en forma transversal; y en cuanto a las manzanas y peras, se las corta a lo largo.

Cuando se está a la mesa no hay que hablar mucho de la calidad de los
manjares
, de si son buenos o malos, ni tampoco decir ligeramente su parecer sobre la preparación y las salsas; pues eso sería mostrar que se deleita uno en el buen comer y que se complace en estar bien tratado. Lo cual es señal de un alma sensual y de muy poca educación.

Sin embargo, la urbanidad exige manifestar siempre que está uno satisfecho y contento de lo que se ha servido, y que lo encuentra exquisito; y si el dueño de la casa pide a alguien su parecer sobre los alimentos que se han servido y sobre los manjares ofrecidos en el banquete, siempre hay que responder de la forma más decorosa y elogiosa que sea posible, para no causarle disgusto, como ocurriría si alguno manifestase que los manjares no son de su gusto o que están
mal preparados.

Es de mal gusto quejarse de que los manjares no son buenos o que están mal aderezados, como por ejemplo, que están demasiado salados, o demasiado picantes, o que están demasiado calientes o demasiado fríos.

Tales comentarios sólo pueden molestar a la persona que invita, que de
ordinario no es la causa de tales accidentes y, a veces, ni siquiera se da cuenta de ellos.

No es menos descortés hacer grandes elogios de los manjares y de todo lo que se ha servido, y mostrar con tales palabras que se complace uno en la buena mesa y que se sabe cuáles son las mejores porciones; pues eso es demostrar que se es un glotón y esclavo del vientre.